Su Señoría, el doctor Norberto Oyarbide

lunes, 12 de abril de 2010

Por Julio Blanck


Ustedes ya lo conocen. De sobra, podría decirse. Pero recordemos que nuestra estrella es un entrerriano de Concepción del Uruguay, que en junio festejará sus 59 años y que, educado en el Colegio San José, se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires, en abril de 1980.

Fue escalando en la carrera judicial y al mismo tiempo ejerció la docencia. Desde 1986 enseñó en la Escuela Superior de la Policía Federal, vinculación que le sería muy provechosa. Así, rodeado de las mejores recomendaciones, en junio de 1994 el Senado lo convirtió en juez federal cumpliendo un pedido del presidente Carlos Menem. También esto sería importante en su lucha sin cuartel contra la adversidad.

A poco de andar, nuestro buen doctor se vio complicado en un enojoso asunto privado, como bien recordarán. Algo que no tenía que ver con su condición de juez, pero que sirvió para enlodarlo. Una historia oscura en la que se mezclaban un prostíbulo masculino, filmaciones mucho más que comprometedoras, tráfico de influencias, amenazas, coimas y extorsiones. Agobiado, nuestro hombre tomó una larguísima licencia.

Aquel escándalo ocurrió en 1998. Y atrás se destaparon otros asuntillos. Tres jueces denunciaron al doctor y pidieron su juicio político. El trámite, por ese entonces, se llevaba en el Congreso. Y los senadores, demoraron más de dos años en suspenderlo.

Lo que el doctor Oyarbide confesó ante los senadores, en una de las audiencias de aquel ingrato trámite: "Soy un muerto social", les dijo. Y les contó que vivía encerrado en casa, porque le daba vergüenza salir a la calle. Sin duda logró conmover las almas. Fue esa razón humanitaria y ninguna otra motivación de protección política lo que con seguridad los llevó a absolverlo de todos los cargos. Sucedió en una fecha inolvidable: fue la noche del 11 de setiembre de 2001, apenas unas horas después que fueran destruidas en Nueva York las Torres Gemelas, y cuando resonaba en todo el mundo, y también en nuestro Congreso, la repercusión y el horror por aquello. Nadie reparó en la salvación de Oyarbide.

Una semana después, el doctor regresó al lugar del que nunca debió haber salido: su despacho en Tribunales. Allí, verborrágico y elegante hasta la exasperación, administra justicia sin desmayos. Vean ustedes, de qué manera tan notable ejercita la mesura y ponderación que se reclama a los magistrados.

El último día de noviembre pasado nuestro doctor, que investiga la "mafia de los remedios", sin que le temblara el pulso ordenó detener a un pescado gordo del sindicalismo, el bancario Juan José Zanola. Eso se llama actuar contra los poderosos pensando sólo en la defensa de la ley... Por cierto, tres semanas después nuestro admirado Oyarbide consideró que era justificable y legal el crecimiento de la fortuna del matrimonio Kirchner, y los sobreseyó sin pestañear. Buenos motivos habrá tenido Su Señoría, no somos quiénes para juzgarlo.

En estos días, el doctor acometió contra los bienes fabulosos acumulados por el señor Ricardo Jaime, que fue secretario de Transporte con Néstor y con Cristina. Casas, un avión, un yate, cuantioso dinero en efectivo. Nada quedó fuera de la pesquisa sagaz de nuestro juez. Que, casi al mismo tiempo, engrampó a Mauricio Macri y lo citó a declarar como sospechoso por la red de escuchas ilegales montada hace varios años por un experto en esas malas artes, que terminó trabajando para el Gobierno de la Ciudad.

Que al señor Jaime los Kirchner le hayan soltado la mano dejándolo librado a su fortuna y que el ingeniero Macri sea un enemigo político de los Kirchner son apenas detalles, agitados por quienes pretenden ver debajo del agua y atribuyen al doctor Oyarbide las peores intenciones.

En realidad, queridos espectadores, el doctor no quiere otra cosa que seguir sobreviviendo.

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