Por Nelson Castro
Nadie lo esperaba. La sorpresa fue total. La masiva concurrencia de la ciudadanía a los distintos actos que, a lo largo y a lo ancho del país, se organizaron para conmemorar los 200 años de la Revolución de Mayo ha constituido un fenómeno de análisis sociológico cuyas consecuencias políticas serán efímeras. Es lo que enseña la historia argentina. Y nada demuestra en estas horas que haya predisposición para aprender de esas experiencias.
En la realidad política, en cambio, esa convivencia fue sensiblemente menor. Los dos tedeum y la ausencia de la Presidenta en el Colón fueron las muestras que ejemplificaron esa realidad. Ambos hechos tuvieron, además, un componente anecdótico interesante.
En los dos tedeum –el de la Basílica de Luján oficiado por monseñor Agustín Radrizzani, al que asistió el Gobierno nacional, y el de la Catedral Metropolitana, encabezado por el cardenal Jorge Bergoglio– el mensaje que bajó desde la Iglesia fue el mismo: crítica a la escasa vocación por respetar la división de poderes –no sólo de este Gobierno–, importancia de reforzar la institucionalidad y necesidad imperiosa de combatir la pobreza y la exclusión.
En lo que respecta al faltazo del kirchnerismo a la función de reapertura del Teatro Colón, la causa real no estuvo en la descortés apreciación de Mauricio Macri hacia el matrimonio presidencial –expresión por la que el jefe de Gobierno porteño debería haberse disculpado– sino en el temor de Cristina y Néstor Kirchner a un posible abucheo. Un párrafo aparte merecerían las presiones, por momentos desopilantes, que desde el Gobierno hubo para que el presidente de la República Oriental del Uruguay, José Mujica, no asistiera a esa función.
En la cúpula del poder faltó la foto del Bicentenario. El no haber invitado al vicepresidente ni a los ex presidentes constitucionales a la cena de gala del 25 de Mayo en la Casa Rosada, así como también la no inclusión de dos de ellos –Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde– en la recopilación histórica de la recuperada democracia argentina, habla de la permanente actitud de los Kirchner de subordinar los asuntos institucionales a las cosas personales.
Algo de todo esto buscó enmendar el Congreso el miércoles con la actitud de los diputados de todos los partidos de generar un acto de convivencia que el Bicentenario pedía a gritos.
En el Gobierno se viven por estos días horas de euforia. Más de allá del discurso hacia afuera negando cualquier intento de capitalización política de la contundente presencia popular en los actos del Bicentenario, el matrimonio Kirchner ha creído ver en ella la evidencia de un apoyo manifiesto hacia su gestión.
La proliferación de algunas encuestas mostrando un aumento de la popularidad de Néstor Kirchner no ha sido un hecho casual. Tampoco lo ha sido la circulación de aquellos sondeos que muestran un efecto positivo sobre la figura de Mauricio Macri.
A este tren también se han subido los que se preparan para aprovechar los potenciales efectos políticos positivos de una posible y anhelada buena actuación de la Selección Nacional en la Copa Mundial de Fútbol a disputarse en Sudáfrica.
Por todo esto es que el Gobierno está trabajando a destajo para asegurar la distribución de decodificadores entre los beneficiarios de los planes sociales, sobre todo en el Conurbano bonaerense.
El plan del Gobierno es el de saturar la pantalla con publicidad oficial durante el mes que dure el certamen. Allí aparecerá la Presidenta poniendo su mejor cara en actos de inauguración de obras. “Si la Selección gana el Mundial, tenemos más de media elección ganada”, afirma una voz del Gobierno bajo los efectos euforizantes de los actos del Bicentenario. La historia, otra vez, tiene algo que decir a este respecto.
En 1986, tras la conquista de la Copa del Mundo por parte de aquel seleccionado capitaneado por Diego Maradona, en el riñón del alfonsinismo hubo quienes hicieron un razonamiento similar. Los hechos posteriores demolieron esta suposición ya que, el 6 de septiembre de 1987, Antonio Cafiero ganó la elección a gobernador en la provincia de Buenos Aires y pulverizó los sueños de permanencia, nunca reconocidos oficialmente, que el gobierno de Raúl Alfonsín albergaba.
Los ejemplos no son sólo nuestros. En medio de tanta euforia surgió, inesperadamente, la declaración del ministro de Economía de Santa Cruz, Diego Robles, acerca de la utilización de los fondos de la provincia depositados en el exterior durante la gestión de Néstor Kirchner al frente de la Gobernación. Las contradictorias explicaciones que sobre su manejo siempre hizo el ex presidente en funciones no hicieron más que despertar sospechas.
Esos fondos han sido siempre un misterio. La escasez de comprobantes y documentos que permitan conocer a ciencia cierta cómo se los ha administrado es alarmante. Se sabe que una parte fue utilizada para solucionar el grave conflicto docente que hubo en 2007. Se sabe, también, que se lo utilizó para cubrir otros gastos corrientes de la provincia, objetivo para el cual esos dineros no estaban destinados. Hay que agregar que los reiterados pedidos de informes que sobre la disposición de esos fondos se hicieron desde la Legislatura santacruceña nunca fueron respondidos.
Lo que el ministro Robles dijo sacudió al Gobierno nacional. Menos bonito, al ministro le dijeron de todo. La clásica desmentida que debió hacer, diciendo que había sido “malinterpretado”, lejos de aclarar, oscureció. Mucho del manejo de los fondos públicos que hace el kirchnerismo es oscuro. Para ser justos, hay que decir que esa “oscuridad” no le es exclusiva.
Un asunto que hoy a la ciudadanía le interesa tan poco como la nada es el de las internas partidarias. Sin embargo, en el presente de muchos dirigentes políticos, el tema ocupa espacio y tiempo. Es otra de las disociaciones de la hora. A Néstor Kirchner le inquieta la diáspora de dirigentes justicialistas. Si le vacían la interna, sus aspiraciones de triunfo se habrán esfumado. Hasta ahora De Narváez está adentro, Solá afuera y Duhalde no se sabe. Tampoco se sabe qué es lo que hará Reutemann quien, hasta ahora y en forma oficial, no se ha bajado de la carrera presidencial.
En la UCR, por su parte, la caliente interna de la provincia de Buenos Aires no deja de llamar la atención. Allí el enfrentamiento del sector que, entre otros, integran Leopoldo Moreau y Federico Storani –alfosinistas de la primera hora que apoyan a Julio Cobos– con Ricardo Alfonsín, hijo del ex presidente, es un monumento a la paradoja.
Como se ve, el Bicentenario y sus reminiscencias patrióticas han pasado, en tanto que la ambición personal que domina el escenario de la política argentina ha quedado.
0 comentarios:
Publicar un comentario