En "Revolución" Vicente Massot repasa los hechos de 1810 y sus interrogantes

martes, 4 de mayo de 2010

En Revolución (Ateneo), Vicente Gonzalo Massot repasa los hechos de 1810 y los interrogantes que aún plantea un acontecimiento tan decisivo. Aquí un fragmento.


La Revolución de Mayo, tan revisitada a través de los años y, al mismo tiempo, tan escurridiza en sus numerosos pliegues y recovecos, nos sigue planteando, aun hoy, los mismos interrogantes con los cuales se toparon, en su oportunidad, Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, pioneros en el arte de escribir la historia de los argentinos basados, según se tratase de uno u otro, en los documentos o en los testimonios orales de la época. Las preguntas, pues, que respecto de tan decisivo acontecimiento nos hacemos nada tienen de novedoso. En todo caso pueden ser distintas y hasta originales las respuestas.


Al cabo del tiempo transcurrido desde 1810 se han forjado, entre nosotros, memorias del ayer bien diferentes. Como consecuencia de que Mayo resulta semejante al alma de Hamlet, a la que todos parecen comprender de manera diversa, y en razón de que las conclusiones de la historia tienen el sello de lo provisorio, las lecturas de la revolución estallada en el Río de la Plata aquel año son infinitas.

Rompió el fuego Mitre con sus dos formidables biografías, la de Belgrano y la independencia argentina y la de San Martín y la emancipación nacional, y su visión vino a rematar en una suerte de teleologismo ético: la sociedad rioplatense debía desenvolverse en correspondencia con una serie de principios republicanos que explicarían el curso de la revolución, porque así debía ser. De ahí a sostener que entonces nació la democracia como ideología nacional había un paso. Puesta al amparo de toda crítica, esta narración canónica sobrevivió a sus impugnadores hasta principios del pasado siglo.

A partir de ese momento harían pie nuevas interpretaciones que, desertando de la matriz clásica, decidieron recorrer senderos no más seguros -porque no los hay- aunque sí más sugestivos. Al conmemorarse, en 1960, el Sesquicentenario, dos cosas estaban claras: que el pasado no era lo mismo que el relato elaborado por los historiadores y que en los estudios de Mayo la democracia, el pueblo y la libertad mentados por Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López no tenían, ni remotamente, el mismo significado que los sostenidos por la Nueva Escuela Histórica, la historiografía socialista y la revisionista en sus diversas vertientes.

Es más, el debate académico se tornaba difícil merced a una circunstancia ajena al tema tratado: la politización de la historia, o, si se prefiere, la reconstrucción del pasado como una forma de dominio intelectual encubierta. Sea de ello lo que fuere, no todas las disputas quedaron presas de posiciones enarboladas a tambor batiente y reacias a repasar los hechos sin ira et cum studio .



Causas y consecuencias

A doscientos años de aquella revolución la controversia sobre sus causas y alcances sigue abierta y es necesario encararla sin preconceptos. Bien está exponer las razones en virtud de las cuales hemos decidido conmemorar el Bicentenario, a condición de dar de lado con las nociones consagradas en cuanto a la inevitabilidad de la revolución, por ejemplo, o a su carácter fundador. Es que no fue inevitable como inesperada, y en sus motivos y reivindicaciones no hay rastros de la idea de la nacionalidad.

Moverles críticas a ciertos estudios de Mayo no supone reinventarlo a destajo. Importa, sí, fijar límites, poner reparos y establecer diferencias allí donde corresponda hacerlo. Los mitos pueden dar fundamento a los orígenes de un país y la historia escrita y socializada ser el vehículo de tal empresa, siempre y cuando no se confunda -como si fuesen sinónimos- mito e historia.

Si de lo que se trata en este Bicentenario es de exaltar nuestra menguada conciencia nacional, el Mayo creador de identidad con sus escarapelas celestes y blancas, los patrióticos discursos en el cabildo del 22 de mayo y el propósito de enfrentarnos a los fieros realistas adquiere importancia. En este orden, siempre resonarán las palabras del canciller alemán, Otto von Bismarck: "Un gobierno debe actuar también sobre la fantasía de la nación". Pero la historia y la fantasía se llevan mal.

La Revolución de Mayo no arrastró, en su trajinar, una lógica lineal, rigurosa, capaz de enhebrar los hechos que la jalonaron, otorgándoles sentido. El núcleo dirigente que, directa o indirectamente, asumió un papel de capitanía no fue homogéneo tanto como fluctuante y contradictorio.

Es conveniente, pues, poner atención y no sostener, a tontas y a locas, que como la revolución se produjo en un determinado momento y estuvo sometida a una circunstancia de la que no podía desentenderse, las consecuencias que tuvo estaban comprendidas en las causas que la produjeron. François Furet, en Pensar la Revolución Francesa , ha sido claro sobre el particular:

Admitamos por un instante que estas causas están mejor deducidas de lo que en realidad están o que en algún momento se pueda ofrecer de ellas un cuadro más operatorio; pero ocurre que el acontecimiento revolucionario, en el día en que estalla, transforma profundamente la situación anterior e instituye una nueva modalidad de la acción histórica que no está inscrita en el inventario de esta situación.

No hubo nada mecánico en el movimiento que depuso a Cisneros y, si hubiese que rastrear su motricidad, se encontraba menos en estas playas que del otro lado del Atlántico. Cuanto quedó en evidencia entre 1806 y 1810 fue que las principales amenazas a los dominios españoles en América no provinieron de un desafío enderezado en su contra por las grandes potencias europeas ni de banderías independentistas endógenas, carentes de arraigo en el mundo colonial, sino de una circunstancia fortuita e impensable: la vacatio regis .

Aun tras la conmoción producida por las invasiones inglesas, los cambios obrados por un virreinato que dejó de pagar sus impuestos, se armó en soledad para defenderse y se animó a destituir al virrey Sobremonte, poco o ningún vínculo tuvieron con la independencia de la corona de Castilla o la recusación de la figura del rey. Fue el vacío que produjo la forzada abdicación de los Borbones españoles en Bayona el disparador de una situación revolucionaria y no las ideas importadas de Norteamérica o Francia.

En esto Juan Jacobo Rousseau, Melchor Gaspar de Jovellanos y Francisco Suárez acreditaron menos importancia que Napoleón Bonaparte. Por eso los modelos ideológicos que entonces se hicieron presentes resultaron producto del pragmatismo a que obligaba la vacatio regis y fueron adaptados a la necesidad de pensar cómo se llenaba ese hueco.

En 1810 se produjo en Buenos Aires una revolución. De ello no hay dudas que merezcan, a esta altura, tenerse en cuenta. Solo que la ruptura se dio primero respecto de un conjunto de instituciones y recién años después del monarca preso.

Quién es Vicente Gonzalo Massot:


Abogado, Doctor en Ciencias Políticas (UCA-CEMA), Analista Político y actualmente profesor titular del doctorado de esa carrera en la Universidad Católica Argentina, Massot ocupó el cargo de secretario de Estado de Defensa entre abril y diciembre de 1993.

Es miembro consultor del CARI (Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales) y autor de diversos libros sobre temas de historia de las ideas e historia Argentina, entre otros, Un mundo en equilibrio: La Realpolitik en la Europa de Bismarck y Matar y morir; La violencia política en la Argentina (1806-1980).

Es, asimismo, director ejecutivo del diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, que fundó su bisabuelo en 1898.

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