Ninguna crisis política podría saldarse de la noche a la mañana

domingo, 30 de mayo de 2010

Por Eduardo Van Der Kooy

Vivió la semana pasada la Argentina algo parecido a una ensoñación . La habitual avaricia política fue arrasada por una festiva vocación popular como no se recordaba desde el retorno de la democracia que comandó Raúl Alfonsín.


Hubo fiesta, pero hubo también armonía y tranquilidad . Ni el Gobierno de Cristina y Néstor Kirchner ni la oposición se animaron aún a enturbiar ese clima, a poner fin a la luna de miel que provocó el Bicentenario.

Ese espíritu de concordia no sobrevoló sólo las calles porteñas. Se notó más, simplemente, porque allí se agolpó la mayor multitud y porque la televisión repicó con esas imágenes. Pero existieron otras multitudes, en Córdoba o las que colmaron varios días el Monumento a la Bandera en Rosario, que le concedieron a la fiesta un sentido extrañamente nacional.

¿Una tregua o, ciertamente, la posibilidad de algún cambio político y social en la Argentina? El interrogante es imposible de responder ahora mismo. Que sea una cosa o la otra dependerá, sin dudas, de la interpretación que la clase dirigente haga sobre las cosas sucedidas. Aunque ninguna crisis política, como la que arrastra la Nación desde el 2001, podría saldarse de la noche a la mañana.

Menos, todavía, cuando el marco de las celebraciones mostró dos planos bien diferenciados. La sociedad atenta sólo al entretenimiento y a la excepcional oferta artística. Los dirigentes pendientes más de sus propias aldeas.

Los Kirchner planearon sus apariciones aventando cualquier posibilidad de sobresalto.

Cuando hicieron la caminata con los presidentes extranjeros, cuando participaron del Tedéum en Luján o al sumarse con naturalidad a la clausura de los festejos. Siempre en la línea de vanguardia de las multitudes que los rodearon predominaron los militantes kirchneristas. Fue lo que Mauricio Macri no le pudo garantizar al matrimonio en el Teatro Colón.

Tampoco el entusiasmo popular pudo hacer olvidar otras cosas. La novelita de Cristina con Macri. La realización de dos Tedeum por una inquina de los Kirchner con el cardenal Jorge Bergoglio. La especulación política opositora en torno a esos actos religiosos. El aislamiento de Julio Cobos en su papel de vicepresidente. El desprecio por las investiduras de Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde y Adolfo Rodríguez Saá.

No parecieran esos cimientos sólidos como para suponer que luego de la fiesta se podría comenzar a construir un tiempo político nuevo en el país.

La responsabilidad de ese tiempo deseado es de todos los sectores. Pero aquellos que ejercen el poder –los Kirchner– tienen siempre un deber superior. Los pequeños gestos que el matrimonio entremezcló en medio de las celebraciones no resultaron prometedores. No pareció necesario que Cristina, por ejemplo, haya danzado con un sombrero que promovió la candidatura de Kirchner para el 2011. La Presidenta proclamó también que la fiesta era de todos aunque pronunció un mensaje que, más allá de la legítima mirada ideológica, no transpiró ningún sentido integrador.

Los Kirchner no han sido, en los últimos años, eficaces intérpretes de las expresiones colectivas. Supusieron que el rotundo triunfo de Cristina en el 2007 significaba un aval de incondicionalidad. Que no había nada perentorio para cambiar. La imagen de la Presidenta fue de inmediato sumida por la de su esposo. También llevaron hasta una estación de irracionalidad el conflicto con el campo, pese al ostensible desagrado social. Esa puja les abrió una enorme brecha con la comunidad.

Tardíamente están tratando de enmendarla .

El matrimonio minimizó además el significado de la derrota en las elecciones legislativas. Por empezar, nunca admitió esa derrota. Hurgó más tarde sus causas en la hipotética necesidad de profundizar algunas decisiones. Eso se tradujo en una embestida contra la oposición en el Congreso y en una pelea contra los medios de comunicación y el Poder Judicial.

¿Habrán comprendido, entonces, el sentido de la esquela que la sociedad despachó en el Bicentenario? Hubo apresurados que vaticinaron cambios y que hablaron, incluso, sobre la chance de que rodara la cabeza de Guillermo Moreno. Los Kirchner no creen en cambios y, menos todavía, en la separación del secretario de Comercio.

La candidatura de Kirchner para el 2011 se meneaba antes del Bicentenario. Habría tomado en las últimas horas un vigor renovado.

“¿Quién se lo puede discutir?” , preguntaba un legislador bien leal al oficialismo. El ex presidente, como su esposa, quedaron encantados con la participación social. Como en otras ocasiones, no se preocuparon por ahondar más allá de la espuma de los hechos. Pero Kirchner está convencido de que podría volver, aún contra lo que pronostican ahora las encuestas.

Sus ojos, de nuevo, están posados en Buenos Aires. En un dirigente con cuya compañía ha logrado forjar todos los éxitos. Daniel Scioli es el hombre señalado. Con él llegó a la Casa Rosada. El mismo resultó determinante para la ventaja que arrancó Cristina cuando se hizo Presidenta.

