Democracia mutilada que amputa al Congreso de la Nación y hostiga la independencia de los jueces

viernes, 9 de abril de 2010

Por Alfredo Leuco

En la Argentina, cuando se habla de gobierno, la referencia es sólo hacia el Poder Ejecutivo. Por una malformación cívica olvidamos que, según la forma representativa, republicana y federal que marca la Constitución, el gobierno está compuesto por dos poderes más, el Legislativo y el Judicial.

El matrimonio presidencial aprovecha esta situación y lleva al paroxismo la nefasta idea de que los que están fuera del PEN son de palo. Legisladores y jueces están padeciendo ese terremoto que los deja a la intemperie y los obliga a colocarse a la defensiva. Esta especie de democracia mutilada que amputa al Congreso de la Nación y hostiga la independencia de los jueces con diversos mecanismos, erosiona a toda la dirigencia en general, pero perjudica en particular a la oposición, que por momentos aparece pedaleando en el aire.

Esta concentración inédita de poder en Néstor Kirchner lo convierte en un gran titiritero que mueve los hilos de su tropa con sagacidad y gran capacidad de daño para propios y extraños. También lo coloca en el centro de la escena para recibir todos los cachetazos.

Los casos más emblemáticos de estas horas son los de Eduardo Fellner y Ricardo Jaime. La obediencia debida los condena, pero a la vez los coloca apenas como autores materiales de las oscuridades ordenadas desde la quinta de Olivos

Le anticipo que esto parece un cuento de Jaimito. Y le pregunto: ¿Hay algún argentino informado sobre los movimientos internos del kirchnerismo que no sepa que cada paso que dio Ricardo Jaime en el enriquecimiento súbito de su familia tuvo el aval, la complicidad o la mirada para otro lado de Kirchner?

¿Desde cuando alguien de su entorno se mueve sin el control obsesivo, enfermizo, de mano dura que ejerce el diputado patagónico-bonaerense.?

Sincericida como siempre, Luis D’Elía calificó de “ladri” a Ricardo Jaime, el ex Secretario de Transportes de la Nación y hombre de tanta confianza con Néstor Kirchner que tenía acceso directo a su despacho sin tener que pasar por el del ministro Julio De Vido.

“Ladri”, según el Diccionario Etimológico Autorizado del Lunfardo del prestigioso académico Oscar Conde significa: “ 1/Político o funcionario público corrupto o sospechoso de corrupción. /2. Cualquier persona que obtiene éxitos, especialmente económicos, sin esforzarse demasiado.”

Artemio López, sociólogo y provocador intelectual por naturaleza fue más allá cuando definió al gobierno de Aníbal Ibarra como “ladri-progresismo”. ¿Hará falta llamar a concurso por oposición y antecedentes para definir que tipo de ladri es Jaime según D’Elía? ¿ Ladri-kirchnerismo, sería demasiado?

Pero más allá de la semántica están los hechos. Ricardo Jaime viene caminando desde muy lejos en el tiempo y en el territorio de la mano de Néstor. No es casualidad que la única propiedad que el cordobés-patagónico reconoce como propia en su declaración jurada sea un humilde departamento intrusado ubicado en Caleta Olivia. Allí ejerció su primer cargo público en democracia como director de Catastro. Durante la dictadura se había desempeñado en la misma área pero en Córdoba.

Las leyendas que se cuentan en el sur y en el frío sobre los motivos que explican este sólido concubinato de Néstor y Jaime se meten en la vida privada de ambos, merodean temas tan delicados como la paternidad y por responsabilidad y falta de certeza informativa no corresponde explayarse.

Hay algo en lo que, en forma reservada, todo el mundo coincide: Cristina Fernández de Kirchner detesta al ingeniero agrimensor Ricardo Raúl Jaime. No se sabe si como cualquier esposa común y silvestre nunca terminó de digerir a “ los amigotes” de la noche y las travesuras de su marido o desprecia la estética ( ¿ también la ética?) menemista que Jaime ostentó siempre con sus anillos, cadenitas y relojes de oro que relucían en su piél eternamente tostada por los efectos de la cama solar.

Si se dejan de lado las anécdotas y se mira más de cerca la política, la cercanía de Carlos Menem con Néstor Kirchner se estrecha cada vez más y por muchos motivos. No sólo por el acuerdo tácito entre ambos en el Senado, que le permite a Kirchner evitar que sesione. También porque el principal operador en la Cámara alta, Miguel Angel Pichetto, forjó su moral en los usos y costumbres del menemismo y porque a la hora de diseñar la estratégica mediática en Olivos, Kirchner elije a empresarios amamantados durante esa década.

Para hacer el trabajo sucio y cobarde que ataca periodistas críticos desde los medios oficiales y paraoficiales, Kirchner apela a mano de obra otrora progre que gana fortunas provenientes de las arcas del Estado.

Para las alianzas estratégicas, prefiere gente experimentada que conformó algo similar a lo que fue el CEI para Menem. Lo de Daniel Hadad no es nuevo. Ha sido y es uno de los más eficientes soportes periodísticos del kirchnerismo. Hasta sus enemigos elogian su capacidad de gestión.

Hay que sumarles otros dos notorios hombres de negocios: Jorge “Corcho” Rodríguez, ex socio de Rodolfo Galimberti y ex pareja de Susana Giménez, y el banquero Raúl Juan Pedro Moneta, emblema de aquel holding que unió al Citi y Telefónica, entre otros, y que hoy ha vuelto a saciar su vocación de cronista al comprar un conglomerado de radios importantes.


Estos son los generales que acompañan a Kirchner como comandante en jefe de su campaña para lograr el 40 por ciento de los votos y apostar a atomizar tanto a la oposición para que ninguno llegue al 30 por ciento y así evitar el ballottage. El resto de los colaboracionistas que aportan por izquierda en los medios prefiere ignorar esta realidad mientras funciona como infantería.

Pero vamos al otro caso. ¿Alguien cree que el presidente de Diputados le clavó un puñal por la espalda a años de funcionamiento legislativo por una decisión personal? Eduardo Fellner fue elegido por todos sus pares debido a su prudencia y actitud de caballero.

En su momento, algunos advirtieron que había que consagrar otra autoridad porque finalmente Kirchner, como a tantos, le iba a quebrar la voluntad para someterlo. Y eso es lo que ocurrió con Fellner. Desde 1983, todos los que ocuparon su lugar se pusieron por encima de las peleas interbloques y adoptaron una postura ecuánime y ecuménica.

Esta vez, Fellner incineró en el altar K gran parte del respeto que había logrado entre los diputados. No hay antecedentes de alguien que haya levantado una sesión a los 45 minutos por falta de quórum. Nunca hubo tantas zancadillas infantiles como no hacer sonar la chicharra, redireccionar los teléfonos internos hacia otros destinos, apagar el tablero, pisar contratos de asesores.

Por eso, Graciela Camaño pidió el desplazamiento de Fellner. Se sintió violada en su buena fe y le dijo que le “faltaba hombría de bien”.

Está claro: los mínimos lazos de confianza se han evaporado en el Congreso. Kirchner lo festeja como un triunfo, pero el desprestigio también los salpica a él y a su esposa. Cristina lo reconoció hace poco cuando dijo que en 2001 “nos querían matar a todos” sin diferenciar a oficialistas y opositores. Tampoco se diferenció entre los tres poderes que integran el gobierno de la Nación

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