Sociedad Civil y Clase Política actúan de manera disociada

miércoles, 2 de junio de 2010

El análisis político y económico de los doctores Vicente Massot y Agustín Monteverde


Entre el 22 y el 25 de mayo unas multitudes refractarias a cualquier tópico ideológico se congregaron, de manera espontánea, para conmemorar el Bicentenario de la Revolución de Mayo y, de paso, aprovecharon la ocasión para entretener sus ocios.

Nadie medianamente equilibrado se animaría a atribuirle a esa inmensa marea humana, que libremente se desparramó por la ciudad de Buenos Aires, una intención o una coloratura políticas. Fue, tomando prestada la frase que se popularizó durante el campeonato mundial de fútbol de 1978, “una fiesta de todos”.

El análisis, pues, que de semejante fenómeno se puede hacer es de naturaleza sociológica. La sociología y no la ideología puede explicarnos por qué de pronto y rebalsando cuanto cálculo se había hecho con anterioridad a esos días, apareció la gente por millones y se adueño de las avenidas preparadas para ver pasar a las tropas, carrozas, trapecistas y artistas de distinto tipo.

También esa ciencia social podrá dar cuenta de un hecho que, hasta el momento, no ha merecido una interpretación acorde con su importancia, a saber: que la muchedumbre fue siempre una espectadora del espectáculo que se había montado para divertirla.

Inmediatamente después de haber concluido los actos, el gobierno fue el primero en querer adueñarse del sentido que, según sus principales representantes, habría tenido tamaña presencia humana. El kirchnerismo no ha sido tan burdo como para considerar que la población salió a las calles a los efectos de poner de manifiesto sus simpatías políticas. Menos aun ha considerado que la mayoría de esas personas respondían a su credo partidario. Pero sí ha creído y cree firmemente que el estallido popular que se vivió en la Capital Federal en el curso de esas 96 horas, poco más o menos, puede aprovecharse en beneficio de la candidatura presidencial de Néstor Kirchner.

No sostienen en la Casa Rosada y en la Quinta de Olivos que el espacio publico fue de ellos, porque a tanto no llega su visión unilateral de cuanto esta sucediendo en el país. Sí dicen, en cambio, que la algarabía de la población demuestra un estado de ánimo colectivo amigable hacia el gobierno. El hecho de que tantos hayan festejados en paz estos 200 años de historia común, los mueve a pensar que hay un terreno fértil para avanzar con las políticas públicas puestas en práctica por la actual administración.

El razonamiento es algo forzado pero, al mismo tiempo, es cierto que si la situación general de la gente hubiera sido mala, difícilmente habría salido a festejar como lo hizo. De esto último se agarra la propaganda oficial, sin ponderar en su justa medida que la alegría colectiva de los argentinos no tuvo nada que ver con lo que hiciera o dejara de hacer la clase política. Cabría decir que una y otra, sociedad civil y clase política, actuaron de manera disociada, como si fueran compartimentos estancos.

Dicho de manera diferente: el gobierno militar no fue en agosto de 1978 más popular porque el seleccionado de Cesar Luis Menotti venciera en el final de la Copa al combinado de Holanda; la administración presidida por Raúl Alfonsín no se impuso en las cruciales elecciones de 1987 a pesar de que, apenas un año antes, el equipo que respondía a Carlos Salvador Bilardo y tenía como ídolo indiscutible a un Maradona en su plenitud, había ganado su segunda copa mundial en Méjico.

Suponer, entonces, que alguien podría adueñarse de “la fiesta de todos”, sería no entender la índole del fenómeno. Aunque quisiera, el gobierno —este o cualquier otro en su misma situación— no podría tomar lo que es, de suyo, inasible. Vale, lo dicho antes, para todos aquellos que se han lanzado a conjeturar acerca de los efectos beneficiosos o deletéreos que tendría para el oficialismo que los once dirigidos por Maradona saliesen campeones o se quedasen sin nada.

Quizá si las elecciones presidenciales se substanciaran en octubre de este año, cuando todavía se escuchasen los ecos del mundial de Sudáfrica, cabría pensar de que el fútbol pudiese tener influencias sobre el humor de los argentinos a la hora de votar. Pero, siendo que esos comicios recién se llevaran a cabo quince meses después de finalizado el torneo al que vivimos haciendo referencia, carecería de sentido imaginar que su resultado condicionase a los argentinos en el cuarto oscuro.

Precisamente a ese cuarto son cada vez más los políticos que lo tienen presente. La semana pasada hubo, al respecto, declaraciones para todos los gustos, cuyo común denominador no fue otro que la carrera presidencial, ya iniciada, de cara al año próximo.

Rompió el fuego el santafesino Hermes Binner que, por vez primera, insinuó la posibilidad de ser parte de una fórmula con Ricardo Alfonsín. Le siguió, poco después, Elisa Carrió, apuntando algo parecido, aunque con la intención, en su caso, de poner distancias de Julio Cobos. Por su parte, también dijeron lo suyo quienes, seguramente, dirimirán supremacías para encabezar la fórmula presidencial del panradicalismo: Cobos y Alfonsín.

