La intransigencia de los Kirchner y su pavorosa ausencia de escrúpulos para actuar

domingo, 18 de abril de 2010

Por Eduardo van der Kooy

Después de los traspiés en Diputados y el Senado, los Kirchner desataron nuevas presiones. Julio Cobos, varios medios de comunicación y la Justicia fueron los blancos. El pacto con Menem se diluyó por las deserciones en el bloque oficial. La oposición, algo reconfortada.

Para Cristina Fernández, Julio Cobos es a cargo del Senado un simple croupier. Para Néstor Kirchner, en cambio, Eduardo Fellner, el titular de Diputados, sería un inútil. El matrimonio presidencial tiene una enorme facilidad para caer en la descalificación y la amenaza, para navegar sobre el voluntarismo o minimizar la realidad cuando esa realidad empieza a convertirse en una trama inconveniente para ellos.

Cobos convalidó la votación por mayoría simple que modificó en el Senado el régimen de coparticipación del impuesto al cheque. A juicio de los Kirchner debió haber sido aprobada, por tratarse de un tributo, con mayoría especial. Muy discutible.

Fellner bendijo también por mayoría simple la derogación del controvertido DNU que le permitió a la Presidenta hacer uso de las reservas del Banco Central. La medida fue empujada por el arco opositor. El kirchnerismo reclamó, en vano, que se hiciera prevalecer la proporción de dos tercios.

El vicepresidente viene siendo hostigado por el Gobierno desde que laudó en favor del campo, al tumbar en el Senado la resolución sobre las retenciones. El fastidio con Fellner resulta novedoso: un par de diputados ultrakirchneristas estaban analizando en las últimas horas cómo recortarle la injerencia en la secretaría parlamentaria que quedó intacta cuando, con la anuencia opositora, resultó reelecto en el cargo.


Ni la hipotética responsabilidad que los Kirchner achacaron a Cobos y a Fellner alcanzaron a ocultar el verdadero trasfondo político de la última semana.

Por primera vez desde marzo el Congreso funcionó. Se quebró una parálisis que, a todas luces, resultaba funcional a los intereses del matrimonio. La oposición ha logrado también trazar ciertos límites, todavía lábiles, al desenvolvimiento habitualmente avasallante del Gobierno.La nueva pintura no significa, para nada, el prólogo de una escena política distinta.

No lo permitiría ni la insanable heterogeneidad opositora ni la falta de consolidación de sus líderes principales. También el Gobierno se deshoja y pierde solidaridades: pero posee los resortes del poder del Estado y posee la caja. Posee además una pavorosa ausencia de escrúpulos para actuar.

Entre las desventuras de un bando y del otro, la Argentina se asoma a un tiempo político donde todas las victorias y todas las derrotas serán, casi siempre, parciales y momentáneas. El kirchnerismo y la oposición deberán acostumbrarse a las incomodidades de un sube y baja.

La oposición descubrió rápido su precariedad cuando luego de conquistar la mayoría en Diputados y, en apariencia, en el Senado, no logró hacer funcionar el Congreso. El kirchnerismo recién pareció tomar conciencia la semana pasada de que sus fuerzas son inferiores a las que indicarían el número de diputados y senadores de que dispone ahora.

Sus voces más sonoras, las de Agustín Rossi y Miguel Angel Pichetto, los jefes de los bloques oficialistas, tampoco tienen el efecto que tenían. Rossi instó varias veces a Fellner para que aceptara la votación del DNU sólo con los dos tercios. Pero naufragó ante la persistencia opositora, sobre todo de Felipe Solá, Elisa CarrióOscar Aguad.

Otro reflejo del viraje de una época quedó sellado en la votación. El kirchnerismo perdió en Diputados por una diferencia de 47 votos, un guarismo desconocido desde el 2003. Esa diferencia, por algunos matices, resultó incluso todavía mayor: de las 6 abstenciones, la mitad perteneció a hombres del PJ o de aliados.

En el Senado, el kirchnerismo no se asoma a un panorama más esperanzador. El pacto con Carlos Menem –difícil ya de rebatir– para privar del quórum a la oposición no fue burlado por el ex presidente ni dinamitado por los opositores. Una kirchnerista sin careta, la senadora formoseña, Adriana Bortolozzi, derrumbó en un instante con su presencia en el recinto la esforzada estrategia oficial.

¿Cómo pudo suceder? Hace rato que en el bloque oficialista se viene incubando malestar a raíz de la intransigencia de los Kirchner. El matrimonio le había ordenado a Pichetto el miércoles que tampoco diera quórum. Pero la sorpresa se coló por el lado menos pensado. Esta vez la siesta la durmió el oficialismo, como le había ocurrido a la oposición con el brinco de Menem.

