Por Hernán de Goñi
La popularidad del Procurador del Tesoro suele ser inversamente proporcional a la responsabilidad que ejerce en el organigrama del Estado. Es un funcionario que suele tener muy bajo perfil, pero una tarea enorme: es el responsable de defender el patrimonio del Estado en todos los pleitos que se libran ante la Justicia. No es un ministro, pero tiene su jerarquía. Recibe órdenes directamente de la Presidencia y ejecuta sus estrategias.
Osvaldo Guglielmino no dejó su cargo por demostrar incapacidad en su función. Nadie le puede achacar falta de experiencia: llegó al cargo con 20 años de actuación en la Justicia, trece de ellos como juez del fuero al que tuvo que combatir por pedido de los Kirchner.
La estrategia legal del oficialismo en la batalla por las reservas y el control del BCRA la diseñó Carlos Zaninni. Fue una arquitectura que traducía urgencia política y por eso se plasmó en dos decretos de necesidad y urgencia. Pero después de idas y vueltas, la Cámara de Apelaciones la derribó sin contemplación.
Guglielmino actuaba como defensor, pero le hicieron pagar el costo de no ser buen querellante. Anoche dijo que el caso Redrado era para psiquiatras más que para abogados. Por diplomacia y lealtad política, no reveló a quién le correspondía el diván.
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