La ironía de Tenembaum para analizar los delirios de Aníbal Fernández

sábado, 15 de mayo de 2010

Por Ernesto Tenembaum

No era necesario dejar pasar tanto tiempo. No era necesario ponerse tan suspicaces. El jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, denunció que en la historieta “La Nelly”, el domingo pasado, se deslizó una amenaza mafiosa porque se incluyeron allí los nombres de los custodios de la Presidenta. Los autores de la tira respondieron que se trataba de una casualidad. Uno de ellos, Sergio Langer, sostuvo incluso –en una actitud que revela su calaña– que el jefe de Gabinete está “del tomate”.


Podrá hacer, Langer, los chistes que quiera, pero lo cierto es que sus desmentidas no convencen a nadie.

Cualquier lectura atenta de “La Nelly” lo hubiera revelado desde un principio: la Nelly, el personaje de Langer y Mira que encabeza la tira de historietas de Clarín, estuvo a favor del golpe de Estado desde un principio, desde su nacimiento, en septiembre del 2003 (tomen nota de la fecha: el gobierno nacional y popular acababa de instalarse en la Casa Rosada, está claro que “La Nelly” llegó para debilitarlo, jamás nadie hubiera hecho humor corrosivo en la época de Menem, nadie, en aquellos tiempos en que ninguno de los humoristas o periodistas que hoy critican abrían la boca).

Relean, por favor, los comienzos de La Nelly. Ahí está todo. En las primeras tiras, por ejemplo, La Nelly celebra la inauguración de la plaza del barrio. Hay un palco. Un par de funcionarios. Y llega el momento de descubrir el monumento de la plaza.

“Ahora Nelly, una destacada vecina que ustedes votaron por Internet, descubrirá la estatua de nuestro prócer”, dice el político que, encima, tiene una cara de trucho fenomenal. En el último cuadrito aparece un caballo solo, sin prócer encima. La verdad: es aterrador. ¿Qué nos quiso decir La Nelly? Un amigo mío –de esos que la tienen más clara que yo– sostiene que es una amenaza velada, no cuasi, no mafiosa sino recontramafiosa.

Él interpreta que La Nelly expresa allí el deseo de que desaparezcan los numerosos próceres vivos que tenemos. Yo no iría tan lejos. Pero el solo hecho de que sugiera, La Nelly, que en la Argentina no hay próceres me parece terrible, un evidente desconocimiento de los grandes hombres que conducen nuestra nación. Así es como se debilita a un gobierno, es la gota que horada la piedra. Si cada día se hace un chistecito así, cunde el desánimo y los gobiernos caen. Además, no descarto la teoría de mi amigo.

Pero hay más pruebas. El chiste –supuesto chiste que, en realidad, encubre una maniobra artera, digitada por el agropower mediático– se continúa con una segunda tira más destituyente aún. La Nelly propone que se vote a quién ubicar encima del caballo. Bravo. Grande Nelly, gritan los asistentes. “Pero Nelly, ese no era el plan”, le susurra el político. “Queríamos invitar a la gente con unos chori”, agrega. Vivan los chori, aguanten los chori, grita la gente.

–Con este olorcito me hace ruido la panza –le dice una amiga a esta señora.

–Aguantá, Selva, es el parto doloroso de la Nueva Argentina.

¿Ahora se entiende lo que digo? ¿No está todo demasiado claro? Todos los prejuicios gorilas y destituyentes expresados en technicolor. Los políticos llevan a los actos a la gente gracias a los choripanes. El pueblo es veleta: quiere votar pero más comer sánguches de chorizo. No hay próceres en nuestro paisito. ¿Qué más quieren para que quede demostrado el carácter destituyente de esa tira?

Pero hay más aún.

Uno sigue leyendo y el panorama es horrible. La quintaesencia de la mafia neoliberal y noventista. Bernardo Neustadt hecho historieta. A Nelly se le ocurre, por ejemplo, que el jinete, el prócer, el padre de la Patria podría ser Sandro. Típico recurso de la farandulización del espacio público, de la desvalorización de la política.

En un momento, aparecen los empresarios.

–La felicito por lo suyo, Nelly. Somos de Ladricom.com. Nosotros construimos la nueva plaza y el monumento.

