Kirchner vs. Macri

miércoles, 14 de abril de 2010

El análisis político y económico de los doctores Vicente Massot y Agustín Monteverde

Aunque resulte curioso o, si se prefiere, poco creíble, no es del todo claro si Mauricio Macri ha tomado cabal conciencia de los riesgos que, a esta altura de la investigación que desenvuelve el juez Norberto Oyarbide, corre su carrera política. Mas aún, por momentos pareciera que no percibe la dimensión de la ofensiva que el gobierno nacional, con la complicidad del magistrado arriba nombrado, ha desencadenado en su contra. Porque si verdaderamente asumiese la dimensión bélica del asunto, otro sería su ritmo de acción al respecto.


Imaginemos, sólo por un momento, que en un espacio público se nos cruzara un funcionario y nos llenara de improperios. La respuesta natural sería contestar con lenguaje similar o recurrir al correctivo físico. Si, en cambio, nos hiciéramos los distraídos o intentáramos calmar al agresor con un ponderado discurso sobre las reglas de la convivencia civilizada, haríamos el ridículo.

Pues bien, sobre el lord mayor de la Capital Federal pesa la acusación, nada menos, de ser integrante de una asociación ilícita. Suponer que Oyarbide ha llegado a esos extremos por amor a la justicia es pecar de ingenuo. Nada de lo que hace semejante personaje en términos políticos se desarrolla en un terreno neutral.

Ni el inconcebible aval que le dio a los Kirchner ni el actual procesamiento de Ricardo Jaime ni la embestida contra el líder del PRO, son decisiones hechas desde un Olimpo jurídico despojado de todo interés político y ajeno a cualquier extorsión gubernamental. La moral del señor Oyarbide no es para andar mostrándola. Todo lo contrario.

El kirchnerismo, que le tiene contadas las costillas, lo sabe y actúa en consecuencia, aun cuando deba hoy, no sin algo de vergüenza, soltarle la mano al ex–secretario de Transportes. Pero qué podría importarle ello al santacruceño y a su mujer si el precio es un bill de indemnidad respecto de sus manifestaciones juradas de bienes y el posible procesamiento de uno de los principales enemigos de consideración con el que deberán dirimir supremacías en las elecciones presidenciales del 2011.

Dada a la frontalidad mediática y el escalamiento de Oyarbide, Macri ensaya una táctica dilatoria aconsejado, seguramente, por su gurú Durán Barba. Por lo pronto parece no darse por enterado que detrás del juez se asoma, apenas disimulada, la larga mano del aparato oficial.

Además, siendo que la acusación que le ha sido lanzada es de una gravedad mayúscula, en lugar de acusarlo públicamente al verdadero jefe del actual gobierno, apenas levanta la voz. Se parece más a un comentarista del entuerto que a un protagonista al cual sus opugnadores desean poner contra los cuerdas y propinarle un golpe de knock-out.

Si Macri desea llegar al año próximo con posibilidades de ser uno de los contendientes en la segunda vuelta electoral que consagrará al sucesor de Cristina Fernández, deberá sortear con éxito no sólo su gestión al frente del gobierno autónomo de la ciudad de Buenos Aires sino el proceso que Oyarbide llevará adelante.

Su situación no es desesperante pero sería suicida no entender la naturaleza de la guerra en la que está metido, y, por lo tanto, carecer de un plan operativo para desenvolverse en el tiempo.

El plan de la Quinta de Olivos es claro como el agua, lo que no significa que sea de cumplimiento sencillo. Como la suerte de los Kirchner está atada a la gobernabilidad y al control del PJ, en primera instancia deben asegurarse que aquélla no peligre y que los barones del justicialismo, por convicción, conveniencia, miedo o lo que fuese, no salten el cerco y se plieguen, con armas y bagajes, a la tropa que, no sin esfuerzo, recluta en estos momentos, para darle batalla en las internas partidarias, Eduardo Duhalde.

Hay timbres, piolines, recursos públicos y aprietes que el líder del oficialismo está en condiciones de tocar, mover, repartir y ejercer a voluntad. Hay, en cambio, cosas que escapan a su dominio y por mucho que quiera tenerlas bajo control, no dependen de él en última instancia.

Puede, por ejemplo, extorsionar a gobernadores, diputados, senadores e intendentes algo díscolos, con la amenaza de cortarles, lisa y llanamente, el suministro de fondos a sus respectivas gobernaciones. Arma, ésta, verdaderamente letal en un país que vive declamando su federalismo insistentemente y que, en rigor, se rige por una estructura férreamente unitaria basada en el control de los ingresos públicos y su reparto discrecional.

No puede, aunque quisiera, conocer a ciencia cierta que hará Carlos Reutemann en punto a su candidatura presidencial. Puede, todavía, disciplinar a sus huestes parlamentarias y aún en minoría tener en jaque a las mayorías opositoras, enredadas en sus cabildeos y disputas. No puede impedir que Mauricio Macri, en caso de no ser de la partida el ex–corredor de F-1, seduzca a todo un sector del peronismo disidente.

Por eso, hoy, el principal enemigo de Néstor Kirchner que se halla a la vista y no tiene impedimentos legales para presentarse en el 2011 —como Francisco de Narváez— o dudas metódicas —como Reutemann— es el jefe de gobierno de la Capital Federal.

El cálculo del santacruceño es simple: el panradicalismo, con Julio Cobos o Ricardo Alfonsín, tiene asegurado un lugar en la segunda vuelta de los comicios presidenciales de octubre del año venidero. Todo lo demás son conjeturas. Pero cuantos menos adversarios deba enfrentar Kirchner, mejor será.

En la Casa Rosada están convencidos de que el político santafesino, al que más temen en una interna abierta, finalmente retrocederá a cuarteles de invierno y no será de la partida. Descuentan, asimismo, que la Corte Suprema, en el supuesto de que el tema llegue a sus manos, no habilitará la candidatura de Francisco de Narváez.

Conclusión: el enemigo a vencer es, de momento, Mauricio Macri, pues sería el único en condiciones, desde fuera del peronismo, de sumar voluntades a nivel nacional de esa observancia ideológica y poner en peligro las chances del Frente para la Victoria de erigirse en primera minoría o de participar de la segunda vuelta.

Si se sacasen de encima al líder del PRO habrían ganado una batalla fundamental. Para ello Oyarbide puede prestarles una ayuda inestimable. Hasta la semana próxima.

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