El análisis político y económico de los doctores Vicente Massot y Agustín Monteverde
Los discursos de Néstor Kirchner en Entre Ríos no descubrieron nada nuevo de su repertorio aunque confirmaron hasta dónde el santacruceño considera que los grandes medios de difusión —básicamente Clarín, con todas sus empresas asociadas de radio, televisión y cable y La Nación— son sus principales enemigos de cara a unas elecciones presidenciales del 2011 que, a esta altura, ofrecen más incógnitas que certezas.
Es sabido que el político patagónico es poco amigo de reconocer sus errores y que, antes de hacerlo, siempre ha preferido cargarle las culpas a sus adversarios aun cuando éstos nada hayan tenido que ver con las equivocaciones del líder del Frente para la Victoria. Sin embargo, no deja de ser curioso porque ahora, más convencido que nunca de su candidatura, debería pensar, por ejemplo, en cómo reconquistar a franjas enteras de la sociedad que lo acompañaron en su gestión, batiéndole palmas en cuanta oportunidad tuvieron, y desde mediados del 2008, al menos, le han dado vuelta la espalda.
Kirchner sabe que su disputa con Clarín no tiene vuelta. Debería saber, al mismo tiempo, y parece ignorarlo, o lo disimula bien, que si no lograse reconciliarse con las clases medias urbanas las posibilidades de meterse en la segunda vuelta en octubre del año próximo serán pura fantasía.
Si despotricar contra el diario de la señora de Noble y cargar una y otra vez contra el periodismo ciertamente no lo ayudará en su campaña, seguir apostando a los sectores más pobres como principal argumento electoral, es desconocer hasta qué punto el mapa electoral del país ya no se compadece con las viejas fórmulas peronistas. No se trata de descuidar el segundo cordón del Gran Buenos Aires —lo que resultaría suicida— sino de reconciliarse con esa espina dorsal de la clase media que es la Avenida Rivadavia.
Como quiera que sea, y si se analiza en detalle el par de alocuciones que Kirchner pronunció el pasado fin de semana en Paraná, tres datos sobresalen nítidamente: el mencionado acerca de los medios, que se corresponde bien con la serie de agresiones que han sufrido distintos periodistas por parte de fuerzas afines al gobierno; la resurrección del viejo sueño de prolongar su estadía en el poder de 10 a 15 años más y una suerte de advertencia enderezada a la Corte Suprema de Justicia con motivo de la decisión que este tribunal deberá tomar sobre la vital ley de Servicios Audiovisuales.
Habría que remontarse a marzo del 2008 ó ir aun más atrás en el tiempo para rememorar la última vez que Kirchner hizo referencia, de manera tan abierta, a su proyecto hegemónico. Desde que comenzó su disputa con el campo y, ni que hablar, luego de la derrota que sufrió entonces y más tarde en los comicios legislativos del 2009, el tema fue archivado. Ahora ha resurgido por obra y gracia de quien cree posible tomar la posta de la presidencia de manos de su mujer y prolongar su dominio hasta el 2020.
¿Lo cree realmente o es una de sus baladronadas habituales? Imposible saberlo, pero el kirchnerismo vive encerrado dentro de sí mismo y las más de las veces solo ve cuanto rima con sus deseos. El microclima que existe en la Quinta de Olivos y el temor reverencial de sus seguidores de decirle al jefe la verdad, transforman la realidad de la manera más asombrosa. Lo que es negro, los Kirchner lo ven color de rosas y piensan de sí mismos que son los mejores gobernantes que ha tenido la Argentina en décadas. De ahí a suponer, además, que estamos en el mejor de los mundos, hay un paso que, para ellos, sólo niegan los perversos.
En este universo de blancos y negros, buenos o malos, leales o traidores, no debe echarse en saco roto el pedido de Kirchner a sus seguidores. Tras reafirmar formalmente su confianza en la Corte Suprema, los alentó en la capital entrerriana a estar alertas porque, según dijo, los peligros acechan y los ministros del máximo tribunal podrían resultar presa de presiones de los grupos de privilegio que buscan impedir la democratización del país.
La pregunta que corresponde hacerse, llegados a esta instancia, es: ¿hasta dónde es capaz de llegar Kirchner si su proyecto naufragase en la Corte? Hay, al respecto, un hecho evidente que, además, Kirchner no domina: la tendencia a la acción directa por parte de la sociedad Argentina. La crisis de los partidos políticos que, entre otras cosas, han perdido su capacidad de representar con eficiencia los reclamos de la ciudadanía y gerenciarlos en tiempo y forma, ha dado lugar, desde hace años, a esa tendencia creciente de la gente, disconforme con algo o alguien, de ocupar los espacios públicos y desde allí hacer oír su voz.
Si a esa acción directa se la estimula desde el aparato estatal, están dadas las condiciones para que, más allá de la voluntad de los mandantes, en algún momento el recurso —utilizado, indistintamente, por piqueteros huelguistas, gualeguaychenses, veteranos de Malvinas, y organizaciones sociales de distinto tipo— descarrile y la violencia haga su irrupción y se cobre una víctima.
En este contexto Néstor Kirchner en sus años de apogeo no titubeó en fogonear la protesta social dándole la seguridad de que no sería reprimida. Esos años han pasado y ahora el santacruceño se encuentra ante una encrucijada de hierro: cómo reaccionar frente a una Corte que parece decidida a tomarse su tiempo antes de avocarse a tratar la vital ley de Servicios Audiovisuales o, peor aun, frente a una sentencia desfavorable para el gobierno.
El escalamiento en todos los frentes por parte del oficialismo no es, en este sentido, una buena señal pero, al mismo tiempo, el santacruceño sabe, mejor que nadie, que soltar los demonios de la violencia puede resultar un arma de doble filo. Hasta la próxima semana.
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