Por Sergio Crivelli
El Congreso estará trabado hasta la próxima renovación, si oficialistas y opositores siguen enredados en un forcejeo inútil. La economía navega en piloto automático por falta de definiciones. Si no hay plan antiinflacionario con una inflación que apunta al 25% anual, la fuga de capitales continuará.
La actual sensación de laberinto sin salida no obedece, sin embargo, a las instituciones, a esta dirigencia o a la coyuntura económica, sino al sistema político, que necesita un cambio ya impostergable. Lo que fracasó no es el gobierno de los Kirchner -o no sólo el gobierno de los Kirchner- sino su proyecto de poder.
Intentaron fundar un régimen cesarista que funcionó algún tiempo, pero que ahora colapsa por falta de César. Prueba patética de esto fue la reunión de la presidenta Cristina Kirchner en Olivos con diputados y senadores todavía fieles, pero cada día menos fieles y menos numerosos.
Todos los peronistas -civiles o militares- han pretendido repetir la experiencia del fundador de su partido, que encabezó en los "40 una revolución conservadora, reemplazando a los conservadores civiles por conservadores militares. Convencido de que poseía un liderazgo único, Perón intentó colocarse por encima de las clases. Su ensayo bonapartista duró menos de dos períodos presidenciales. A partir de esa experiencia la mayoría de sus seguidores soñó con un poder similar, sin reparar en que el cesarismo muchas veces termina mal. Prefirieron recordar la plaza llena y olvidarse del 55.
Perón se mantuvo en el poder 9 años y su más exitoso sucesor, Carlos Menem, 10. Pero lo hizo con un estilo diferente. Toleró el disenso, respetó las libertades individuales y evitó que el Estado adquiriera una completa autonomía, ahogando a la sociedad. Ambas gestiones concluyeron, sin embargo, en fuertes crisis. El Estado hipertrofiado por Perón abortó el despegue del país en la posguerra y devastó a la economía durante décadas.
La convertibilidad menemista -un maquillaje para la inflación- terminó en la catástrofe económica más grave en muchas décadas.
Los Kirchner van por su séptimo año y se están quedando sin nafta. Las dificultades económicas de estos días no amenazan, de todas maneras, con derivar en otro desbarajuste descomunal (por lo menos no de modo obligatorio). Pero para evitar que las crisis se repitan no sólo deben ser reemplazados los Kirchner, sino también sus sucesores deben renunciar al absolutismo, porque ha sido esa la causa principal de los terremotos que acompañaron cada cambio de guardia en la Casa Rosada por más de medio siglo.
El bonapartismo pudo ser una herramienta política en la Francia del siglo XIX o en la Argentina de mediados del XX, pero hoy es una rémora. El liderazgo carismático es también otra pieza de museo como lo demostró Francisco De Narváez con un marketing bien diseñado hace menos de un año. No funciona ni en La Matanza.
Lo que hace falta es un liderazgo moderno y un cambio de cultura política acorde que empiece por la dirigencia y se extienda al resto de la sociedad. Y el primer paso hacia el cambio lo deben dar los dirigentes para que las crisis dejen de repetirse en forma crónica.
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