Por Julio Blanck
Ninguno de los presentes en la reunión tiene la apostura ni el carisma que supo derramar James Dean, pero uno de ellos se animó a jugar con el título de una de sus famosas películas: "Nosotros somos rebeldes con causa. El problema es que no sabemos bien cuál es esa causa".
Lo dijo un intendente bonaerense y lo festejaron, entre divertidos y resignados, sus colegas convocados el miércoles por la noche en el cóctel de apertura de la casa de Bahía Blanca en la Capital. Una buena excusa para que el bahiense Cristian Breitenstein, el platense Pablo Bruera, el jefe comunal de Tigre, Sergio Massa, y el de Olavarría, José Eseverri, se volvieran a ver las caras, para avanzar en el diseño de una alternativa crítica al kirchnerismo.
En ese emprendimiento se agregan otros intendentes, del Gran Buenos Aires y del interior provincial. Ellos dicen que, sumando sus comunas, gobiernan a dos millones de bonaerenses.
A Daniel Scioli la iniciativa le causa cualquier cosa menos simpatía. Pero el gobernador, que nunca se va a pelear con nadie, jamás hará público su incordio. El miércoles, temprano, pasó por el lugar para encabezar la inauguración del local.
Más allá del origen y trayectoria política, donde se mezclan desde peronistas puros hasta radicales y liberales convertidos, estos caciques municipales están decididos a seguir el mandato de Juan Perón y no sacar los pies del plato. Van a jugar por dentro del Partido Justicialista, presentándose a la elección interna. "Mantenernos en el PJ con identidad propia" es el objetivo que se proponen. Se dice más fácil de lo que se hace.
De ellos, el que ya piensa en una proyección mayor es Massa, que le apunta a la gobernación. El grupo coincide en considerar la gestión como el trampolín más eficaz para cualquier proyecto político. Quieren vender una imagen de modernidad y moderación, como contracara del pensamiento binario y la crispación que atribuyen al modelo de poder kirchnerista.
Lo hacen por convicción, seguramente. Pero también por conveniencia. "La gente está cansada de ver el puterío de la política. Los políticos se pelean en el Congreso, hablan de los DNU y no de los precios", se oyó decir esa noche.
Por cierto, es una mirada que bien le cabe a la oposición, que está entrampada tristemente en esa estrategia oficialista de parálisis parlamentaria. Pero estos intendentes pretenden ser críticos desde adentro y no opositores desde afuera. Como se ve hasta ahora, la sola pretensión no garantiza el resultado.
Miran a Carlos Reutemann como el candidato capaz de aglutinar a buena parte de los que hoy se dicen kirchneristas, sumándolos al peronismo abiertamente disidente y a los kirchneristas críticos como ellos. El que más habla con el senador santafesino es Massa, quien el miércoles volvió a expresar ante sus aliados la convicción de que Reutemann terminará siendo candidato, aunque ninguna definición se producirá pronto. Su afirmación recibió respuestas escépticas.
Otro referente al que mira este grupo es el gobernador Juan Manuel Urtubey, que desde Salta viene perfilando una línea de alejamiento progresivo, quizás irreversible, con el núcleo duro kirchnerista. Cerca de Urtubey se mueve otro ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Pero su camino aún no se cruza con el de estos intendentes.
Con Eduardo Duhalde tienen una relación distante. En cambio hablan más con Felipe Solá. Pero cada uno está ensimismado en su propia construcción. Por ahora no hay vasos comunicantes en el armado político.
Esa es una ventaja comparativa que sigue teniendo Néstor Kirchner para mantener control sobre la estructura peronista bonaerense. Entre otras cuestiones, porque casi todos los intendentes tienen problemas de dinero. Sus ingresos por impuestos son muy poco elásticos frente a los mayores costos que provoca la inflación y la presión salarial creciente. Kirchner sabe muy bien cómo tratar y qué pedirle a la gente que necesita plata.
Todas estas piezas del rompecabezas configuran un problema para Scioli, que en estas horas está afectado personalmente por el muy difícil trance de salud que atraviesa su vicegobernador, Alberto Balestrini.
Con una relación que siempre fue franca aunque no evitó los roces y suspicacias propios de la política, Scioli encontró en Balestrini una vía de comunicación con los dueños del aparato partidario. Así como el jefe de Gabinete, Alberto Pérez, es el vínculo de gestión con la Legislatura y los municipios, Balestrini funciona como regulador de los múltiples conflictos que existen al interior del peronismo provincial.
Presidente del PJ bonaerense, Balestrini armó un equipo político con los ministros Eduardo Camaño y Baldomero Alvarez y el vice del Senado, Federico Scarabino. Sus poleas de transmisión son ocho intendentes del Gran Buenos Aires, cuatro de la Primera Sección y otros cuatro de la Tercera.
En esa red han logrado contener, por ejemplo, las conmociones posteriores a la elección del año pasado, cuando Kirchner los embarcó en su aventura personal transformando a muchos de ellos en candidatos testimoniales y arrastrándolos a una derrota inesperada.
La baja de Balestrini es un golpe emocional y político para Scioli. Pero el gobernador está convencido de que puede tener por delante la oportunidad de ser candidato a presidente y la preocupación no frena su hiperkinesia política.
Trabaja para estar listo en la hipótesis, o la ilusión, de que Kirchner se convenza algún día de que no puede ser candidato porque no tiene forma de salir triunfante en una segunda vuelta presidencial.
Scioli quiere ser, llegado el caso, candidato de todo el peronismo y no sólo de una fracción. Esa es hoy una tarea titánica, habida cuenta de la polarización brutal que provoca Kirchner y de su identificación, casi absoluta, con el sistema dominante.
Pero Scioli quiere sacudirse ese peso de encima. O dice querer hacerlo. Así se lo explicó a un flamante equipo de asesores a los que sumó en estos días a su multitud de colaboradores. Les encargó empezar a trabajar un discurso propio, para tener letra el día que su sueño se cumpla. Aunque lo cierto es que, por ahora, Kirchner lo tiene dormido.
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