Por Eduardo van der Kooy
El matrimonio presidencial está inquieto con la Corte Suprema. Y con los empresarios que integran el nucleamiento más fuerte del sector. Buscan quebrarlo porque allí hay también empresas de comunicación. Esa es ahora la obsesión. La Unasur, apenas una vidriera.
Roberto Baratta es el subsecretario de Coordinación de Julio De Vido. Un hombre de confianza íntima del ministro de Planificación. Baratta fue el encargado de transmitir en la última semana severos mensajes de advertencia a importantes empresarios.
"O se van de allí o se olvidan de la obra pública. Ah!, también se tienen que olvidar de las deudas del Estado", conminó a un alto ejecutivo de un grupo empresario del interior. Al hacer su poco amigable pedido, invocó a Cristina Fernández, a Néstor Kirchner y al propio De Vido. ¿De dónde deberían irse esos empresarios? De la Asociación Empresaria Argentina (AEA), el nucleamiento de empresas más fuerte del país.
Moreno y Baratta actuaron por expresa indicación del ex presidente. Kirchner se indignó al enterarse, días pasados, de una reunión que directivos de AEA mantuvieron con el titular de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti. Se trató de una cita abierta y comunicada por la propia entidad empresaria y por el Centro de Información Judicial. Que se realizó, además, en Tribunales. No hubo secretos; ni siquiera una especial discreción.
¿Por qué, entonces, tanta indignación del matrimonio? Es cierto que hace tiempo que dejaron de confiar en la Corte que ellos mismos remozaron. En el nucleamiento empresario no confiaron nunca. Pero habría que desmenuzar el grado de indignación real de otro ficticio. Los Kirchner terminaron transformando un encuentro importante pero formal -asistieron cinco empresarios de diferentes actividades- en un episodio de la política pública. Y lo pincelaron, como siempre suelen hacerlo, con un supuesto barniz conspirativo.
¿Por qué razón? Para que los jueces de la Corte tomen nota de que el kirchnerismo les derrama su respiración en la nuca. Para que los empresarios no logren aunarse en ninguna cadena solidaria. En AEA hay también empresas de comunicación. La gran inquietud de los Kirchner es qué hará la Corte ahora con una medida cautelar que elevó la Cámara Federal de Mendoza y que tiene suspendida la aplicación de la ley de medios.
Los Kirchner persiguen la ruptura de AEA porque sostienen que sus puntos de vista son los que reflejan, con exclusividad, los medios de comunicación no afines al Gobierno. Quebrada aquella unidad la batalla contra el periodismo resultaría, según ellos, más sencilla.
La idea de la lucha contra las corporaciones y los poderes económicos mancomuna el pensamiento de los Kirchner. Así la ejecutaron, con pésimos resultados, durante el conflicto con el campo. Pero en esta nueva trama podría descubrirse algún viejo sello de Cristina: la Presidenta siempre maquinó que para disciplinar a los poderes económicos había, primero, que enderezar a los principales medios de comunicación.
Los Kirchner parecieran ser inoportunos, sin embargo, para embarcarse en las grandes cruzadas. Desafiaron al campo en un momento de bajón, cuando había pasado el mejor esplendor. Eso generó una resistencia tenaz y una expansión social del conflicto. Embisten ahora contra los sectores empresarios cuando la economía, atada con hilos, podría sufrir con la onda expansiva de la crisis que golpea a la eurozona.
Esa crisis acaba de poner entre interrogantes el canje de la deuda que lanzó el Gobierno con el propósito de lograr algún financiamiento en los mercados internacionales. La oferta argentina es por demás generosa con los bonistas: un hándicap, sin dudas. Pero, aún así, requeriría de dosis de confianza para prosperar. No es la que transmiten las permanentes colisiones de los Kirchner en la política casera.
Aparte del canje, habría otras cuestiones a tener en cuenta. Dentro del pobre panorama de inversiones en la Argentina, las europeas son -junto a Brasil- las que tienen mayor preponderancia en la economía. El posible default de Grecia impactaría, sobre todo, en Gran Bretaña, Alemania e Italia, donde estaría la mitad de los tenedores de bonos griegos. Eso podría derivar en un proceso recesivo. El mismo que, por distintas razones, está atravesando España. Ese conjunto de posibilidades constituirían muy malas noticias para nuestro país.
