El análisis político y económico de los doctores Vicente Massot y Agustín Monteverde
¿Muestras de fuerza o manotazos de ahogado?
Conviene recordar, si fuera posible con lujo de detalles, lo que pasó la semana pasada en el Congreso Nacional donde el oficialismo, de un lado, y el arco opositor, del otro, obtuvieron cada uno sendos triunfos y sufrieron, al mismo tiempo, singulares derrotas.
Con un común denominador: tanto aquellos éxitos como estos fracasos fueron tácticos. Ni el kirchnerismo a la hora de celebrar la votación que consagró a Mercedes Marcó de Pont ni sus opugnadores al momento de votar la ley del cheque pudieron festejar en plenitud porque sabían que las alegrías y los sinsabores siempre serían pasajeros. Hoy se puede ganar una refriega y mañana perder en el mismo terreno contra idéntico adversario. La teoría del empate político que anunciamos hace ya más de un mes se ha transformado en realidad.
Pero no hay un solo frente de batalla. El parlamentario resulte, quizá, el de mayor visibilidad, sobre todo en atención a que allí se concentran, sentados en sus bancas de diputados y senadores, los representantes de aquellos partidos opositores a los cuales solo parece unirlos su ojeriza antikirchnerista. Sin embargo, tanto les preocupa a los habitantes de la Quinta de Olivos cuanto acontece en la cámara alta y baja del Poder Legislativo, como la figura de Julio Cobos o el desempeño de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Para una administración que, desde sus inicios, allá por mayo del año 2003, ha hecho del conflicto el pilar de su acción política, llevar las disputas a todos los ámbitos y transformarlas en verdaderas cruzadas, es algo que se halla ínsito en su naturaleza. Por eso no debe extrañar la saña con la cual las figuras más representativas del oficialismo, encabezadas por la mismísima presidente de la República y el jefe de gabinete, Aníbal Fernández, han descalificado a Cobos.
Resulta, ésta, la ofensiva más encarnizada que se recuerde desde la madrugada del famoso voto no–positivo del mendocino.
Con el compañero de fórmula de Cristina Fernández en octubre del 2007, devenido luego enemigo a muerte del matrimonio, sucede algo que a los Kirchner los enfurece: todos los esfuerzos por esmerilar su figura han terminado obrando el efecto contrario. Es como si cuanto más lo agraviaran y más exigieran su renuncia, más consolidaran su imagen y su permanencia en el cargo.
Hasta aquí Cobos había desenvuelto, no sin éxito, una estrategia bien sencilla: no responder a las andanadas verbales del matrimonio gobernante, sus ministros y principales voceros parlamentarios —Pichetto y Rossi—, por un lado. Por el otro, moverse en dirección exactamente contraria a la del kirchnerismo, de modo tal que cuando éste dijese A, él estuviese en la Z.
Sin abandonar la mencionada línea de acción, por primera vez el vicepresidente, el domingo pasado, rompió su silencio y expresó, sin pelos en la lengua: —“Nadie más se va a dejar intimidar por la presidente”. En un reportaje que le concedió a Clarín, nada menos, escaló como nunca antes en su polémica con el oficialismo sin olvidar los temas que más calan en la gente. —“Hay que ocuparse de la corrupción y la inflación”— sostuvo, ensayando así un clarísimo tiro por elevación al gobierno.
De más está recordar que si, para el santacruceño, el cuyano careciese de relevancia, el tratamiento que le tendría reservado sería similar al que le dispensó al pobre Daniel Scioli mientras éste hizo las veces de convidado de piedra en su calidad de vicepresidente de la República. Sin embargo, Cobos ha demostrado ser un hueso duro de roer que no sólo no se amilana ante la ola de cuestionamientos y agravios que recibe a diario sino que, frente a la adversidad, muestra su mejor perfil.
Si los Kirchner piensan que lanzándole mandobles sin ton ni son lograrán ablandarlo y conseguirán que, por propia voluntad, se baje mansamente del lugar que ocupa en el organigrama institucional argentino, se equivocan sin remedio.