El caso de Bortolozzi no es un caso aislado. Provocó más impacto, quizá, porque se trata de una legisladora de perfil llano, alejada siempre de las polémicas políticas. Pero el jujeño Guillermo Jefenes, cuando vuelva del exterior, dejará de pertenecer al bloque oficialista. El misionero Luis Viana ya no está y, probablemente, el neuquino Horacio Lores empiece también a acomodarse entre el kirchnerismo y la oposición, como lo hacen la santafecina Roxana Latorre o el pampeano Carlos Verna. "Tenemos que pensar que nuestro número estable en el Senado será 33", admitió un viejo peronista.

Tal vez, desmenuzando la votación del miércoles, ese hombre tenga razón. El kirchnerismo logró la aprobación del pliego de Marcedes Marcó del Pont para el Banco Central por 35 votos a 34. Aunque en la reforma a la ley del cheque perdió 35 a 33. Es decir, resignó dos votos entre una y otra prueba.

Marcó del Pont zafó del compromiso sólo gracias a la abstención de Menem.El Senado también podría volverse inasible para los Kirchner. El bloque oficialista se desgrana. Parece haber perdido además la capacidad de manipular el quórum. Tienen a Cobos como árbitro de la Cámara. Pasaron sólo un puñado de horas antes de que el kirchnerismo redoblara la embestida contra el vicepresidente.

Cristina, Rossi, Aníbal Fernández y Hugo Moyano recurrieron al argumento de la supuesta traición. Pero también se escandalizaron por la permeabilidad de Cobos para cumplir con la Constitución. Suena a broma la preocupación de aquella primera plana kirchnerista –incluída la Presidenta– por el respeto constitucional. Pero en el mísero teatro de la política argentina cabe todo. También la hipocresía.

Cobos no pareció tener ahora la misma conducta que evidenció durante los últimos aprietes kirchneristas. Defendió la votación de la reforma a la ley del cheque. Sus vacilaciones en el pleito por las reservas del Banco Central pudieron servirle de escarmiento. Desde ese momento, la discusión sobre su candidatura presidencial creció en el radicalismo. También su imagen pública se empezó a erosionar. Irrumpió además Ricardo Alfonsín, moviéndose a la par del vice con ínfulas de candidato. Esa pretensión del hijo del ex presidente radical se mantiene intacta.

Cobos estaría dispuesto a repetir la receta que más éxito le dio. Cada pelea con los Kirchner podría volver a fortalecerlo. Pero hay que tener buenas espaldas para soportarlas. La pelea es una esencia insustituible de la política del matrimonio. La Argentina podría estar así encaminándose hacia un nuevo y enorme conflicto institucional.

Al matrimonio Kirchner no le preocupan demasiado esos conflictos. Le preocupa que la economía no se frene y le preocupa, sobre todo, el dinero. Como ese dinero empezaba a escasear sucedieron dos cosas: el uso de las reservas del Central y el lanzamiento del canje de la deuda, que le permitiría al Gobierno capturar alguna tajada de la liquidez que anda por el mundo.

De esa manera piensan mantener amansado al peronismo. Apuestan además a que la fragmentación opositora no concluya nunca. Bajo esas condiciones, Kirchner ensayaría un regreso en el 2011.

La enunciación parece sencilla. El camino a recorrer es escarpado e ingrato. La impopularidad de los Kirchner resulta grande –según la unanimidad de las encuestas– y no hay señales que presagien una reversión. Mucho menos cuando ellos y sus hombres hacen lo que hacen. El discurso del poder está orientado siempre hacia la división y la refriega. Está orientado a reproducir tiempos idos, de extrema polarización, que nunca concluyeron bien y provocaron en la historia una recurrente y nociva vuelta de campana.

La Justicia está siendo cercada. Cristina habló de "riesgo institucional" porque la Corte Suprema no se expide sobre una medida cautelar que mantiene suspendida la vigencia de la ley de medios. Hebe de Bonafini, en un acto oficial, calificó de "decrépito" al Tribunal, tal vez porque uno de sus miembros, Carlos Fayt, tiene 92 años. ¿Habría que arrojarlo, por eso, por una ventana?. Los diputados kirchneristas Alejandro Rossi y Carlos Kunkel mienten –y lo saben– cuando aseguran que la presencia de Fayt en la Corte es inconstitucional.

Varios medios de comunicación y periodistas sufren espionaje e intimidaciones. La mayoría de ellas anónimas. Otras no. Aníbal Fernández se pavoneó en público luciendo una remera con el logotipo adulterado de este diario: el clarinete no salía de la boca sino del trasero. El jefe de Gabinete tiene una vulgaridad proverbial. Cuando habla y gesticula. Sería lo de menos: alarma la banalidad y desaprensión con que desempeña el cargo más importante de la estructura ministerial.

Aníbal Fernández siempre es hombre dispuesto cuando los Kirchner necesitan provocar temor y acobardamiento. Ese vaho sobrevuela ahora con peligrosa intensidad la Argentina. ¿Cómo se explicaría, si no, el miedo confesado por Bortolozzi cuando simplemente resolvió cumplir su papel de senadora en el Congreso?

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