La inflación es el impuesto que nadie legisla, todos pagan y sólo uno cobra: el gobierno de turno

domingo, 4 de abril de 2010

Por Alfonso Prat Gay


Cuando el BCRA se transforma en el prestamista amigo del Gobierno, lo que sigue es la alta inflación. Los argentinos conocen bien esta causalidad. La hemos sufrido en el pasado y la sufrimos hoy. La inflación es el impuesto que nadie legisla, todos pagan –especialmente quienes menos tienen– y sólo uno cobra: el gobierno de turno.


La manera de aplicarlo es sencilla. Sólo hace falta encontrar un funcionario obediente que se haga cargo del BCRA. Martín Redrado obedecía disimuladamente (triplicó los préstamos al Tesoro) y así la tasa verdadera de inflación pasó del 5% anual en 2004 a más del 20% anual en los últimos tres años.

Mercedes Marcó del Pont es menos sutil: participa de los actos de campaña del oficialismo, no se ruboriza sino que se enorgullece al reconocer que recibe órdenes del Ejecutivo y está “al servicio de la profundización” de un modelo que, como lo hemos advertido hace muchos años, sólo cierra con alta inflación. Lo que es peor, toma el BCRA con la inflación en el 25%, no el 5%.

Quizá los Kirchner no hayan advertido el impacto de estas faltas de sutileza. Debieran recordar que una bolsa de dinero en el baño de un ministerio pudo mucho más que docenas de investigaciones en curso por cohecho y enriquecimiento ilícito. O quizás agotaron sus recursos y no puedan hacer otra cosa más que jugar con fuego. Debieran advertir que cuando, además de alta, la inflación es inocultable, pierden hasta ellos.

La estrategia del kirchnerismo ha sido disfrutar de los beneficios fiscales de la inflación procurando ocultar sus costos. El resultado ha sido más inflación y un descrédito creciente de sus funcionarios. Entre las picardías iniciales de Moreno y las mentiras actuales de Boudou, siguen creciendo las expectativas de inflación. No hay otra manera de explicar que en 2009 Argentina fue el único país del mundo que combinó una profunda recesión (el empleo cayó más del 2%) con alta inflación.

La gente sabe que el rebote del precio de la carne, que compensó años de congelamiento, es una muestra concreta de la inflación reprimida que viene destilando Moreno desde que aterrizó en la Secretaría de Comercio. Y el descrédito del INDEC convalida las expectativas individuales de inflación, que siempre son más altas que la realidad. Mentir con las estadísticas oficiales es inflacionario.

Dada nuestra triste historia, es difícil bajar las expectativas de inflación cuando superan el 20% anual. Y cuando es tan grande el divorcio entre lo que estima la gente, lo que dice el Gobierno y lo que es, cae el crecimiento económico, se propagan los ajustes de precios y cae el bienestar general.

El fraude estadístico en el INDEC y el silencio cómplice de las autoridades de la entidad monetaria encargada constitucionalmente de velar por la estabilidad de la moneda quedan claros en el gráfico que acompaña este artículo.

El índice de precios que miden oficialmente las provincias independientes, que históricamente era muy similar al que el INDEC mide para la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano, pasó a divorciarse violentamente a partir de 2007. La tercera línea del gráfico, las expectativas de inflación según la medición de la Universidad Di Tella, muestra que el problema ya está bien arraigado en la población, y mucha de la inflación actual ya es inercial, hay aumentos de precios para defenderse de los aumentos que están por venir.

En estas circunstancias, habría que anunciar ya un programa antiinflacionario que, como elemento fundamental, explicite rangos de inflación descendente para los próximos tres años, reconociendo los niveles de los que partimos. El problema es que para reducir las expectativas de inflación es clave la credibilidad de quienes tienen a su cargo la responsabilidad de esa tarea. La transparencia y la consistencia son requisitos insoslayables en esa búsqueda de credibilidad, así como lo es una clara definición institucional (y gestual) respecto a la independencia del BCRA.

Las políticas actuales terminan retroalimentando la inflación y las expectativas de inflación. La única respuesta antiinflacionaria más o menos efectiva que exhibe el Gobierno es mantener congelados el tipo de cambio y las tarifas. Sabemos cómo terminan estos desfasajes: con un salto inflacionario y con un nuevo escalón ascendente en nuestros ya vergonzosos niveles de pobreza e indigencia.

No importa ya a quién le toca subirse al helicóptero ni quién le preparó el helipuerto, como algunos se empeñan en discutir. Importan quienes lo miran desde abajo. Para ellos y para sus hijos y nietos debemos trabajar. Para que la nueva dirigencia vaya encontrando la manera de evitar una frustración cada cinco años.

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