Por Eduardo Amadeo
El 2 de Abril puede ser una ocasión de nostalgia, culpabilidad o paranoia, todos sentimientos inútiles y paralizantes; o una reflexión sobre estrategias, relevancia y alianzas, cuestiones más útiles al tiempo de encarar lo que hasta ahora ha sido una continua frustración.
Desde 1982, Argentina ha mantenido dos principios incólumes: la vía diplomática y la protesta permanente. Pero ello no ha alcanzado para desincentivar al Reino Unido a tomar decisiones como la que hoy nos preocupa ni para que nos convirtamos, siquiera, en una molestia a su estrategia diplomática global. Y estas debilidades se han acentuado en la medida en que nuestro país ha perdido la previsibilidad y estructura de alianzas que le permitan sostener la presión que es esencial al logro de resultados importantes.
Una nueva estrategia requiere entonces actuar sobre diversos frentes con una perspectiva compleja, en la que se usen las múltiples herramientas de la diplomacia. Para ello, resulta esencial entender que Malvinas no es sólo Malvinas, y que debe entenderse como un componente (o un objetivo) de una dimensión mayor, a la que podríamos resumir como nuestra ubicación en el mundo.
Malvinas es parte de nuestra actitud y acción hacia el Atlántico Sur y la Antártida; una región que se muestra cada día como de mayor valor estratégico y que debe aumentar su peso en la política exterior argentina.
Potenciar nuestro Atlántico Sur es una decisión compleja. Significa ampliar la acción y los resultados en los ámbitos multilaterales que se ocupan de la pesca y en general de los recursos naturales. Significa asegurar que nuestros buques naveguen todo el año (y no 10 días por campaña). Significa que nuestros aviones puedan patrullar constantemente y que buques y aviones realicen ejercicios conjuntos con los países que nos interesen. Significa construir alianzas con otros países costeros. Significa aumentar mucho nuestra actividad en la Antártida.
Una Argentina activa en los espacios multilaterales relacionados con el Atlántico Sur, puede llevar las cuestiones que allí se discuten a los foros regionales y, de tal manera, ser un portavoz regional, aumentando su acción en el resto del mundo.
Malvinas es también nuestra presencia en espacios diplomáticos y regionales que sean de interés para el Reino Unido, de modo que le resulte mucho más caro tomar decisiones agresivas hacia la Argentina, en la medida que sepan que en lugar de lograr apoyos esporádicos en momentos críticos, las voces amigas se harán sentir cotidianamente como parte de un plan bien programado y ejecutado que incluya represalias diplomáticas concretas.
Malvinas es una estrategia inteligente de exploración y explotación petrolera en la plataforma continental, para que los potenciales contratistas evalúen el costo de perder un cliente importante.
Malvinas es una acción diplomática constante con nuestros amigos de la Unión Europea, para que no se repita lo sucedido en Lisboa, cuando las “Falkland Islands”, se incorporaron al mapa de la Unión Europea.
Malvinas es un presupuesto que permita sostener acciones de “soft power” en los medios de todo el mundo, mejorando la imagen argentina en general, convenciendo al público británico de la necesidad de un acuerdo de mutuo beneficio, y no dejando escapar oportunidades para recordar al mundo el estatus colonial de las islas.
Malvinas es insistir con la estrategia de acercamiento a los Isleños que propusiera el Canciller Guido Di Tella.
Finalmente, Malvinas es tener cubiertas todas las Embajadas importantes; ser un país confiable en sus decisiones internacionales; dialogar, escuchar, recibir Presidentes extranjeros. O sea, Diplomacia.
Nada es imposible. Ninguna opción debe cerrarse de antemano, salvo la guerra. Si sostenemos una estrategia compleja como política de Estado, tal vez algún día no lejano podamos pasar de la frustración a los logros.
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