Cada vez hay menos lugar para la confrontación vacía y la hoguera de vanidades

jueves, 27 de mayo de 2010

Por Alfredo Leuco
El mensaje de las multitudes

La movilización más grande de la historia del país tiene un mensaje en sus entrañas. Los políticos y los periodistas tenemos la obligación de intentar descifrarlo. Preguntarnos, ¿Qué quisieron decir esos millones de argentinos en las calles? En parte fue puro festejo, celebración sin segundas intenciones.


Ganas de gritarle al mundo que cumplimos 200 años y que sentimos orgullo por la patria. Pero hay algo más. Sospecho que debe haber algo más. Cuando las multitudes toman por asalto el espacio público nunca son neutrales. Siempre hay un tesoro que hay que descubrir. Un reclamo, alguna demanda oculta que hay que encontrar.

Estamos hablando de algo tan subjetivo que seguramente habrá tantas interpretaciones como personas hubo. Cada uno tuvo su motivación personal. Pero hay un denominador común que empujó tanta gente en el mismo momento al mismo lugar. Sería un despropósito pensar que todos eran kirchneristas o que todos eran opositores. Salvo en Luján casi no hubo banderas partidarias.

Lejos de ambos extremos creo que fue una expresión contundente del argentino medio que no tiene puesta ninguna camiseta. Que es un ciudadano independiente que no tiene a la política como el eje central de sus días. Que quiere ver feliz a su familia, que aspira a un país con más equidad y desarrollo y que quiere disfrutar la vida en paz. Que está harto de los enfrentamientos a veces infantiles y a veces lejos de sus intereses que se producen en el poder. Que le da bronca ver a sus dirigentes confrontar todo el tiempo y que siente fatiga moral. Que esta cansado de tanto insulto y tanta chicana. Que quiere un país unido no en la uniformidad de un discurso único pero si en una agenda de estado donde el combate contra las injusticias y por la mayor libertad posible sea una bandera compartida por todos los bien nacidos de este territorio común. Por eso pensé que una vez mas el pueblo dio un ejemplo de madurez.

Sin dogmatismos se unió en las calles y en las plazas para celebrar como si fuera el cumpleaños de un ser muy querido llamado Argentina. Por momentos parecíamos una familia que revalorizaba sus propias creaciones y que apostaba a un futuro próspero para todos. Ojo que no quiero hacer demagogia y decir que tenemos un pueblo maravilloso y una clase dirigente desastrosa.

No creo en las sociedades angelicales con políticos diabólicos. Creo que los que dirigen expresan nuestras miserias y nuestras grandezas. Que hay que perfeccionar los mecanismos de selección política para que lleguen los mejores. Los mas preparados para gobernar, los mas honrados y solidarios. Los más patriotas para decirlo en términos del Bicentenario.

Esta vez, como en el 2001, el pueblo tuvo la iniciativa y mostró el camino. Los políticos y los medios de comunicación corrimos desde atrás los acontecimientos porque no fuimos capaces de anticiparlos. Esta es otra señal para escuchar.

Hay veces que las grandes mayorías nacionales tienen demandas y esperanzas que están lejos de los temas que se hablan y de discuten en la cima del poder. Por eso vale la pena intentar leer correctamente lo que pasó en estos días gloriosos de mayo.

Justo en el momento en que la dirigencia mostró sus diferencias y sus fracturas mas profundas, los argentinos se mostraron mas unidos que nunca. Con una sola bandera. Pero con pluralidad. Con alegría y esperanza. Con generosidad y sin mezquindades. Con grandeza y sin chiquitajes.

Cada vez hay menos lugar para la confrontación vacía y la hoguera de vanidades. Cada vez hay más lugar para construir un nuevo país sin rencores ni agresiones. Un país para todos. Por 200 años más.

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