Hay que restablecer la confianza en la democracia representativa

domingo, 21 de febrero de 2010

Por Manuel Mora y Araujo *

En 2003 culminó un proceso que venía desarrollándose desde tiempo atrás y el sistema de partidos políticos argentino colapsó. Los máximos dirigentes de la UCR y del PJ llevaron a sus dos partidos a la virtual extinción.


Ya antes, el radicalismo había sufrido la pérdida de Elisa Carrió y Ricardo López Murphy, dos dirigentes que aunque expresaban ideas distintas gozaban ambos de crédito en la población; el partido los había dejado partir, indiferente.

La consecuencia fue que en la elección presidencial de 2003 ambos cosecharon en conjunto, desde afuera, más del 30 por ciento de los votos, mientras el candidato oficial del partido –surgido de una interna poco transparente y fuertemente cuestionada, en desmedro de Rodolfo Terragno– llegó al increíble umbral del 2 por ciento.

Con todo, algo se había salvado del naufragio: el caudal electoral de gobernadores e intendentes que pudieron sostener exitosamente en las urnas sus propias gestiones locales. Poco tardaron éstos también en alejarse del partido, que ponía en riesgo su capital político, y así conformaron la corriente de “radicales K”, que terminó aliada del kirchnerismo.

Parecía que el certificado de defunción de la UCR ya había sido emitido en 2003, pero si algo le faltaba era la migración de los “K”; ya no quedaba nada, excepto la sombra deambulante de Raúl Alfonsín y sus mariscales de la derrota.

En cuanto al justicialismo, en 2003 terminó de dilapidar sus credenciales democráticas bien ganadas desde 1983. A los afiliados les fue negada la interna y el sello peronista concurrió a las urnas con tres listas independientes. Desde entonces, no hubo más vida partidaria; prevaleció en el peronismo su componente genético federalista y el instinto de acompañar sin chistar a quien detenta el poder, mientras los que no acompañan quedan afuera.

La política sin partidos exacerbó la propensión natural de la sociedad argentina a dejarse orientar por los personalismos. Dirigentes sin organización deben extremar sus capacidades mediáticas y poner en valor sus personalidades individuales.

Desprestigiados los partidos, desvalorizada la vida interna controlada por dirigentes que no respetan las reglas, la ciudadanía se alejó de la política representativa. Desde 2003 la Argentina carece de vida política orgánica y la ciudadanía milita a través de la protesta o de sus identificaciones simbólicas con dirigentes televisivos.

Hasta que ahora, finalmente, la Unión Cívica Radical comienza a reconstituirse y a recuperar la organización partidaria. Los “K” iniciaron el regreso a casa y tal vez eso ocurra después con Carrió y López Murphy; sería bueno que sucediera, le daría un impulso importante a la representación orgánica de las demandas ciudadanas, mostrando que vida partidaria no es sinónimo de obsecuencia hacia un líder ni unanimidad en todo.

El radicalismo está demostrando que no estaba disuelto ni enterrado, sino que convalecía de una enfermedad curable. La cura consiste en restaurar una casa cuya estructura estaba intacta, aunque necesita carpintería nueva, mucha pintura y una administración renovada. La reconstitución acabará siendo vigorosa si el partido se da reglas claras, sus dirigentes las cumplen, la ciudadanía les cree y se recupera el nutriente fundamental de un partido político, que son los afiliados. Todo eso puede pasar. Con un agregado interesante: la actual dirigencia radical es menos personalista que cualquiera de las que orientaron al partido desde hace décadas; es orgánica e institucional.

En ese aspecto, la UCR es única en la Argentina de hoy, pero bien podría ocurrir que otros sigan el mismo camino. Ahí hay un riesgo: si eso no ocurre, es posible que en 2011 el proceso electoral muestre enfrentados de un lado a un partido organizado y sin personalismos descollantes y del otro a una miríada de dirigentes personalistas sin partido.

Podría llegar a haber dos estilos de hacer política: el orgánico y el personalista, el de la representación y el del mesianismo. Parte de la ciudadanía podrá seguir sintiéndose desconcertada, especialmente si además –como es probable– la elección se plantea en términos del “antipersonalismo K”: no como una opción entre propuestas de políticas de gobierno sino en términos de “derrotar como sea al malo de la película”, que es por definición un personalista exacerbado.

Al tomar la delantera en el camino de la reorganización de los partidos, la UCR y el PJ están ante un desafío mayúsculo: liderar también la reconstitución de la confianza de la ciudadanía en los partidos políticos. Eso es, ni más ni menos, restablecer la confianza en la democracia representativa.

*Rector de la Universidad Torcuato Di Tella

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