Porque una cosa parece segura: el peronismo que viene no elegirá al campo como su principal enemigo, como hicieron
los Kirchner en marzo del año pasado, justo cuando estaban en la cima de su poder. Esa jugada se reveló suicida a los pocos meses, pero si alguna duda cabía, ahí están los resultados de las elecciones.
Un ejemplo:
Carlos Reutemann venció en Santa Fe a otro presidenciable, el gobernador socialista
Hermes Binner, gracias a los votos de los chacareros del interior de su provincia, que, por su lado, habían posibilitado el triunfo de
Cristina Kirchner en las elecciones de 2007.
Era cuando los productores agrícolas respaldaban el modelo económico inaugurado por
Eduardo Duhalde con la megadevaluación de 2001, que les permitió salir de la virtual quiebra colectiva y convertirse, rápidamente, en la locomotora que sacó al país de aquella crisis fantasmal.
Pero, luego
los Kirchner tensaron la cuerda con el aumento de las retenciones de prepo, y, al final, se ahorcaron, políticamente con ella.
Lo dijeron bien claro los pocos gobernadores que se acercaron al despacho del todavía aturdido mandatario de Buenos Aires,
Daniel Scioli, quien con la renuncia de
Néstor Kirchner luego de la derrota quedó como el jefe del PJ.
“El Gobierno tiene que volver a dialogar con el campo”, observó el chubutense
Mario Das Neves, uno de los ganadores. Lo mismo señalaron otros gobernadores que aún no estuvieron con
Scioli, como el cordobés
Juan Schiaretti y el entrerriano
Sergio Urribarri. Ambos saben bien de qué hablan: la política agropecuaria de la
Casa Rosada no sólo perjudicó a las economías de sus provincias sino que, además, fue una de las causas principales de sus derrotas.
El caso de Entre Ríos fue el más sorpresivo:
Urribarri se había unido con
Jorge Busti y ambos aguardaban una victoria que parecía segura hasta para sus adversarios. Pero, el
Acuerdo Cívico y Social, anclado en la
Unión Cívica Radical, les ganó y logró enviar a la Cámara de Diputados a sus tres primeros candidatos a diputados, todos ellos dirigentes agropecuarios. Como ocurrió en otros distritos, la resurrección del radicalismo se debió a la influencia que tuvo el tema del campo en esta contienda electoral debido a la vinculación histórica entre los pequeños y medianos productores agropecuarios y el radicalismo.
Para el
PJ, históricamente, es más difícil ese lazo.
Perón se enfrentó siempre con el campo, en especial con los productores de mayor peso económico. Lo hizo en sus primeras presidencias y también cuando regresó de su largo exilio, si bien hablaba del destino que le aguardaba a la Argentina como productor global de alimentos. Por ejemplo, la propuesta de ley, nunca aprobada, que disponía la expropiación de tierras improductivas; el impuesto a la productividad “normal” de la tierra y la ampliación de las funciones regulatorias de las juntas de Granos y Carnes.
Sin embargo, el peronismo modificó eso con el giro de
Carlos Menem al liberalismo, que se tradujo en la anulación de las retenciones y en la eliminación de las juntas de Granos y de Carnes. Además, en el ’90 se favoreció el despegue de la soja (autorización de las semillas transgénicas, por ejemplo), y el dólar barato, si bien fue una verdadera peste para otras actividades, permitió la tecnificación y la modernización agropecuarias.
Mal que le pese a
los Kirchner, el campo es otro ahora, y eso se debe a los 90; es decir, no sólo a lo que pasó en la Argentina en aquella época sino, principalmente, a lo que ocurrió en el mundo con la extraordinaria demanda de commodities agrícolas por parte de China e India.
En 2001, un nuevo giro copernicano del peronismo, esta vez con
Duhalde al timón, también favoreció al campo, con su política del dólar alto, que fue mantenida por
Néstor Kirchner y que, en el marco de la estampida global de los precios de las commodities, hizo muy tolerable un cierto nivel de retenciones. Precisamente
Duhalde, devenido en enemigo mortal de los
Kirchner, volvió al país para, según sus voceros, participar en la reconstrucción del PJ.
