El Análisis Político de la Encuesta sobre Intención de Voto de Aresco

viernes, 23 de abril de 2010

Por Julio Blanck

Apareció el número. El que mencionaban los análisis de la oposición y las informaciones que se filtraban desde el núcleo duro del kirchnerismo. El número confirma que hay una mejora relativa de Néstor Kirchner y de la imagen del Gobierno. Pero también que hay un techo por ahora impenetrable. El número apareció en la única encuesta nacional conocida sobre intención de voto, y coloca a Kirchner casi exactamente en el mismo lugar en el que quedó estampado Carlos Menem hace siete años, en abril de 2003.


El sondeo de la consultora Aresco, que dirige el experimentado sociólogo peronista Julio Aurelio, fue realizado entre el 12 y el 14 de abril y abarcó 3.108 casos. Cuando se preguntó por el candidato a presidente preferido para 2011, Kirchner trepó hasta el 23,9% en intención de voto. Más atrás vienen Julio Cobos con 16,9% y Mauricio Macri, con 14,9%.

¿Dónde está la similitud con Menem, más allá de las funcionalidades recientes del riojano para con los deseos kirchneristas en el Senado? En que Menem fue ganador de la primera vuelta presidencial del 28 de abril de 2003, con el 24,3% de los votos nacionales. Pero ese caudal inicial no encontró manera de incrementarse de cara a la votación decisiva, por la corriente abrumadora de rechazo a su figura, una de las pocas cuestiones verdaderamente transversales en la política de la última década. Ante la certeza de una paliza histórica Menem desertó de la segunda ronda y Kirchner fue proclamado presidente, después de lograr el 22,0% en la vuelta inicial.

Hoy, con todo el repunte a cuestas, Kirchner alcanza ese 23,9% de la encuesta. Y en todos los análisis aparece muy comprometida su posibilidad de sumar apoyos que le permitan traspasar la barrera del 40%, el porcentaje que la Constitución establece para conquistar la presidencia sin necesidad de una segunda vuelta, siempre que el ganador le saque más de 10 puntos de diferencia al segundo.

La hipótesis sobre la que trabaja el oficialismo es que Kirchner será el candidato. Así lo están trasmitiendo sus coroneles en todo el país a las tropas territoriales. Si terminará siendo o no el candidato se verá en su momento. Pero no hay modo de encarar la cuesta empinadísima del 40% si no es haciéndole saber a todos que se va por ese objetivo. Cualquier duda alejará voluntades hacia otros, liderazgos, que prometan más tracción electoral y cobertura política y social.

Si el dinero es cobarde, mucho más lo son los políticos que enfrentan la encrucijada de conservar el poder o practicar alguna forma de lealtad. Kirchner puede dar lecciones de eso después de haber triturado a Eduardo Duhalde, el hombre que lo llevó al poder.

Quizás en pocas semanas Kirchner pida licencia en la Cámara de Diputados para asumir la presidencia de la UNASUR. No es que lo seduzca el puesto diplomático, ha sido más bien renuente y extraño a todo lo que huela a relaciones internacionales. Pero así podrá tener las manos formalmente libres para construir su candidatura. De ese modo intentará retener todo el poder posible, todo el tiempo posible. De paso, conservará la protección que otorgan sus fueros como diputado, condición que se va a extender más allá del final del gobierno de su esposa. Nadie podrá decir que Kirchner es poco precavido.

Mientras Kirchner urde su trama con determinación y la oposición no peronista, sin proyecto en común, se desgrana en competencias personales, el peronismo disidente entró en una zona deliberativa. Allí se confunden posibles liderazgos y se demoran los armados políticos. Es el escenario soñado por Kirchner para su proyecto improbable.

Francisco De Narváez sospecha de Duhalde. Dice que la única manera de ganarle al kirchnerismo es unir a todo el peronismo opositor y que el ex presidente, al armar por su cuenta, termina siendo funcional a Kirchner.

Las encuestas muestran hoy que Duhalde no está aún en condición electoral competitiva. Pero es el único peronista opositor que trabaja abiertamente por su candidatura. Si hasta De Narváez bajó la intensidad de su instalación nacional, admitiendo incluso que podría terminar como candidato en la Provincia, una postulación para la que no tendría que gestionar ninguna enrevesada autorización de la Corte Suprema.

De Narváez metió el freno después de su reunión a solas con Carlos Reutemann: allí convinieron que no era momento para hablar de candidaturas. Lógica pura: con el kirchnerismo operando con ferocidad y los gobernadores e intendentes preocupados sobre todo por pagar sueldos, salir antes de tiempo era ofrecerse como blanco móvil, sin protección alguna.

Claro que siguiendo la lógica pura no se escribe la historia. Y esa prudencia, tan propia de Reutemann, termina debilitando el espacio de construcción alternativa. También eso es funcional a Kirchner.

Por ahora, De Narváez se concentra más en la Provincia. Llegó a una precaria recomposición con Felipe Solá y delegó en José Scioli la elaboración de una agenda provincial. Por el lado de Solá hará ese trabajo Martín Lousteau: el hermano del gobernador y el ex ministro de Economía empezaron a trabajar juntos esta semana.

En el ligero desconcierto que atraviesa al peronismo opositor, algunos empezaron a mirar con más interés los movimientos de Juan Manuel Urtubey, el gobernador de Salta, que va marcando una huella de diferenciación con el kirchnerismo.

Hay una conexión, por momentos titubeante, entre Urtubey, los gobernadores de Córdoba, Juan Schiaretti, de San Luis, Alberto Rodríguez Saá, y de Chubut, Mario Das Neves. Eso se engarza con el peronismo de Reutemann en Santa Fe y de Jorge Busti en Entre Ríos.
Estos movimientos tienen altibajos. Urtubey, por ejemplo, firmó la solicitada junto con los gobernadores que visitaron a la Presidenta en Olivos. En ese texto aceptaron que no se les gire un peso más a sus provincias por el impuesto al cheque. Sólo dos peronistas que estuvieron aquel día en Olivos se abstuvieron de acompañar esa resignación del reclamo: el cordobés Schiaretti y el pampeano Oscar Jorge.

De esas idas y vueltas estará hecha la política peronista de los meses por venir. Los únicos que caminan en una sola dirección, sin respiro, son Kirchner y Duhalde. Es como si la historia se volviera a repetir. El súbito protagonismo de Menem, ayudando al oficialismo en el Senado, cierra la parábola de lo que ya fue.

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