Otra de las obsesiones de Kirchner: lastimar al cardenal Jorge Bergoglio

jueves, 6 de mayo de 2010

Por Ignacio Fidanza


La visión edulcorada es que Kirchner impulsó el matrimonio gay para congraciarse con el progresismo, pero detrás de esa decisión se oculta otra de las obsesiones del ex presidente: lastimar al cardenal Jorge Bergoglio. Un ejemplo más de un sistema de construcción política que sólo atiende las razones del poder, por encima de cualquier consideración moral o ideológica.


“Voy a votar el matrimonio gay”, anunció triunfante Néstor Kirchner en una relajada sobremesa de la Quinta de Olivos, semanas atrás. “Néstor eso es una locura”, lo cruzó uno de sus interlocutores, hombre de conocida filiación católica. “Ya se, pero es un mensaje a Bergoglio así le queda claro que vamos por todo”, fue la frase que cerró la discusión. A su lado, asentía la Presidenta.

No es un secreto que los Kirchner no son precisamente militantes de vanguardia en términos de estructura de familia y nuevos derechos sociales. De hecho, la Presidenta en más de una ocasión se pronunció en contra del aborto.

Lo interesante de la charla en Olivos es que revela hasta la médula la escala de valores del matrimonio presidencial y su mecanismo de pensamiento. Cuando alguien les desafía el poder, todos los limites se borran, hasta las propias convicciones.

De ahí, que cuando entrevió que podía perder la votación por el matrimonio gay, Kirchner revió la "libertad de conciencia" que había dado a sus diputados y operó fuertemente para que vía abstenciones se consiguiera el objetivo, que no era sancionar la norma sino golpear al cardenal primado de la Argentina.

Está demasiado claro que para Kirchner, en el país sólo dos hombres dan la talla para tomarse en serio el trabajo de enfrentarlos: el cardenal Jorge Bergoglio, jefe indiscutido de la Iglesia Católica en el país; y el CEO del Grupo Clarín, Héctor Magnetto.

Son acaso las únicas dos personas con poder propio más allá de la volátil política, con mirada estratégica y capacidad de articulación de sectores y ejecución de lo planificado de temer. No pocas batallas le han ganado a Kirchner. La crisis post Cromañón y la destitución de Ibarra es apenas un ejemplo de las pulseadas que libró el cardenal, que como se sabe es acaso la última instancia de definición en gran parte del complicado puzzle opositor, que visita su despacho del Episcopado mucho más de lo que trasciende.

Existe para la mirada paranoica -o informada- de Kirchner un cable electrizado que articula Iglesia, Clarín, oposición, Corte Suprema y los grandes empresarios de AEA. Y claramente, las cabezas más lúcidas de ese entramado son Magnetto y Bergoglio.

Un Kirchner todavía radiante por su elección como titular de la Unasur ingresó ayer a las 21 a la Cámara de Diputados y recluído en uno de los despachos más confortables del Palacio maceró con paciencia el momento de su venganza: a las 1.40 de la madrugada bajó al recinto y levantó su mano a favor de un matrimonio homosexual que no le despierta mayor entusiasmo, más allá del disgusto que sabe le causaría a su odiado cardenal.

La lectura es más que obvia. Kirchner sólo entiende la política como una pelea de poder y en cuanto intuye que existe una fuerza capaz de desafiarlo y acaso derrotarlo, despliega una notable creatividad para abrir innumerables campos de batalla.

 Clarín es el mejor ejemplo. Cablevisión, Papel Prensa, los hijos de Noble, la televisión digital, la nueva ley de medios, los afiches contra las periodistas, los bloqueos de Hugo Moyano a la distribución, trazos de la hiperkinesia kirchnerista, que ahora también sufre el cardenal Bergoglio.

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