Como dijo
Perón, su criatura, el
peronismo admite diversas formas, ya que es una doctrina y un movimiento; no es una ideología ni un partido, que son “sectarios”, en su opinión. Como le dijo a
Tomás Eloy Martínez en los últimos años de su exilio madrileño, “el peronismo es lo más heterodoxo que hay: cabe de todo”.
Claro que en su cúpula no suele haber lugar para los perdedores. La magnitud de la derrota de los
Kirchner es tal que ni siquiera su jugada para dejar en la cima del PJ a
Scioli le está saliendo bien: los principales ganadores del domingo ya han dicho que no piensan reunirse con alguien que también perdió, junto con
Néstor.
Así lo afirmaron
Reutemann, Francisco de Narváez,
Felipe Solá y el tucumano
José Alperovich, hasta el domingo un kirchnerista muy disciplinado, al menos en público. Por eso,
Scioli piensa ahora en abandonar rápidamente su lugar para dar paso a un congreso partidario o a una mesa de conducción.
Un histórico del PJ, el ex gobernador y ex senador
Antonio Cafiero, recordó en la quinta de San Vicente que
“el único heredero de Perón es el pueblo y nadie más”, y reclamó el llamado a elecciones internas “porque ya nadie puede designar a dedo a nadie” en el oficialismo.
Ayer,
Cafiero visitaba a
Scioli, luego de un llamado teléfonico del gobernador, para explicarle con claridad su posición.
Cafiero es muy respetado en su partido porque hace 15 años abrió las puertas a una renovación que le cambió la cara al peronismo.
Este debate sobre quién y cómo debe conducir al
PJ se mezcla con las candidaturas para las elecciones presidenciales de 2011. Quienes aparecen como presidenciables luego del domingo son más bien moderados, tienden a ubicarse en el centro.
Reutemann es uno de ellos. Luego de su ajustada victoria, cuando le preguntaron sobre los temas más urgentes, contestó: “Uno es el tema de la producción. No está resuelto el tema de la carne, el tema lechero. El Gobierno podría tomar medidas para incentivar la producción”. El jura que no está pensando en las próximas elecciones: “Si alguien me habla de 2011, no lo voy a escuchar”. Sin embargo, las principales avenidas porteñas aparecieron con afiches gigantes con su sobrenombre,
Lole.
Luego de su triunfo frente a
Néstor Kirchner,
De Narváez ya está dedicado a sentar las bases para su campaña a gobernador de Buenos Aires en 2011 y piensa en una alianza con un presidenciable de fuste que, en su opinión, no debería provenir de una provincia chica. Primero en su lista aparece el jefe de Gobierno porteño,
Mauricio Macri, pero en los últimos días algunos de sus asesores han apuntado también en dirección de
Reutemann “en el marco de un acuerdo con
PRO y con otras fuerzas”.
El empresario
De Narváez parece aprender rápido: también levanta la posible candidatura de
Felipe Solá, ya que entiende que el juego es largo y que “no hay que poner todos los huevos en una sola canasta”. En un almuerzo ante 70 dirigentes en el Centro de la Gendarmería,
Solá hizo una exposición que todos interpretaron como la de un precandidato a la
Casa Rosada.
Macri es el otro presidenciable de fuste dentro del “panperonismo”. El no es peronista pero tiene sus simpatías en ese nicho y, de hecho, algunos dirigentes del PJ porteño forman parte de su equipo de gobierno en la Ciudad de Buenos Aires.
“Pero, ¿el peronismo aceptará sólo el segundo lugar en la fórmula presidencial?”, fue la pregunta casi obligada. “Si el PJ no acepta, en ese caso a Mauricio le conviene apostar a la reelección en la Ciudad.”
Claro que todavía faltan dos años para las elecciones de 2011; en lo inmediato, los Kirchner parecen volver al sueño de una fuerza transversal, de centroizquierda, pero antes tienen que armar un nuevo esquema para seguir gobernando en una situación de debilidad política, que es inédita tanto para ellos como para los numerosos adversarios que han sabido cosechar dentro y fuera del peronismo.