Un juego de esgrimistas

viernes, 16 de abril de 2010

Por Ignacio Fidanza

La mirada lineal de la política sigue las peleas del Senado como un Boca-River, en el que una semana gana el oficialismo y otra la oposición. Lo cierto es que para una creciente mayoría de peronistas críticos de Kirchner, el negocio no es derrotarlo, sino tenerlo –hasta último minuto- sobre el filo de la navaja.


En el Senado la política se está tomando una revancha en grande, después de cruzar un largo desierto de disciplinamiento a fuerza de cheque y látigo, de mandoneos y ordenes iracundas. El dispositivo básico consiste en crear un grupo de senadores que no son ni oficialistas ni opositores, que navegan a media agua y se articulan y desarman según la semana en cuestión.

Un juego de esgrimistas, donde los verdugos de hoy son los héroes de mañana, que además cambia de protagonistas y obliga al Gobierno a iniciar negociaciones de cero. Así como Menem logró erigirse en la obsesión de la Casa Rosada, cuando creían resuelto el problema, amenazó Viana, Jenefes inició un imprevisto viaje y la formoseña Bortolozzi asestó el golpe final.

La mirada lineal sería que aún con todas esas maquinaciones, los peronistas disidentes no lograron voltear a Marcó del Pont. Pero en el aire de la intensa sesión de ayer, quedó flotando la sensación de una comedia planificada, con sus picos de drama “estoy sola y tengo miedo” y sus vueltas de campana sobre el final (Viana votando contra la coparticipación del impuesto al cheque y Menem ausentándose).

“No hacía falta que Viana vote la coparticipación del impuesto al cheque, Bortolozzi ya había dado quórum y Jenefes estaba afuera”, explicó con lógica implacable un operador vinculado a este trío, que según la ocasión se repartirá los roles de opositores y oficialistas.

¿Cuál es la ventaja de este alambicado juego? Forzar a los hasta hace poco implacables Kirchner a negociaciones extenuantes, semana a semana ¿Qué se negocia? Más allá de las fantasías de valijas llenas de dinero, lo cierto es que se trata de políticos que aspiran a extender su poder territorial y en consecuencia suelen reclamar herramientas para desarrollar ese trabajo, como lugares en las delegaciones locales de la Anses, la AFIP y la Aduana, por ejemplo. Herramientas administrativas que en las provincias otorgan no poco poder a quien las controla.

Estos líderes tienen en común que no son Gobierno en sus provincias. Es decir que “están sueltos” como dicen los peronistas. Enfrentados con sus respectivos gobernadores y con proyectos políticos para reemplazarlos, ninguna extorsión de obras o fondos que imagine Kirchner sobre sus provincias les hace mella. Es más, si se concretara, les resulta funcional porque debilita a sus adversarios internos.

Por eso, Kirchner se ve obligado a entablar una negociación directa –obviando a los gobernadores- y en consecuencia en comprometer recursos del Estado nacional para cerrarla.

Como es obvio, si se pasaran directamente a la oposición, el gobierno perdería la mayoría de manera definitiva en el Senado, y ya no habría nada que negociar. Lo interesante es mantener la incertidumbre.

El hombre que acorraló a los Kirchner

El cerebro de esta sofisticada trampa es el pampeano Carlos Verna a quien asesora un veterano de varias guerras, el ex senador Ricardo Branda. Verna y Branda son dos viejos lobos de mar que lideraron en los noventa la expulsión de Cristina Kirchner del bloque de senadores peronistas. Con la llegada al poder de los santacruceños sufrieron un largo ostracismo político y algunos problemas judiciales en el caso de Branda.

Maravillas de la política, hoy los Kirchner se ven forzados a solicitar su colaboración, placer divino que comparte Carlos Menem. Nada es casual. Lejos de la cantinela indignada de los opositores recalcitrantes, estos curtidos políticos encuentran más edificante crear el escenario para que a los Kirchner no les quede otro remedio que pedirles –de buenos modos- su respaldo.

Venganza acaso más interesante que propinarles una derrota estruendosa, es administrar su supervivencia legislativa. Y darse gustos notables como el que se obsequió ayer el “demonio” neoliberal de Menem, salvando al emblema del neokeynesianismo kirchnerista, la titular del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont.

El peronismo demuestra una vez más que por algo el resto de las fuerzas políticas parecen jugar en una división distinta –por no decir inferior-. La foto de José Pampuro a las risas y abrazos con Menem es un mensaje durísimo a Kirchner.

Las fronteras entre el carcelero y los reclusos, para espanto del primero, se diluyen y por algún oscuro designio las paredes de su palacio empiezan a asemejarse a las del calabozo.

Pampuro ya está de este lado”, exageró un peronista opositor. Pero lo cierto es que la magia del momento es que los lados –en el peronismo- se están borroneando. Y lo más notable, los Kirchner no pueden hacer mucho más que lanzar veladas amenazas al viento y resignarse.

Tiempo atrás, quisieron asustar a Pampuro con el eventual reemplazo del santacruceño Nicolás Fernández y cuando les avisaron que junto con el bonaerense se podían ir hasta diez senadores, tuvieron que embolsar la amenaza. Hoy les sucede algo parecido con Miguel Ángel Pichetto.

Prometen castigos que ya no están en condiciones de asegurar y desconfían –con razón- hasta de sus generales más cercanos. Esos mismos que se han dado la delicada tarea de administrar el declive de sus jefes. Nada nuevo, apenas una señal más de esa maravillosa capacidad que tiene el peronismo de reinventarse.

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