La Inflación del Supermercado versión Moyano y Moreno

sábado, 24 de abril de 2010

Por Marcelo Zlotogwiazda



Hugo Moyano tampoco le cree al INDEC, aunque lo diga de manera indirecta. La última vez que lo consultaron sobre el tema respondió: “No vamos a discutir las técnicas que utiliza el INDEC, pero la inflación es la del supermercado”. Hace rato que al líder de la CGT no le queda más remedio que desacreditar los datos oficiales sobre precios, porque si los tomara como verdaderos los sindicatos no tendrían fundamento para reclamar desde hace más de tres años aumentos salariales que duplican la inflación de Guillermo Moreno.


Por obvias razones, Moyano tampoco puede utilizar como parámetro las mediciones privadas de inflación. Apela entonces al comodín del “supermercado”, una referencia vaga, aunque a tono con el sentido común de todos los que se quejan de que el costo de llenar el changuito viene subiendo mucho más que el índice oficial de precios al consumidor.

Más allá de la falta de precisión de Moyano y de la "sensación" de los compradores (que no sólo es mayor a la del INDEC sino también muy superior a la de las mediciones alternativas), es teóricamente posible cuantificar la “inflación del supermercado”: si se tuvieran los datos, se podría tomar en cuenta la evolución de lo que facturan y de las cantidades vendidas, y de ahí deducir la variación de los precios.

Por ejemplo: si en un año la facturación pasa de 100 a 121 pesos y las unidades de 10 a 11, de eso se desprende que el precio promedio aumentó de 10 a 11, es decir un 10 por ciento. Es lo que se conoce como precios implícitos.

Algunos de esos datos están. En febrero pasado los supermercados facturaron 4.464,2 millones de pesos, lo que representa un 23,4 por ciento de aumento respecto de igual mes de 2009.  Descontado un incremento del 12,9 por ciento en las cantidades vendidas que calcula el INDEC , el resultado es que los precios implícitos subieron un 9,2 por ciento.

Si quisiera, Moreno le podría retrucar a Moyano con que ese porcentaje es casi idéntico al 9,1 de inflación que el INDEC midió en ese período. Más aún, el secretario de Comercio Interior podría agregar que en comparación con diciembre de 2006, que es cuando se intervino el Instituto, el índice de precios implícitos de los supermercados de febrero de este año muestra un salto del 27,6 por ciento, incluso unas décimas por debajo que el 28,2 por ciento de inflación oficial acumulada en esos 38 meses.

Moreno está en condiciones de decir: “Hugo, no jodas con la inflación del supermercado que es casi igualita a la del INDEC ”.

Claro que en tal caso alguien debería recalcarle a Moyano que el 9,2 por ciento de inflación de supermercado en el último año y el 27,6 en relación a fines de 2006 son datos que elabora... ¡el INDEC ! Y, lo que a esta altura no sorprende, en esa elaboración hay una trampa metodológica. No se trata, como en el sencillo ejemplo descripto, de que el INDEC disponga de los datos de facturación global y cantidades vendidas, para de ahí inferir la evolución de precios.

Lo que en realidad hace el INDEC es lo siguiente: los supermercados le proporcionan la facturación a precios corrientes, y ellos la deflactan con los índices de precios oficiales para poder comparar facturación a valores constantes y mostrar el cambio en las cantidades vendidas. No sólo no hay verdaderos “precios implícitos”, sino que, además, el aumento en las cantidades está sobreestimado porque dividen la facturación por precios inferiores a los reales.

Sin INDEC y sin “inflación de los supermercados”, no queda otra que recurrir a las mediciones alternativas. Pero según descalifica Aníbal Fernández, “lo que cuentan los índices privados es un revoleo”. Lo que el jefe de Gabinete debería considerar es que en ese supuesto revoleo las consultoras privadas llegan todas a resultados bastante parecidos y que como mínimo duplican a los del INDEC .

Es cierto que la mayoría de esas consultoras están conducidas por gente que no simpatiza con el Gobierno. Tan cierto como que las mediciones que hacen profesionales afines al Gobierno, por ejemplo la de Artemio López, están más alineadas con el resto que con la oficial, y como que no hay economista que crea en el INDEC por fuera de los que están obligados.

Pero también hay mediciones alternativas que no son de privados sino de Estados provinciales. Curiosamente, la semana pasada Moreno agitó el caso de Santa Fe. Afirmó que si se analiza en detalle la información del Instituto de Estadísticas se observará que “el 80 por ciento de la inflación de febrero fue ocasionada por la carne”.

Lo primero que llama la atención es que la inflación santafesina fue ese mes el 3,6 por ciento, o sea el triple de lo que calculó el INDEC . Más allá de ese pequeño detalle, Moreno se equivoca o miente. El 80 por ciento de la inflación santafesina de febrero se explica por todo el capítulo “Alimentos y Bebidas”, y no sólo por la carne.

Gracias a que el instituto provincial publica – a diferencia del INDEC – los precios promedio de muchos de los artículos de la canasta, se puede saber que, efectivamente, los seis cortes de carne vacuna aumentaron mucho (entre 15,5 y 25 por ciento) en febrero.

Pero el aumento fue generalizado y en varios rubros elevados: por ejemplo, 3 por ciento el pan francés, 3,5 las facturas, 9,6 el filet de merluza fresco, 1,9 la leche fresca en sachet, 2,9 el queso crema, 5,8 el cuartirolo, 15,6 la lechuga, 14,5 el tomate, 6,8 el azúcar, 2,4 el vino común y 2,6 por ciento la yerba mate. De paso, téngase en cuenta que la diferencia acumulada desde que en enero de 2007 comenzó el manoseo es de casi 40 puntos porcentuales: 28,2 por ciento de inflación para el INDEC y 67,1 para Santa Fe.

¿Hay alta inflación por puja distributiva? ¿Cuánto incide la mayor demanda de los sectores beneficiados por la asignación universal? ¿Y la escasez de carne? ¿Es la inercia inflacionaria? ¿El gasto público y la circulación monetaria aumentan demasiado? ¿En qué medida influye la voracidad de los formadores de precios? ¿Hay insuficiencia de inversiones?

Las causas de la inflación y el abordaje del problema (que dista de ser dramático, entre otras cosas porque no hay riesgo de desborde cambiario) son materias de ardua polémica.

Lo indiscutible es que el problema existe.

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