El 76% de los argentinos afirma que nunca volvería a votar a Néstor Kirchner para presidente

domingo, 4 de abril de 2010

Por Eduardo van der Kooy


El 76% de los argentinos afirma que nunca volvería a votar a Néstor Kirchner para presidente. Ese resultado de una amplia encuesta nacional, elaborada para empresas privadas, empezó a circular la semana pasada en el peronismo con la fuerza de un remolino.


Aquel mismo trabajo, que marca una caída de popularidad del matrimonio luego del suave repunte del inicio de año, registra otra cifra lapidaria para cualquier horizonte optimista en el PJ. En la hipótesis de un balotage en el 2011, Kirchner podría alcanzar, en el escenario más propicio, de un 32% a un 35% de los votos.

Se repetiría con el ex presidente una situación electoral casi idéntica a la que sucedió con Carlos Menem en el 2003. Menem ganó en aquella ocasión la primera vuelta -sobre el propio Kirchner- pero prefirió evitar la humillación política a la cual lo iba a someter el balotage.

Tan parecidos resultarían los teatros, que esa encuesta ubica ahora a Kirchner con la intención de voto más alta de todos los dirigentes encuestados, peronistas y opositores. El ex presidente reúne un 18% consolidado, varios puntos por encima, entre otros, de Julio Cobos, Mauricio Macri y Carlos Reutemann.

Vale recordar: Menem le ganó en el 2003 de arranque a Kirchner y a Adolfo Rodríguez Saá, entre los postulantes peronistas. Pero también superó a Ricardo López Murphy que quedó tercero en el recuento general.

El trabajo debería servir para algo más que disparar las alarmas de la dirigencia peronista. Sería tiempo de que los principales dirigentes de la oposición se interrogaran también sobre el bajo interés popular que todavía despiertan sus candidatos, pese a que la mayoría de ellos resultaron encumbrados con la victoria en las legislativas del año pasado.

Los Kirchner, sobre todo, pero además sus adversarios, tendrían que reparar en otro reflejo de mayor gravedad. ¿Cómo explicar después de siete años de superada la gran crisis que el marco político e institucional vuelva a ser tan pobre y precario como entonces?

Puede haber responsabilidades compartidas pero la responsabilidad de los gobernantes es, siempre, mayor que la del resto. El matrimonio presidencial ha logrado durante su ciclo tres cosas: inducir la fragmentación de los partidos, que no subsanará el emparche sancionado para realizar internas abiertas; romper cualquier instancia de negociación política para establecer como norma la confrontación; polarizar el clima político, dividiéndolo sencillamente entre obedientes o enemigos.

Cuatro gobernadores peronistas -dos de ellos de provincias importantes- estuvieron desmenuzando, a la vera de un río, aquella realidad retratada por la encuesta. "Si esto es así el peronismo está en el horno", resumió uno de ellos. No hay dudas de que las cosas son como aparecen: esos cuatro mandatarios miden popularmente bien o muy bien en sus provincias. En esas mismas geografías los Kirchner son resistidos.

Ocurre en el peronismo un fenómeno extraño. O quizás no tanto, rastreando su larga y sinuosa historia. Todos los líderes son conscientes de que se avecina el final irremediable de los Kirchner. Pero no saben o no se animan a superar ese fatalismo. De nuevo la comparación con Menem. La incapacidad de un sector importante del PJ para trazarle límites al presidente riojano, fue uno de los motivos que empujaron a Eduardo Duhalde a la derrota ante Fernando de la Rúa.

Aquellos cuatro gobernadores se preguntaron si Kirchner, de verdad, como ha insinuado, piensa en algún heredero para el 2011. Daniel Scioli, Jorge Capitanich y José Luis Gioja -los más nombrados en ese rubro- juran que jamás el ex presidente les dijo algo o les envió algún correo. Los ultrakirchneristas desalientan la jugada y alimentan al ex presidente con encuestas diseñadas con la misma audacia que las cifras del INDEC.

A Kirchner no se le mueve un pelo. Mantiene la disciplina y el estado timorato en el PJ apelando a la receta básica. Tiene en sus bolsillos los recursos del Estado y los distribuye acorde a los grados de incondicionalidad. Mete presión y mete miedo donde descubre flaquezas.

Un delegado de la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner, apareció por Merlo, en el oeste del cordón bonaerense. Irrumpió en el Club Atlético Defensores del Chaco. Así se llama pese a estar apenas del otro lado de la General Paz. Allí se desarrolla desde 1994 un plan de fútbol callejero. De fútbol como herramienta del desarrollo social. Participan tres mil chicos. Una cifra que se irradia y crece con sus padres y sus familias. Desde hace tiempo trabajan en la zona y en contacto con el club dirigentes ligados al peronismo disidente.

