Cristina perdió una ocasión inmejorable para darle una pincelada de barniz modesto a su habitual personalidad presuntuosa y sectaria

miércoles, 26 de mayo de 2010

Por Eduardo van der Kooy

¿Tendrá, al final, el Bicentenario alguna derivación política? ¿Serán capaces Néstor y Cristina Kirchner, o también la oposición, de capitalizar la aluvional participación social de estos días? ¿Podría aventurarse detrás de esa conducta colectiva algún pronóstico electoral para el año próximo?


Los interrogantes empezaron a cobrar fortaleza no bien se acercó el epílogo de la celebración. Si algo quedó claro en los últimos cuatro días fue una cosa: la sociedad pareció celebrar de modo genuino y desinteresado los 200 años de la Argentina; las conjeturas permearon sólo entre políticos, economistas, empresarios y periodistas.

Con todo, el Bicentenario dejó plasmadas un par de realidades similares a las existentes hasta ahora.

¿Cuáles? Los Kirchner no asoman todavía preocupados por interpretar las señas de importantes núcleos de la comunidad que aspiran a una convivencia menos traumática que la actual. Sí parecen empeñados, en cambio, en afianzar a los sectores populares que les son fieles con un estilo político y un sistema de poder que desconoce concesiones.

Como contrapartida, la oposición estuvo atenta siempre a tratar de sintonizar con las demandas sociales de armonía. Pero de esa buena voluntad no se trasunta todavía ninguna alternativa política que pudiera seducir para las elecciones del año que viene.

Los mensajes de los Kirchner fueron varios y bastante uniformes. El primero, la ausencia de Cristina en el desfile militar de la jornada inaugural. El argumento de una "acumulación de cansancio", que deslizaron portavoces de la Casa Rosada para justificar aquella ausencia, sonó débil. La Presidenta soportó estoicamente, hace algunas semanas, la parada militar del festejo en Venezuela junto a Hugo Chávez y con el calor y la humedad infernales de Caracas.

El matrimonio prefiere, en este tiempo, no experimentar sobre el antimilitarismo y la política actuada en materia de derechos humanos que sirve para amalgamar a sectores nada despreciables del kirchnerismo. Existe un dato cierto: los Kirchner han carecido estos años de un plan hacia las Fuerzas Armadas que exceda la revisión del pasado. ¿Por qué razón hacerlo ahora, cuando el capital político no sobra y la pareja enfrenta un momento decisivo para su proyecto de seguir en el poder en el 2011?

Otras poses públicas de la pareja presidencial apuntaron también a exhibirse como siempre. Intransigentes con aquellos que los desafían o representan un potencial riesgo. La reyerta de Cristina con Mauricio Macri, que concluyó con su ausencia en la reapertura del Colón, estuvo envuelta por el humo espeso. La excusa del supuesto agravio -más allá de la inoportuna ironía del jefe porteño- le permitió apartarse de una geografía incómoda. No sólo por una hipotética hostilidad de la concurrencia. Además, porque ese palco del teatro estuvo colmado por dirigentes a los cuales los Kirchner no les dispensan ninguna simpatía.

Macri es visto por el matrimonio como una acechanza para el 2011. Carlos Reutemann puede ayudar a aglutinar -habrá que verlo- al peronismo disidente. Con el socialista Hermes Binner las distancias se han estirado en los últimos meses. Julio Cobos es, según ellos, el paradigma de la traición. Gerardo Morales y Ernesto Sanz son de los radicales que más los critican. Radicales y socialistas andarían tramando una fórmula conjunta para el 2011.

Ricardo Lorenzetti -también en aquel palco apareado a Macri- dejó de encantar hace rato a la Presidenta, que insistió para encumbrarlo en la Corte Suprema. Habría que reparar en los máximos jueces. Ninguno de ellos asistió al Tedeum en Luján, al cual habían sido invitados. Los asientos de Lorenzetti y de Juan Carlos Maqueda quedaron vacíos y, para disimular esas ausencias, Aníbal Fernández, el jefe de Gabinete, se encargó de hacer una rápida redistribución de lugares. La tensión con la Corte viene de lejos. Pero escaló cuando el Tribunal resolvió la semana pasada establecer límites para los DNU (Decretos de Necesidad y Urgencia). Esos límites, de modo objetivo, constituyeron un aval para los reclamos de la oposición en el Congreso.

La impresión final que quedó en el Colón fue que Cristina perdió una ocasión inmejorable para darle, al menos, una pincelada de barniz modesto a su habitual personalidad presuntuosa y sectaria. No hubo en el teatro el mínimo atisbo de la posibilidad de algún desaire hacia ella. Podría haber opacado, incluso, al propio Macri que no terminaría nunca de sentirse seguro con el papel que desempeña. Y haber aflojado, de paso, las inminentes tensiones que le aguardan con Mujica. El mandatario de Uruguay fue al Colón porque el teatro, sencillamente, lo deslumbra. Pero fue también un mensaje para su propia clientela política uruguaya, que le achaca desde que asumió ser extremadamente contemplativo con los Kirchner.

Los Kirchner tampoco transigieron con la cena de gala en la Casa Rosada. Dejaron afuera a Cobos y dejaron afuera, además, a los ex presidentes Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde. No tuvieron en cuenta la doble excepcionalidad del acontecimiento. Por un lado el Bicentenario; por otro una reunión en el Salón Blanco que posee, apenas, un par de antecedentes: una cena que ofreció en la década del 30 el general José Félix Uriburu y otra realizada por Arturo Illia cuando agasajó al entonces presidente de Francia, Charles De Gaulle.

No hay excepcionalidad que valga para los Kirchner. El cardenal Jorge Bergoglio y monseñor Agustín Radrizzani coincidieron, en la médula, con las homilías que pronunciaron en la Catedral y en Luján. Ambos subrayaron, en este época de la Argentina, la necesidad de un mayor ejercicio del diálogo y de la búsqueda de consensos. Al menos durante los días del Bicentenario, los Kirchner se dedicaron a otra cosa.

Incluso aprovecharon la ceremonia religiosa en Luján para darse un baño de política callejera. Hubo una movilización muy bien organizada que agasajó al matrimonio cuando abandonó la Catedral. Tan organizada, que hasta llamó la atención el aporte del gobernador de Tucumán, el kirchnerista José Alperovich. Los últimos actos kirchneristas han costado un dineral: desde aquel del regreso de Kirchner a Río Gallegos hasta los realizados en Córdoba y Paraná. Kirchner supone que el Bicentenario podría ser el primer trampolín en el proyecto hacia el 2011. En dos semanas se larga el mundial de fútbol, donde también depositan esperanzas.

Las fantasías pueden demasiadas veces más que la realidad. Raúl Alfonsín también soñó en 1986 cuando la Argentina obtuvo el campeonato del mundo en México de la mano de Diego Maradona. Un año más tarde perdió las elecciones legislativas, que terminaron por acelerar su salida de poder y sepultaron sus proyectos.

Una lección que los Kirchner, embriagados ahora por el acompañamiento social del Bicentenario, no deberían desdeñar.

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