Los Kirchner siguen intentando vulnerar los límites en cada uno de sus actos

domingo, 11 de abril de 2010

Por Eduardo van der Kooy


Aníbal Fernández consumió buena parte de la semana pasada en una discusión con Nicole Neuman. El tema debatido fue la existencia o no de un asalto que la modelo habría sufrido en Quilmes. No se trató de la única ocupación del jefe de Gabinete: también discrepó con el canciller, Jorge Taiana, sobre el contenido del encuentro sorpresivo entre Cristina Fernández y José Mujica. Los dos ministros parecieron tocar de oído porque estuvieron ajenos a la preparación de esa cita. Pero Taiana -que mencionó el futuro fallo sobre Botnia en la conversación de presidentes- sintonizó mejor.


A Amado Boudou parece fascinarle ser comentarista. Se paseó con soltura por un programa de actualidad de la televisión del Estado, donde en muchos momentos se asemejó a un periodista antes que a un ministro. Cuando habló sobre economía apaleó a todos los que cuestionan el modelo, en especial ortodoxos, liberales y conservadores. Exactamente, quienes fueron sus compañeros de ruta hasta que los Kirchner le abrieron -hace poco- alguna hendija del poder.

El Congreso volvió a paralizarse. En verdad, está paralizado desde que el Gobierno perdió la mayoría en Diputados y complicó su situación en el Senado. La oposición había juramentado un desquite, aunque fracasó en ambas Cámaras.

Valdría la pena detenerse, solamente, en uno de los motivos que la privaron del quórum en Diputados, donde amenazaba tumbar el DNU presidencial que le permitió tomar reservas del Banco Central. Varios legisladores opositores -faltaron alrededor de 20 para el quórum- llegaron al recinto muy tarde cuando su titular, el kirchnerista Eduardo Fellner, había levantado la sesión después de dar por cumplidos con rigurosidad los 45 minutos de espera reglamentarios.

¿Qué produjo la demora de aquellos legisladores? ¿Diferencias políticas? ¿Disputas personales? ¿Complicidad con el kirchnerismo? Nada de eso: sucedió que el timbre de llamado a la sesión funcionó sólo en el viejo Palacio. El sistema se atrofió en el edificio anexo. Por casualidad o mala intención oficial. Todo es posible en un país donde las trampas, la vulgaridad, la marginalidad política, la negligencia y, además, cierta candidez, conviven en un mismo escenario.

Desde la crisis del 2001 -también antes- la Argentina ha sido capaz de producir episodios sorprendentes que el mundo, incluso, comenta ahora mismo. El arribo de Cristina al poder estuvo envuelto con promesas de una mejora de la civilización política que apuntalaría la recuperación económica. A casi a dos años de su Gobierno y con seis del ciclo matrimonial completo, los Kirchner, junto con la impericia opositora, parecieran empeñados en arrastrar al país por nuevas estaciones de la decadencia.

Los Kirchner han trazado, en ese sentido, una parábola firme. Incursionaron en la transversalidad, en la concertación, hablaron de otra renovación en el PJ. Pero van finalizando su derrotero aferrados a Hugo Moyano y pendientes de lo que trama cada día Carlos Menem, convertido, objetivamente, en una pieza clave del kirchnerismo en el Senado.

¿Por qué razón tan importante? Por varias, simultáneas. Es el voto que le impide a la oposición imponer el quórum, prescindiendo del oficialismo. Menem no forma parte, además, de ningún proyecto político. Simplemente, porque su futuro se evaporó luego de rendirse en el balotage del 2003 frente a Kirchner. No hay nadie en el peronismo, con aspiraciones, que lo tenga en cuenta.

Los proyectos del ex presidente riojano pasan a ser, así, sólo personales. Sus mayores intereses radicarían en aclarar el porvenir, siempre ensombrecido por la Justicia. Menem arrastra todavía seis causas penales, de las cuales el contrabando de armas a Ecuador y Croacia y el atentado a la AMIA son las más resonantes. ¿Quién podría ayudarlo en esa dura travesía? El sentido común indica que el Gobierno mucho más que la oposición. Aún cuando los Kirchner han sembrado aversión en el Poder Judicial.

No existen evidencias, todavía, de ningún alivio para el ex presidente. Hay en cambio constancias y antecedentes de intercambios discretos entre Menem y el kirchnerismo. Aníbal Fernández nunca ocultó su simpatía ni sus conversaciones con el riojano. El Gobierno, incluso, entabló con él una negociación que quedó a mitad de camino en los días febriles de la resolución 125 sobre las retenciones al campo.