Uno y otro, entreviendo que el clima dentro de su partido se ha enrarecido en consonancia con los comicios internos de la provincia de Buenos Aires —que se harán efectivos el domingo venidero— afirmaron cosas diferentes con el propósito de no escalar sus disidencias. El vicepresidente repitió eso de que todavía no se siente candidato.

Por su lado, Alfonsín intentó quitarle dramatismo a la disputa en el principal distrito electoral del país diciendo que, cualquiera fuera el resultado, no tenía nada que ver con las candidaturas del 2011.

El panradicalismo sabe que le lleva al peronismo ventaja en dos aspectos: 1) no es gobierno y por lo tanto no sufre el desgaste que aqueja al kirchnerismo (peronista) y 2) no tiene por delante una batalla a vida o muerte como la que ya divide al justicialismo.

Entre Cobos y Alfonsín no existen los odios que separan, por ejemplo, a Kirchner de Duhalde. Pero, además, son conscientes sus jefes —con la excepción de Elisa Carrió— de que no pueden darse el lujo de la división. Juntos tienen prácticamente asegurado un lugar en la segunda vuelta electoral. Separados perderían la posibilidad de volver a dirigir los destinos del país.

Con todo, algo parece haber cambiado en el curso de los últimos seis meses entre los correligionarios del viejo partido de Alem e Yrigoyen. Medio año atrás Julio Cobos no tenía competidores de fuste enfrente suyo. Hoy la figura de Ricardo Alfonsín ha crecido tanto que difícilmente pueda alguien pensar que vaya a abstenerse de darle batalla al mendocino. Es más, hay quienes suponen que si las elecciones fuesen mañana, en una interna en la cual la mayoría resultase radical, Alfonsín llevaría las de ganar. Como quiera que sea, Alfonsín genera hoy en el espacio panradical mayor cantidad de adhesiones de parte de las estructuras políticas que Cobos.

Al revés, éste le gana a aquél, de momento, en punto al respaldo de la gente que no pertenece a un partido o que, siendo radical, no es militante.

Para no ser menos, también los peronistas se hicieron escuchar. Dos que tienen pocos votos pero mucha presencia y seguridad en sí mismos —Felipe Solá y Mario Das Neves— se lanzaron al ruedo con la conocida diferencia del primero de los nombrados, respecto del segundo y de los demás que se postulan para el año que viene —empezando por Eduardo Duhalde— de que él en ningún caso está dispuesto a aceptar las reglas de juego de la interna que ha propuesto el kirchnerismo.

Solá es el único que ha dicho, en más de una ocasión, que sería una tontería —equivalente al suicidio— confrontar con el santacruceño hacia adentro de una estructura que maneja a su antojo. Los otros —llámense Das Neves, Duhalde o De Narváez— en público sostienen todavía una posición que, si el oficialismo no estuviese dispuesto a reformular las condiciones vigentes para substanciar una elección interna en el PJ, tarde o temprano recusarán al igual que Solá.

El ultimo en hacerse escuchar fue Francisco De Narváez, el cual, tras cruzar acusaciones con Mauricio Macri, le dejó abiertas las puertas, de par en par, a Carlos Reutemann para que oportunamente —¿principios del 2011?— se decidiera a ser parte de la carrera presidencial.

Claro que, al propio tiempo, puso en claro que recurrirá a la justicia con el propósito de saber si puede o no ser candidato. El dilema que arrastra De Narváez es el siguiente: si la Corte le dijera que no puede ser presidente y Reutemann decidiese no ser finalmente de la partida, como aspirante a gobernador de la provincia de Buenos Aires no podría presentar una boleta sin candidato a presidente. En tal caso, de los que están anotados, debería inclinarse por Duhalde o Macri, con quienes hoy, al menos, está peleado.

Pasado el jolgorio todo vuelve a la normalidad: las prepagas trasladarán la suba salarial a las cuotas a partir de agosto; los asambleístas de Gualeguaychú cortaron la ruta 14 dos días antes de la Cumbre entre Cristina Fernández y José Mújica; distintos gremios, encabezados por el de Luz y Fuerza, piden reabrir paritarias y obtener mayores aumentos aduciendo que el 35 % de incremento obtenido por los trabajadores de la alimentación los deja desairados; los famosos fondos de Santa Cruz han vuelto a ser noticia y todo el arco opositor calificó de vejatorio el procedimiento judicial que sufrieron los hermanos Marcela y Felipe Noble Herrera, hijos adoptivos de la directora de Clarín.

Nada cambio, todo sigue igual. Si alguien pensó que el espíritu del Bicentenario era una suerte de bisagra en la historia argentina, pecó de ingenuo. Hasta la próxima semana.

0 comentarios: