Por Ignacio Fidanza
Nadie puede negarle a los Kirchner la capacidad para reconstruir lo que ellos mismos destruyen. Estuvieron muy cerca de arruinar su rol en los festejos del Bicentenario con una pelea de conventillo con el jefe de Gobierno porteño, y sobre el final coronaron un cierre espectacular que tuvo el beneficio adicional, para una pareja que se dice peronista, de la aplastante masividad.
¿Son los Kirchner los depositarios directos del afecto de la gente que por millones se volcó a las calles? Es una pregunta para sociólogos, pero lo cierto es que si la fiesta salía mal iban a ser los responsables. De manera que aunque sea por omisión, fueron beneficiarios de la alegría de la gente. Negarlo sería tan tozudo como no reconocer que no le sumó nada a la Presidenta el faltazo al Colón, que le regaló la tapa de los diarios del 25 de Mayo a Macri.
Pero acaso lo que parece una torpeza sea una estrategia. Pensándolo bien, no les vendría nada mal a los Kirchner polarizar la disputa política con el jefe de Gobierno. La famosa pelea de “modelos” difícilmente quede más clara que en una contraposición de Macri y los Kirchner, por estética, historia personal y hasta por algún dejo de ideología, o al menos de identidad política.
Porque si hubo dos ganadores políticos de estos largos festejos, sin duda fueron los Kirchner y Macri. Fue notable el segundo plano en el que quedó ubicado Julio Cobos –insólitamente apañado en Mendoza por el gobernador peronista con peor imagen del país-. Así como la virtual desaparición de la escena pública de Eduardo Duhalde, Ricardo Alfonsín y Elisa Carrió, los otros candidatos que hoy despuntan para pelear la Presidencia.
Macri, como todos los opositores, tiene que librar dos peleas simultáneas. La primera por despegar de ese lote heterogéneo que se engloba bajo la palabra “oposición” y la segunda contra los Kirchner. Una es función de la otra y el matrimonio presidencial en los últimos días no ahorró esfuerzos por posicionarlo como “él” contrincante.
El poder de la gestión
Es verdad, que de todos los presidenciables de la oposición, Macri es el único que administra un gobierno grande y con amplia visibilidad. Y el gobierno es un lastre, pero también un trampolín. Quedó claro en este Bicentenario que sólo desde el manejo del Estado se pueden dar ciertas peleas.
Macri deslumbró con el Teatro Colón y los Kirchner, agazapados, sorprendieron con un final vanguardista y a tono con los mejores shows del mundo, que tenían cuidadosamente escondido. La Presidenta perdió cuando intentó contraponer el inconcluso Palacio del Correo al Colón –algo debe querer decir de la decadencia nacional que este Bicentenario se festeje reinagurando dos edificios de más de 100 años-.
Pero ganó cuando se plegó a los gustos populares sin pretensiones. Había que verla bailando –y con mucha gracia- en el palco, para terminar de entender la densidad del daño político que los Kirchner se hacen a si mismos. Esa imagen cálida, suelta, humana, cae tan bien, como espantan los giros destemplados y la impostura al estilo Evita, que ciertamente suenan fuera de época. Vivimos una época de épicas módicas y para bien o mal, ya nadie piensa en dar la vida por un político.
O si se quiere el escenario político es de una volatilidad que obliga a reescribir la historia cada mañana. Los ganadores de hoy son los derrotados de mañana. Acaso esto revele la dificultad para auscultar las razones profundas del humor popular. Preguntas para estudiosos de la opinión pública: ¿Qué festejó la gente en el Bicentenario? ¿La recuperación económica luego del bajón del 2008/2009? ¿Fue un desahogo y un rechazo ante tanta pelea cruzada? ¿Simple alegría de ser argentinos?
El fenómeno popular de ayer, abrió un mundo de preguntas que acaso proyecte al líder que encuentre las respuestas y logre sintetizar ese entusiasmo.
Parecería que por más que Macri y los Kirchner intenten arrogarse esa representación, la gente camina por un sendero paralelo a la política. Castigó a Kirchner en el 2009, luego tomo distancia del ganador Francisco de Narváez, tal vez por sus veleidades y zigzagueos, y este Bicentenario disfrutó sin prejuicios el espectáculo público del Colón y los festejos que organizó la Casa Rosada.
Sin embargo, la alegría que ayer se expresó en las calles, acaso si revela que no prevalece en el ánimo general una visión apocalíptica del futuro inmediato. Eso es bueno para el Gobierno, pero también es bueno para líderes como Macri y Cobos, que se han esforzado por proyectar una imagen de moderación, de crecimiento sobre lo conseguido.
El enemigo ideal
Ahora, asumiendo que en todo el sainete del Bicentenario no hubo torpeza sino una deliberada acción política de los Kirchner para posicionar a Macri, la pregunta obligada es: ¿Para qué esforzarse en unir la representación opositora?
Si se parte de la hipótesis de Kirchner, que es ganar en primera vuelta con 40 puntos, una lógica posible es que busque la polarización para conseguir perforar el techo del 30 por ciento que hoy desvela al gobierno. En un escenario de ese tipo, lo natural es que suban ambos contendientes y como primera minoría, Kirchner estaría mas cerca de alcanzar los soñados 40 puntos.
Si por el contrario, la propuesta opositora para la primera vuelta se mantuviera atomizada, podría ocurrir como en el 2003, en el que ningún candidato superó el 25 por ciento. Ese es el escenario que a toda costa debe evitar Kirchner. O sea, lo que se intuye que debería hacer el oficialismo y acaso lo esté buscando es anticipar la segunda vuelta a la primera, pero limitada.
Es decir, un juego de relojería que le permita subir su piso ante la antinomia Derecha-Progresismo o Macri-Kirchner, atrayendo a potenciales votantes de Pino Solanas, Duhalde, Carrió o la UCR, que puestos contra esa pared elijan “el mal menor”. Lograr ese escenario pero al mismo tiempo mantener las otras opciones vivas para que el tiro no salga por la culata y termine ganando Macri en primera vuelta podría ser el desafío ensayado.
En ese sentido, el relato histórico-político que se construyó con mucha habilidad ayer en el video proyectado sobre el Cabildo y el propio desfile de Fuerza Bruta, apunta a reforzar la idea de los Kirchner como una continuidad de las más puras luchas sociales, al tiempo que sintoniza a la centroderecha con la Dictadura, Menem y los períodos más oscuros de nuestra historia.
Juegos de laboratorio que no necesariamente pregnan en esa vía paralela que parece estar construyendo una sociedad, que ayer se apropió de la escena pública con su propia agenda y que acaso se guarde más de una sorpresa de acá al 2011.
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