Con la llave de Menem, el kirchnerismo intenta convertir al Senado en tierra yerma. Pero nadie sabe, de verdad, cuánto podría perdurar esa estrategia. Hay senadores oficialistas que no quieren hipotecar su futuro como lo viene hipotecando el matrimonio. Hay dos, al menos, -uno de ellos el misionero Luis Alberto Viana-, que comunicaron que acompañarían a la oposición en su intento de reformar la ley del cheque.

También hay aliados que son sometidos a tensiones innecesarias. El neuquino Horacio Lores fue el miércoles pasado al Senado, entre varias razones, para un homenaje al fallecido líder de su partido, el MNP, Felipe Sapag. Nunca pudo bajar al recinto porque el kirchnerismo lo impidió. Aquel homenaje resultó finalmente suspendido.

Los kirchneristas tampoco saben si le darán vida esta semana a un recinto muerto. Una resolución administrativa de Julio Cobos, antes de asumir en reemplazo interino de Cristina, produjo una revulsión. No les importa el descuento a sus dietas por la última ausencia: les inquieta la convocatoria a través de solicitadas en los diarios -con fotos incluidas- para el miércoles próximo. "Es un método fascista", se quejaron. Pues bien: esas atribuciones del titular del Senado fueron impulsadas en los tiempos en que Cristina era legisladora.

Cobos se desligó del tema. Estará a cargo del Poder Ejecutivo hasta el regreso de la Presidenta desde EE.UU., el jueves venidero. La carga se desplomó en las espaldas de José Pampuro que deberá presidir la sesión. Los senadores kirchneristas le demandan que derogue la resolución de Cobos.

En Diputados, la agitación inútil no es diferente a la que sucede en el Senado. Claro que la mayor responsabilidad por ese estado de cosas corresponde primero a la oposición y luego al kirchnerismo. El kirchnerismo se ocupa de urdir provocaciones o de explotar cada pequeñez.

El diputado tucumano del FPV, Gerónimo Vargas Aignasse, trató de levantar la sesión que analizaba la reglamentación de los DNU ante una ausencia circunstancial de la peronista disidente Graciela Camaño. La mujer casi lo trompeó. Agustín Rossi, el jefe del bloque kirchnerista, bajó al recinto sólo para pedirle a Fellner que levantara la sesión en la cual la oposición no alcanzaba el quórum. El presidente de la Cámara cumplió como soldado kirchnerista -que es- y soslayó la autonomía que le otorga el sillón que ocupa.

Su cabeza ha quedado en la picota opositora. Pero en ese abanico político la posibilidad de un acuerdo asoma siempre tan remota como la ilusión de levantar un rascacielos en la luna.

Felipe Solá y Camaño propusieron llamar a una sesión para remover a Fellner. El radicalismo ya opinó que no. Mantiene la idea de que ese cargo -por tradición- corresponde al oficialismo, aunque sea minoría. Aquellos disidentes, al fin, tienen madera peronista: "El kirchnerismo rompió todas las tradiciones. ¿Por qué debemos respetarlas nosotros?", bramó Solá.

El presidente del bloque del peronismo federal apuntaba, entre muchos casos, a la severidad con que Fellner manejó el tiempo para ayudar al fracaso de la sesión en Diputados. "Nunca se levanta una sesión importante en 45 minutos", explicó. Un ex diputado radical, revisando sus anotaciones, le dio la razón. Cuando el kirchnerismo buscó en agosto del 2009 la prórroga de los superpoderes esperó 4 horas y 15 minutos hasta conformar el quórum. Un mes después, aguardó 1 hora y 23 minutos para tener número y avanzar con la ley de medios.

La esterilidad del Congreso ha dejado de ser novedad. Pero su persistencia seguirá agravando la realidad política e institucional. Es, seguramente, lo que menos interesa a los Kirchner: en ese tobogán podrían entrar también los líderes de la oposición que tienen aspiraciones presidenciales. Ellos deben desempeñarse en un Parlamento que empezaría a fatigar la paciencia colectiva.

Al matrimonio presidencial le importan los recursos financieros con los cuales disciplinan al PJ y condicionan la política. Para los actos de Gobierno cuentan con los decretos y los vetos.

El objetivo inmediato consistiría en alinear a sectores díscolos de la Justicia y oprimir a aquellos medios de comunicación que no dicen lo que les gusta.

El plan está en marcha: ¿Cómo entender la reforma empujada por el kirchnerismo para que los jueces rindan, como condición para seguir, examen cada cuatro años? El mismo tiempo que dura un mandato presidencial.

Los Kirchner siguen intentando vulnerar los límites en cada uno de sus actos. No solamente. Cuando la Presidenta afirmó sentirse Sarmiento, también evidenció descontrol en las palabras y desprecio por el sentido de la historia.

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