Por Agustín A. Monteverde
Desde mediados de 2009, economistas, departamentos de research y periodistas de todo el mundo proclamaron a coro que el mundo volvía a la senda de crecimiento. El canto de sirenas prefirió ignorar las condiciones estructurales que llevaron a la crisis iniciada a fines de julio de 2007, con la primera y brusca caída de los mercados bursátiles del mundo entero.
La tónica obligada fue el optimismo, aunque éste careciera de mayores fundamentos. Así lo dictan las necesidades de los negocios. No hay que tirar pálidas. Se optó por disimular los graves desequilibrios estructurales, cargar la responsabilidad de las penurias a los aspectos accesorios y más anecdóticos y mostrar la recuperación superficial de los mercados como la prueba irrefutable de que todo quedó atrás.
Bajo esta cosmovisión, la economía “está sana” cuando los mercados son alcistas. Toda distorsión o desequilibrio serán ignorados mientras no signifiquen un deslizamiento en los mercados. Lo que importa es el crecimiento, aunque éste tenga pies de barro.
Convencimiento
No hay razones para que los mercados deban ser permanentemente alcistas pero se ha instalado la fantasía del crecimiento mágico y eterno. La gente ha sido convencida de que se puede vivir de rentas administrando con astucia una modesta cartera financiera. No se quiere reconocer que los valores pueden subir impulsados por distorsiones que tarde o temprano pasarán su factura; ni que cuando son todos los valores los que suben esto puede estar reflejando inflación antes que crecimiento.
Cuando los problemas afloran , el establishment del crecimiento continuo se dedica a identificar con premura un par de factores, que aunque secundarios y circunstanciales, permitan descargar las culpas y asegurar que el problema es marginal o que está limitado a un cierto mercado o geografía.
Fue así que primero la culpa era de los créditos subprime, luego del negocio hipotecario americano; como las cosas seguían mal, la responsabilidad pasó a los bancos y a los productos estructurados; con la extensión de la crisis, se incorporó al mercado inmobiliario europeo, luego siguieron con los CDS. Y ahora son los griegos. Que pueden contagiar a sus socios.
Como si el resto no estuviera ya infectado. Se elude la visión sistémica que permita reconocer los vicios estructurales sustantivos pues eso implicaría cambios indeseables en la política monetaria y fiscal de los países y admitir correcciones adicionales a la baja.
Otra tendencia histórica ha sido el aumento del gasto gubernamental, tan mayúsculo que el incremento voraz de los impuestos y el emisionismo resultaron insuficientes para sostenerlo. Los déficit presupuestarios son un fenómeno a escala planetaria. Aún la austera Alemania cerrará el año con un rojo fiscal de 5,5 % del PBI.
Tenemos entonces la otra característica estructural de la economía mundial: el creciente endeudamiento de los estados. Hoy la atención está centrada en Europa pero no es mejor la situación de Japón, con una deuda que duplica su PBI, o EEUU, que ha debido recurrir a la Fed para colocar sus Tbonds, considerados hasta hace poco el activo menos riesgoso del mundo.
Pero también las familias fueron estimuladas a tomar riesgos al amparo de la fantasía del crecimiento perpetuo, lo que ha llevado a un feroz endeudamiento privado, como es el caso de España —nada menos que 900 mil millones de euros— o el de EEUU —donde se cuenta por trillones.
Un desequilibrio más reciente es el imparable déficit comercial estadounidense —de la mano del endeudamiento de los hogares— cuya contraparte es el crecimiento chino.
Anecdótico
Ya pasó con los desarrollos financieros de los años 20. El sistema bancario ha sido responsable de una enorme creación secundaria de dinero pero el multiplicador seguirá existiendo mientras haya una banca comercial en funcionamiento.
Nada puede mantenerse en eterno desequilibrio. El crecimiento en base a inflación acaba colapsando. El endeudamiento se hace insustentable. Un déficit comercial persistente, como el estadounidense, provocará tarde o temprano una reacomodación de las monedas o el cierre del mercado.
Si China sigue refrenando la revaluación del yuan, lo que no concede en el plano nominal ocurrirá de todas formas en el real por vía de la inflación. La economía siempre se reequilibra, aunque no en un solo acto sino que el reacomodamiento es un proceso. Y Grecia es tan sólo un capítulo del vasto ajuste que comenzó en 2007. Defaults soberanos y desvalorización de monedas a escala planetaria, otros por venir.
Ninguno de los desvíos estructurales fue corregido. ¿Por qué entonces se insiste tanto con esa suerte de “crónica oficial”, según la cual la economía “ya sanó” con cada paquete de rescate? Cuanto más se demore el ajuste, más traumático será.
Sin embargo, los líderes mundiales parecen permanecer ajenos a la borrasca en ciernes. El señor Obama está muy preocupado en gastar más con su nuevo plan de salud universal. El gobierno español se resiste a ponerse en caja.
Desde estas latitudes, Cristina Kirchner enseña a los líderes griegos que no hay que ajustar, siempre se puede encontrar alguna caja para seguir gastando. Es tan lindo. Pero va siendo hora de despertar, no sea que el sueño se transforme en pesadilla.
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