–Gracias, Arquitecto, quedó simpática la estatua sin jinete.

–Es un mensaje a la sociedad. Acá nadie está subido al caballo.

–Ah, es un caballo. Yo pensé que era un burro.

–No ofenda, Nelly, que para hacer este monumento hicimos una licitación internacional.

–¿Ah, sí? ¿Y quién ganó?

–Mi esposa, por supuesto.

O sea, el otro latiguillo destituyente: la corrupción. Y eso en sólo las diez primera tiras. No hay próceres. Los políticos mueven a la gente con choripán. Hay corrupción. La “Nueva Argentina” es un bluff.

¿Qué más hay que permitirle decir a esta gente? ¿No será esto un abuso de la libertad de prensa? ¿No habrá que financiar dibujantes oficialistas para que reflejen cabalmente lo que ocurre en nuestro país?

Lo que no entiendo es por qué el jefe de Gabinete tardó tanto en reaccionar. El pueblo viene soportando la agresividad de este tipo de personajes desde hace años. ¿Por qué no fuimos capaces –nosotros, que todo lo vemos– de poner los puntos sobre las íes acerca del real nivel de ciertos historietistas –que la van de creativos, de independientes, de pasotas– pero que en realidad son arteras herramientas del poder, digitados desde un sótano mafioso donde oscuros personajes sugieren repugnantes guiones de este estilo?

El Gobierno debería hacer una autocrítica. No por los conceptos del jefe de Gabinete, siempre inteligentes, medidos y sensatos, sino por nuestra demora en reaccionar. Estuvimos demasiado tiempo apuntando contra periodistas sin darnos cuenta de que la real tarea de demolición no está en manos de ellos, sino de los dibujantes e historietistas: Sábat y Langer y Mira son sólo tres ejemplos.

Tenemos que mirar por debajo de la alfombra. Si me permiten una idea –una mera idea– dedicaría ahora horas y horas de la televisión oficial a analizar todos los mensajes velados en la obra de Langer. Es un personaje peligroso. Dibujaba en Nueva Presencia en la época de la dictadura. Luego en Barcelona. Y ahora en Clarín. Cuidado: es de los peores, porque engaña con su trayectoria.

Parece bueno, y eso es lo que lo hace más artero.

¿Nadie vio a tiempo, además, el parecido increíble entre la Nelly y Lita de Lazzari? ¿No es eso menemismo explícito?

Hay que revisar las reediciones de Clemente, de Mafalda y –sobre todo– de Yo, Matías. No sé si en esas historietas hay mensajes destituyentes. Pero no nos puede pasar lo que ocurrió con la Nelly, que nos dimos cuenta tarde. No puede quedar todo a merced de que alguno de los nuestros se siente en el baño a hojear un diario y, de repente, descubra lo impensado, por casualidad.

Seguramente, no todos son iguales. Algunos historietistas son mercenarios, otros meramente funcionales, otros están confundidos.

Por eso: mejor poner un ojo ahí.

Si queremos defender al gobierno nacional y popular, hagámoslo en serio.

Uno de mis amigos es un kirchnerista moderado. Lo veo preocupado últimamente. “La economía anda bastante bien. Los efectos del plan de asistencia universal por niño son magníficos. Los desafíos que se presentaban desde el Parlamento empiezan a parecer desactivados. La Justicia está fallando a favor del Gobierno en muchos casos. Es un momento bárbaro para reconciliarse con la sociedad y lentamente empezar a ganar votos en las encuestas. Pero eso no va a ocurrir si nos peleamos con los jueces, con Magdalena Ruiz Guiñazú, con Nicole Neumann y mucho menos si denunciamos a La Nelly. Es como si hubiera una realidad que nos favorece pero nosotros mismos nos empeñamos en torcerla, en pelear con fantasmas”.

Qué cosa, con los kirchneristas moderados. Nunca entendieron bien las cosas. Se venden como racionales y después terminan traicionando. El gobierno nacional y popular está cercado por amenazas tremendas. Si no damos la lucha en contra de ellas, seremos derrotados.

Hay que parar a La Nelly.

Antes de que sea tarde.

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