El delegado de Alicia Kirchner advirtió sobre la inconveniencia de esa relación política. Y ofreció planes sociales que serían implementados por el intendente del distrito, Raúl Othacehé. De hecho, muchos de esos planes entraron en vigencia aunque la realidad política no logró modificarse. Llovieron pintadas incómodas y mensajes mafiosos en automóviles de algunos dirigentes y en muros del barrio. Frente a la queja que recibió de un viejo peronista, Othacehé respondió: "¿Qué querés que haga? Son los Kirchner...".

Aquel intendente no es una excepción. Tampoco lo son los gobernadores que, clandestinos, cavilan cómo desembarazarse del ex presidente para recrear expectativas electorales en el 2011. Analizando la encuesta de opinión pública, aquel cuarteto de mandatarios sacó otra conclusión: ningún candidato peronista logrará levantar vuelo si cuenta, de modo explícito, con el apañamiento de los Kirchner.

El problema es el matrimonio, pero también lo es el Gobierno. Y en ese Gobierno la Presidenta parecería estar tallando, en ciertos temas, más de lo que se cree. ¿En cuáles?

La tenacidad para negar la inflación y proteger a Guillermo Moreno viene de las entrañas de Kirchner y de su encorsetada lógica económica, que Cristina sigue a ciegas. El ex presidente ordenó cruzar a Julio Cobos cuando el vice instaló de nuevo en público a la inflación como un incordio. En cambio, se cuidó con el gobernador peronista de Salta, Juan Manuel Urtubey, que dijo lo mismo.

El pensamiento de Urtubey y de Cobos es, además, el de la inmensa mayoría de los gobernadores peronistas. Sólo que esa mayoría prefiere el silencio.

La Presidenta ha tomado con mano propia la pelea cotidiana con los medios de comunicación, el uso de los derechos humanos como herramienta de extorsión y oportunismo político y la batalla contra el Poder Judicial.

Entre las fobias de su marido y de ella se generan desatinos. Por ejemplo: en los últimos días circuló en la Casa Rosada una instrucción administrativa que prohibió el consumo de carne -debido al forcejeo por los precios- para todos los que trabajan en esa dependencia. Hubo también una recomendación para el personal jerárquico: dejar de recibir en sus oficinas los diarios Clarín y La Nación.

Cristina prefirió no hablar sobre el "partido judicial" después de que las Salas I y IV del fuero Contencioso Administrativo habilitaron la semana pasada el DNU que permite al Gobierno apropiarse de reservas del Banco Central para abonar vencimientos externos.

Pero no es que haya cambiado su convicción. Sucedería que la Presidenta estaría inquieta y abstraída por el pronunciamiento que estaría preparando la Corte Suprema sobre la verdadera "necesidad y urgencia" de los decretos del Ejecutivo.

Los miembros de la Corte recibieron la opinión de los Kirchner acerca de que el Tribunal no tiene motivos para opinar sobre los DNU. Era previsible. Fue menos previsible otro mensaje que llegó a los siete jueces a través de un magistrado que tuvo una conversación con Cristina.

La Presidenta defendió en ese diálogo la tesis de que los DNU fueron incorporados en la reforma constitucional del 94 como un modo de permitirle gestionar a cualquier Gobierno que pierda mayorías en el Congreso. Según Cristina, el papel del Congreso sólo se entendería con la presencia de mayorías oficiales.

Cualquier parecido con la realidad de hoy no suena a casualidad. El Congreso no funciona porque el kirchnerismo no tiene voluntad. Pero también por un arco opositor que se deshoja como una arboleda en otoño.

Las diferencias entre el radicalismo, el peronismo federal y la tropa de Elisa Carrió ya no tienen que ver sólo con estrategias y miradas políticas. La semana pasada se cruzaron acusaciones cuando la UCR en el Senado, casi en soledad, enfrentó a Amado Boudou. La inminencia de las Pascuas produjo muchas deserciones.

Aquella soledad, tal vez, indujo algún error del radicalismo. Gerardo Morales, el jefe del bloque, llevó la discusión a un plano que le permitió al ministro disfrazarse de ultrakirchnerista. Terminó corriendo al senador con la historia del helicóptero en el cual partió De la Rúa. Morales pudo retrucarlo -no lo hizo- habiendo sólo recordado la formación económica ortodoxa de Boudou en el CEMA y su militancia juvenil en la UCeDé.

Boudou es, como definió hace días Beatriz Sarlo, uno de los "conversos recientes que abundan, devenidos custodios". Tanto, que estaría dispuesto a acompañar a los Kirchner hasta el cementerio, cuando llegue la hora del adiós político. E incluso, a diferencia de lo que harían gobernadores e intendentes del PJ, a atravesar su puerta.

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