El gobernador trabaja desde hace rato, discretamente, con la esperanza de convertirse en el heredero de los Kirchner. Los pasos políticos del ex presidente tendrían otro rumbo: querría a Scioli como compañero de fórmula.

“¿Quien nos ganaría?”, se entusiasma desafiante en la intimidad.

El del gobernador de Buenos Aires es un caso notable en la política. Ha zigzagueado con Menem, con Duhalde y terminó anclado a los Kirchner. Administra el distrito más complejo y misterioso del país, donde muchos dirigentes terminaron sepultando sus carreras. Entre tropiezos políticos y siempre con la guillotina de la inseguridad sobre su cuello, Scioli sobrevive . Ninguna encuesta lo ubica por debajo del 36% de imagen positiva. Posee otro hándicap: es uno de los kirchneristas menos atacados por la oposición.

El supuesto desplazamiento de Scioli a la fórmula con Kirchner, en el 2011, desnudaría un problema en Buenos Aires. El kirchnerismo carece allí de candidatos taquilleros. Las eternas ilusiones de Aníbal Fernández se consumieron al compás de cada incesante desatino como jefe de Gabinete. El ex presidente le envió varios emisarios a Sergio Massa.

El intendente de Tigre está hoy en otra cosa. Frecuenta a dirigentes que militan en el antikirchnerismo y que suponen, como él, que el peronismo estaría condenado a una derrota si no apuesta a la renovación.

Aunque también es cierto que en sus planes figura el arribo a la gobernación de Buenos Aires. Duhalde es uno de los que tiene en cuenta esa ambición.

Massa se fue del Gobierno dejando una relación distante con Cristina y mala con Kirchner. Pero poco le importa eso al ex presidente cuando en juego está su porvenir. El intendente figura entre los cuatro dirigentes con mejor imagen en la Provincia, incluso por encima de Scioli.

Ricardo Alfonsín también asoma en ese lote . Alrededor del hijo del ex caudillo radical se enhebran un montón de expectativas. Por primera vez, Hermes Binner, el gobernador socialista de Santa Fe, no descartó acompañarlo en una supuesta fórmula presidencial. Elisa Carrió ha dicho lo mismo. Pero nadie sabe si Alfonsín será, al final, candidato. Deberá superar todavía el filtro de las internas abiertas.

Ahora está en una batalla sorda contra Cobos. Los separa la interna partidaria en Buenos Aires del próximo fin de semana. El cobismo cuestionó agriamente al diputado por haber asistido a la cena de gala de la Casa Rosada, de la cual fue apartado el vicepresidente. Cristina llenó de halagos a Alfonsín. Los cobistas sospechan que el kirchnerismo apostaría por el afianzamiento de Alfonsín para dañar al vice. Las sospechas van de un lado hacia el otro: los alfonsinistas creen en la existencia de un pacto para perjudicarlos en Buenos Aires entre Scioli, el viejo peronismo y el viejo radicalismo , que está alineado con Cobos.

El kirchnerismo tiene una gran eficacia para disolver cualquier atisbo de unidad en la oposición. Tiene también otras herramientas para hacerle a esa oposición la vida muy difícil. La oposición en Diputados pretende avanzar cuanto antes con la reforma al Consejo de la Magistratura y al INDEC. El dictamen del Consejo está trabado en la Comisión de Peticiones, Poderes y Reglamentos que timonea un kirchnerista. Sobre el INDEC existen 36 proyectos distribuidos, con intencionalidad, nada menos que en 15 comisiones.

Ninguno prospera . La oposición presume algo desde hace semanas: los Kirchner estarían cocinando alguna novedad –¿otro maquillaje?– sobre las cuestionadas mediciones oficiales.

Los Kirchner están, en cambio, ante una encrucijada por la caducidad de las facultades delegadas que operará a fines de junio. Eso significaría, entre muchas cosas, que la fijación de las retenciones al agro quedarían en poder del Congreso.

Una pésima noticia para el Gobierno.

Agustín Rossi, el jefe del bloque oficialista, estuvo haciendo un tanteo con Felipe Solá a fin de buscar una salida. Pero esa gestión no prosperó . De todos modos los Kirchner estarían dispuestos a bajar el tenor de la pelea con el campo para concentrarla en el periodismo y la Justicia.

La refriega con Brasil por el bloqueo de Moreno a las importaciones no acaba. Resurgió el debate por los millonarios fondos de Santa Cruz que parecen haberse evaporado.

Esos fondos serían mayores que los que siempre se dijeron . No le esperará un momento distendido a Cristina, quizá, en la cumbre que tendrá este miércoles con José Mujica. El uruguayo siente que el matrimonio no hace nada por aliviar el conflicto con los asambleístas de Gualeguaychú, cada vez más hostiles.

Cuando el telón del Bicentenario se levante, volverá el país carnal que los festejos populares lograron relegar.

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