Si alguien dudaba respecto de cuál sería la actitud de Cobos cuando los Kirchner viniesen degollando —verbalmente, se entiende—, las declaraciones del vicepresidente no pueden haber sido más claras. Ni remotamente piensa abandonar un puesto que lo sitúa en el centro de la escena y le permite tener un grado de expectabilidad que, de otra manera, si siguiese los pasos del Chacho Álvarez, perdería en un abrir y cerrar de ojos.
Inclusive sus correligionarios, que hasta no hace mucho insinuaban en rueda íntima o manifestaban públicamente la conveniencia de que Cobos diese un paso al costado, parecen haberse percatado de su error.
Nadie que no fuera un suicida en términos políticos imitaría al segundo de De la Rúa, sobre todo si la ciudadanía, precisamente por efecto de lo que saca de casillas al kirchnerismo —su presunta traición— lo ha premiado como a pocos en el lapso transcurrido desde junio del 2008 a la fecha. En resumidas cuentas, Cobos tiene en los Kirchner a unos inmejorables jefes de campaña. ¿Por qué, pues, echaría todo a perder si, manteniendo el statu quo, lleva las de ganar?
Por momentos, el plan vertebrado en la Casa Rosada para dar cuenta de sus enemigos transparenta, apenas disfrazado, un alto grado de desesperación. Sus reacciones semejan manotazos de ahogado aunque no se hallen los Kirchner próximos a naufragar. Si no les quedase resto, sus días estuviesen contados, sus filas diezmadas y sus enemigos a punto de derrotarlos, se entendería que intentasen una suerte de contraofensiva en todas las direcciones.
No obstante, su situación dista de ser desesperante y, así y todo, quieren verlo procesado y destituido a Mauricio Macri, renunciado a Cobos, acorralado a Clarín y fuera de la escena al ministro de la Corte Carlos Fayt.
La desproporción de los frentes que abre sin necesidad hace que, en general, sus maniobras sean pocos felices. Su embestida, Oyarbide mediante, contra el jefe de gobierno de la ciudad capital tiene final abierto.
Su arremetida contra Cobos se ha estrellado, de dos años a esta parte, en la muralla protectora erigida por el vicepresidente. La campaña tendiente a poner de rodillas al diario de la señora de Noble ha cosechado un triunfo pírrico en el Congreso y sucesivas derrotas tácticas en el frente judicial ¿Y la Corte?
Que Carlos Kunkel y Diana Conti hayan zarandeado al Dr. Fayt echándole en cara sus años como impedimento para desempeñarse en el superior tribunal de justicia del país, no es, por supuesto, fruto de la casualidad o producto de alguna interpretación de la normativa vigente respecto de quiénes pueden y con qué edad formar parte de la Corte. Resulta, por el contrario, uno de esos ataques que el kirchnerismo ensaya cuando considera que, delante suyo, ha aparecido un potencial opugnador.
El santacruceño y su mujer son conscientes de lo que supone, en última instancia, la así llamada “judicialización de la política” a la cual conduce, de manera inexorable, el empate político entre el gobierno y el arco opositor y la falta de respeto a las instituciones que existe en la Argentina. El papel revelante que, en este contexto, le guste o no, terminará adquiriendo la Corte Suprema, es tan claro como riesgoso para el gobierno. Más aún si piensa que los integrantes de ese tribunal no se allanarán a secundar las ideas y, menos aún, los caprichos del oficialismo.
El tema de la ley de medios —léase Clarín— puede aterrizar en cualquier momento en la Corte y si sus ministros siguiesen el criterio de los jueces de primera instancia y la sentencia de la cámara de Mendoza, toda la planificación montada para reducir al periódico más vendido del país a su mínima expresión se vendría abajo como un castillo de naipes. ¿Qué hacer, entonces?
En la desesperación, revolearle sus 93 años al integrante que juzgan más peligroso, convirtiendo su vejez en argumento “destituyente”. ¿Qué consiguieron? Precisamente lo contrario de cuanto buscaban. Que Fayt les respondiese que no piensa renunciar —igual que Cobos— y que el tribunal se abroquelase en torno suyo no por coincidencias ideológicas sino por espíritu de cuerpo. ¿Dios ciega a quienes quiere perder? Hasta la próxima semana.
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