Por Luis Majul
Néstor Kirchner quiere ‘que se vayan todos’. O mejor dicho: todos los que podrían llegar a competir con su eventual candidatura a presidente en octubre de 2001. Esto incluye a sus adversarios directos. Pero también a los ‘tibios’ y a los neutrales. Es decir: todos los que no apoyen su cruzada personal para mantenerse en el poder.
“Que se vayan todos” (los políticos) fue el grito de guerra de diciembre de 2001 de una buena parte de la sociedad cuando el gobierno de Fernando De la Rúa se mostró incapaz de administrar el país y metió la mano en los ahorros de los argentinos. Durante más de dos años la rabia social se extendió a casi toda la clase dirigente. La crispación masiva empezó, de a poco, a dejar paso a la esperanza. Fue cuando Kirchner recuperó la autoridad presidencial, motorizó la recuperación de la economía y la Argentina logró tasas chinas de crecimiento después de haber registrado los índices más altos de pobreza, indigencia y hambre de toda la historia reciente.
Fascismo Nacional
“Qué se vayan todos” tuvo mucho de legítima reacción y tuvo además mucho de comportamiento fascista: acusaciones personales a dirigentes sin argumentos ni pruebas, escraches que incluyeron, solo por citar un ejemplo, el domicilio particular del ahora venerado ex presidente Raúl Alfonsín.
Ahora Kirchner fogonea una nueva versión del Que se vayan todos. Un Que se Vayan Todos K, pero no desde la genuina indignación social, sino con la ayuda de una enorme maquinaria financiada con los recursos del Estado.
El audaz proyecto de Kirchner contempla:
-La paralización y el desprestigio del Parlamento: Como el Congreso es percibido como el escenario desde donde la oposición podría limitar los abusos del gobierno, su no funcionamiento afectaría más a los adversarios del kirchnerismo en su conjunto que a la administración nacional.
Y el creciente desprestigio involucra a casi todos sus competidores: Julio Cobos, Carlos Reutemann, Felipe Solá, Francisco de Narváez, Elisa Carrió y las organizaciones políticas que ellos representan, desde la centenaria Unión Cívica Radical (UCR) hasta el flamante peronismo no kirchnerista.
-Las operaciones contra los dirigentes que, con sus decisiones, ponen en peligro el proyecto de continuidad en el poder: Luis Juez acaba de denunciar a Kirchner por asociación ilícita, porque está convencido que el ex presidente se encuentra detrás de la operación que le inventó una cuenta en el exterior.
El presidente de la UCR, el senador Ernesto Sanz, denunció “una suerte de terrorismo de Estado” contra políticos y periodistas no afines. Incluyó entre las víctimas a Carlos Reutemann, a Felipe Solá, a él mismo y también a Mauricio Macri. Sanz reveló que fue víctima de una “operación personal” del ministro Florencio Randazzo. Y opinó que la avanzada judicial contra el jefe de Gobierno de la Ciudad es obra del gobierno que maneja Kirchner.
-Los escraches contra periodistas que critican o denuncian al ex presidente o no comparten los postulados de la Ley de Medios: Las pancartas con las caras de Nelson Castro, Ernesto Tenembaum y María Laura Santillán supuestamente amordazados por el Grupo Clarín que aparecieron el viernes en la manifestación a favor de la Ley, en el obelisco, fueron mostradas una y otra vez por las caras del canal público que pagamos todos nosotros.
El cartel contra Martín Caparrós –un periodista y escritor que cometió el terrible pecado de expresar sus diferencias de matices contra el pensamiento único alentado por el productor que entregó su carrera al proyecto k- es la muestra más cabal que si cualquiera dice lo que piensa, mañana pueden ir a la casa o insultarlo y atacarlo entre varios y en plena calle, como si fuera un abusador serial en pleno acto aberrante. Es más: ya pasó con más de un colega que todavía no quiere hacer público el mal momento.
“Gorila”, “Puto de mierda” y “Esclavo del Monopolio” son las argumentos más creativos de los cada vez más fanatizados militantes kirchneristas.
Furia narcisista
¿Por qué Kirchner, después de haber contribuido a la resurrección de la clase política, pretende pulverizar a cualquiera que no piense como él o no adhiera al Proyecto?
La respuesta política, pero también psicológica, se puede encontrar en el mismo pensamiento profundo de Néstor Kirchner, cuando todavía era presidente y su gobierno ya empezaba a recibir sus primeras críticas y denuncias de corrupción.
“Son unos ingratos y tienen mala memoria. Hasta hace poco no podían salir a la calle ni entrar o salir del Congreso sin custodia. Y mucho menos ir a comer con la familia a cualquier restaurante. ¿Ahora, que gracias a este gobierno la gente los está empezando a aceptar, me atacan y me critican?”, le escucharon decir dos de los ministros más importantes que ya no están con él, y fueron testigos de su furia narcisista.
Padecen de furia narcisista los pacientes que sienten un rechazo exagerado cuando alguien no se muestra totalmente de acuerdo con sus ideas. O cuando experimentan un fracaso que no terminan de asimilar. Su primera reacción es replegarse en si mismos. La segunda es la ejecución de la venganza.
La supuesta furia narcisista de Kirchner no parece muy distinta a la de sus nuevos aduladores mediáticos. La última derrota electoral de 2009 pudo haber aumentado su deseo de venganza. Y su voluntad de pulverizar a quienes, supuestamente, le hicieron un daño que todavía le duele, o le impedirán seguir manejando el poder.
A los enfermos crónicos de furia narcisista no les importa que el sistema se rompa en mil pedazos si ellos no pueden mantener el control.
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