El cambio de estrategia de los Kirchner

miércoles, 19 de mayo de 2010

Por Eduardo van der Kooy

Silencio. Esa ha sido, al menos hasta anoche, la única respuesta política de Néstor y Cristina Kirchner a la polvareda levantada por el procesamiento que el juez Norberto Oyarbide dictó la semana pasada contra Mauricio Macri por un escándalo de espionaje. Idéntica respuesta produjeron sus principales portavoces. El dicharachero jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, asoma contenido.


Las primeras evidencias públicas recogidas por el kirchnerismo aconsejarían aquel silencio. Aunque el plan, con las características presentes, pareció urdido de antemano. Dos encuestas telefónicas realizadas en el ámbito porteño arrojaron un resultado similar: el 65% de los interrogados cree que el procesamiento a Macri obedece a una maniobra del gobierno de los Kirchner; el porcentaje restante se divide entre quienes suponen responsable al jefe porteño y aquellos que no tienen idea formada.

Quizás no sea esa la única señal de inquietud para la ingeniería política kirchnerista. Macri ha concitado en los últimos días una cantidad de adhesiones insospechadas en el arco opositor, incluso de dirigentes que sólo se dedicaron a combatirlo desde que resolvió abandonar Boca Juniors para volcarse a la política.

El peronismo disidente, con Eduardo Duhalde a la cabeza, aprovechó el procesamiento a Macri para cargar sobre los Kirchner. Elisa Carrió eligió la misma dirección pero amplió el radio de sus críticas: sostuvo que la causa de Oyarbide está inspirada por el matrimonio presidencial pero, además, por la Policía Federal. Los radicales tampoco le escaparon a los gestos de solidaridad, incluido Julio Cobos.

Convendría detenerse en la figura del vicepresidente para comprender, en alguna medida, el cambio de estrategia de los Kirchner. De la furia y los embates públicos contra el dirigente radical, desde que votó en contra de la resolución 125, a la actual prescindencia y mutismo alrededor del conflicto que involucra a Macri.

Tal vez la lección política haya sido aprendida, aunque las palabras de los Kirchner suelen estar demasiadas veces más cerca del temperamento que de la racionalidad. Cobos saltó a la fama con aquel célebre voto de desempate en el pleito con el campo y luego hizo gala de corrección y oportunismo político para ocupar el lugar que tiene en las preferencias sociales.

Pero su crecimiento no hubiera sido el que fue sin el inestimable aporte de los Kirchner, que con su lluvia de granizo ayudaron a su victimización. El valor de esa ecuación quedó demostrada durante el verano cuando Cobos se acercó al matrimonio para dirimir la pelea por el uso de las reservas del Banco Central y el desplazamiento de su entonces titular, Martín Redrado. Los niveles de aprobación del vicepresidente declinaron al compás de esa acción.

La embestida contra Macri sería ahora más sofisticada a partir también de los serios errores políticos que cometió el jefe porteño, al pretender designar al comisario (RE) Jorge Palacios a cargo de la Policía Metropolitana. Esa decisión le abrió frentes múltiples de batalla: con la Federal, con el submundo de la inteligencia, con buena parte de la dirigencia política y con un núcleo de familiares de víctimas del atentado en la AMIA.

¿Cuál sería aquella sofisticación del kirchnerismo? Erosionar a Macri sin plantear una pelea política formal y pública. Los senderos que debería seguir el plan estarían marcados en la Justicia y la Legislatura porteña. En un caso está Oyarbide y en otro el puñado de kirchneristas y el resentimiento que sembró el macrismo en la Ciudad cuando, inocultablemente, ayudó a tumbar a Aníbal Ibarra del Gobierno porteño luego de la tragedia de Cromañón.

Oyarbide tiene línea directa con Kirchner a través del director del Banco Nación, Juan Carlos Fábrega. Ese funcionario fue correo con el magistrado cuando el matrimonio requirió el sobreseimiento en la causa por supuesto enriquecimiento ilícito.

Oyarbide responsabiliza a Macri de integrar una asociación ilícita dedicada a las escuchas ilegales. El caso que más lo compromete en ese aspecto, en verdad, es la intervención del teléfono de su cuñado. Aunque hay otro dato, tal vez más político que judiciable, que el jefe porteño tampoco supo todavía explicar: qué hacía Ciro James, el espía en cuestión, metido en su Gobierno.

Macri repite, sin cesar, que en su vida vio ni conoció a James. Sería una buena estrategia pública si, en efecto, es verdad. Pero podría convertirse en su lápida, judicial y política, si surgiera la mínima evidencia en contrario.

En la Legislatura porteña los problemas de Macri no pasarán, hasta ahora, de sobresaltos. Evitó ayer la interpelación y envió a responder las preguntas de los legisladores a Guillermo Montenegro.

El ministro de Seguridad fue extrañamente sobreseído por Oyarbide, después de haber estado entre los principales sospechosos. La posibilidad de un juicio político es una utopía porque la oposición, incluido el kirchnerismo, necesitaría los dos tercios. Los legisladores de Carrió no se prestarán a ese juego al menos hasta que no haya una sentencia firme sobre el episodio de la Cámara de Casación. El tiempo para conocer esa sentencia es todavía incalculable.

El kirchnerismo lanzó anoche un proyecto para la formación de una comisión investigadora en la Legislatura que se meta en el escándalo de los espías. Quizás tampoco tenga éxito pero serviría, al menos, para tenerlo a Macri en guardia. Y al episodio, en medio de la atención pública. Con los Kirchner, aparentemente, en otra cosa.

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