Los Kirchner no muestran estar, ahora mismo, preocupados por todo eso. Los atrapa la disputa con los empresarios, el periodismo, la Justicia y la oposición. El enorme esfuerzo político y diplomático que hizo la pareja para encumbrar al ex presidente en la Unasur tampoco debe conducir a engaño: esa apuesta apunta a que Kirchner recobre un protagonismo público, fantaseando con el 2011, que su banca de diputados no le permite.
Al ex presidente le interesa poco la vida parlamentaria. Diputados está condenado a ser un escenario de muchas más derrotas que victorias para el kirchnerismo. Ello explicaría que Kirchner no haya querido perderse el festejo que significó la semana pasada la media sanción a la ley del matrimonio gay.
La Unasur parece haberse convertido, definitivamente, en una cuestión de política interna. Lo es para el matrimonio presidencial y también para la oposición. El reglamento del bloque regional establece de modo taxativo (artículo 10) que su secretario general no puede realizar otras actividades políticas. Kirchner es diputado, aunque podría pedir una licencia o renunciar. Es, además, jefe del peronismo, trono que nunca abandonará si pretendiera -como pretende- convertirse en el 2011 en candidato.
Los Kirchner deberían salvar esa contradicción con los doce miembros del bloque que lo respaldaron por consenso. Perú, Colombia y Chile fueron los que más retacearon, por esa razón, el apoyo. Brasil, el creador de la Unasur, también corcoveó con cautela. Sobre todo, porque Lula en estos años nunca logró descubrir algún entusiasmo del ex presidente en torno a la geopolítica regional. El remilgo de Uruguay, ya se sabe, respondió al largo e irresuelto conflicto por Botnia.
Pero suceden más cosas con aquella aparición internacional de Kirchner. La Argentina es, entre media docena, una de las naciones que no ratificó el tratado de creación de la Unasur. Es decir, ese bloque no existe todavía, formalmente, como tal. La ratificación debe provenir de las dos Cámaras: la clara minoría kirchnerista en Diputados representa una señal de alarma.
Superado ese obstáculo, podría sobrevenir otro: la licencia de Kirchner. No se trata sólo de números desfavorables. Aun en el caso de reunir una mayoría, tal vez con el respaldo de la centroizquierda, el ex presidente le temería a una discusión salvaje alrededor de su persona entre el oficialismo y la oposición. Si así fuera, se le podría consumir parte del crédito esforzado que obtuvo, al final, de los presidentes de la región.
La oposición, en su precariedad, intenta plantearle desafíos a los Kirchner que muchas veces quedan a mitad de camino. Aunque algún daño producen. Durante una discusión en Diputados sobre el canje de la deuda, Agustín Rossi, el jefe del bloque oficial, refutó críticas de Felipe Solá memorando el canje que había hecho cuando era gobernador de Buenos Aires, en plena crisis.
Solá recogió el guante y reconoció tal acción. Pero se despachó con una anécdota que dejó perplejo al kirchnerismo. Contó que habló en ese momento (el 2005) con Kirchner por las dificultades que tenía para renegociar en los mercados externos una deuda de 2.900 millones de dólares. El entonces presidente aconsejó que el problema podía solucionarlo fácilmente con De Vido y con Uberti. Que esos funcionarios lo conectarían con Hugo Chávez.
La solución, al final, fue otra. Pero el relato de Solá repuso el problema de corrupción en la relación comercial con Venezuela que causa espanto aún en muchos kirchneristas. La comisión investigadora de Diputados se puso en marcha pero difícilmente prospere: la centroizquierda es reacia.
La oposición estaría urdiendo otro posible dolor de cabeza parlamentario para los Kirchner. Existiría inclinación en Diputados para introducir alguna modificación al proyecto del uso de reservas que, con holgura, el kirchnerismo dio media sanción en el Senado. Una modificación que obligaría al Gobierno a saldar previamente deudas con las provincias y que sería incluido en el mismo artículo que habilita el uso de reservas. Un incordio para el posible veto de Cristina.
La oposición está muy lejos todavía de delinear una alternativa de poder. Pero ha descubierto una fórmula para no perder vigencia: azuzar a los Kirchner y forzarlos a la transgresión. Una manera de distanciarlos más de la sociedad.
Un recurso al que apeló también Mauricio Macri, cuando se mostró víctima del matrimonio por la causa del espía que estimula siempre el juez Norberto Oyarbide.
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