La costumbre de los Kirchner de mirar la política y la historia sólo por el ojo de una cerradura

domingo, 23 de mayo de 2010

Por Eduardo van der Kooy

El Bicentenario de la Argentina sucede ahora, con Cristina y Néstor Kirchner en el Gobierno. El matrimonio se ha empeñado este tiempo en convertirse en propietario de un par de ideas: aquella que intentaría erigirlos en refundadores de una nación arruinada luego de la crisis del 2001; otra que apuntaría a demostrar que esa nación acaba de encontrar el camino, sin retorno, de un destino venturoso.


¿Es realmente así y una inmensa porción de los argentinos no se ha dado cuenta todavía? ¿O aquella prédica, pincelada con ideología, es sólo un instrumento discursivo de la política de los Kirchner? No existen evidencias de que la sociedad, en ese aspecto, haya extraviado tanto su norte. El paso de la Presidenta por Madrid la semana pasada acentuó, en cambio, la impresión del uso instrumental que suele hacer de aquellas ideas.

El Gobierno entró en fricción con medio mundo -literal- por trabas inorgánicas a las importaciones que dispuso Guillermo Moreno. Que dispusieron, en verdad, los Kirchner. Cristina negó tales restricciones cuando asomó solitaria en el escenario español rodeada por líderes de la Unión Europea, América latina y el Caribe. Simultáneamente ocurrieron varias cosas.

Por un pleito más viejo, China resolvió cortar las importaciones de aceite de soja que significan para la Argentina cerca de US$ 500 millones. Brasil ejerció una presión intensa que obligó al Gobierno a desbloquear muchos de sus productos.

José Mujica realizó en Uruguay dos reuniones de gabinete por el conflicto. El gobierno de Felipe Calderón envió una nota al embajador en Buenos Aires por la queja de los empresarios mexicanos. Muchos se preguntaron por qué, inopinadamente, Sebastián Piñera desarchivó en Madrid el único problema pendiente entre la Argentina y Chile en la cordillera: también el nuevo mandatario chileno se vio forzado a contener las quejas de empresarios de su país. ¿Moreno continúa impidiendo entrada de productos?

Sucede algo más dañino. Muchas empresas argentinas han decidido cancelar cualquier pedido de importación por temor a las maniobras clandestinas de Moreno. Cristina no mintió cuando aseguró en Madrid que no había vigente ninguna norma que restrinja importaciones. Simplemente abundó en hipocresía. Mujica escuchó estas palabras de su ministro de Industria: "Hace más de diez días que nadie pide nada desde la Argentina".

El manejo de los Kirchner explicaría por qué durante décadas -incluido el ciclo matrimonial- la Argentina hizo esfuerzos por sembrar la desconfianza en el mundo y ganarse el lugar que tiene ahora. Acumula recelos en la región. La Presidenta se encargó con vanidades académicas de distanciarse un poco más de España y de la Unión Europea.

Dio varias clases magistrales de heterodoxia económica y de disciplina política como si fuera mandataria de alguna nación nórdica o -mirando la revulsión mundial de ahora- de algún planeta extraterrestre. Lo hizo delante de José Luis Rodríguez Zapatero, el hombre que defendió a los Kirchner cuando empezaron a gatear las alfombras jabonosas de la política internacional.

El socialista acaba de hacer un durísimo ajuste ortodoxo que lo ha puesto en un tobogán de popularidad. Lo hizo por exigencias de la UE antes que por convicción. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Desprender abruptamente a su país de la Eurozona, gracias a cuya pertenencia -en buena medida- España logró dar el salto que dio?

En esos momentos suele aflorar aquel espíritu fundacional que embriaga a los Kirchner. También sobresale la ausencia de lo que significan como concepto el Estado y los procesos históricos. Además, el oportunismo: el mensaje de Cristina enfiló, sin dudas, hacia su clientela política doméstica. No por capricho la Argentina ha ganado fama sobre todo, desde Bernardino Rivadavia hasta hoy, por su imprevisibilidad.

El Gobierno incurre en otras adulteraciones. Florencio Randazzo, como la Presidenta, negó el bloqueo a las importaciones, pero remarcó que siempre va a defenderse el "desarrollo de las empresas nacionales". Hay mucha bruma y labilidad alrededor de esa prédica oficial.

¿Se defenderá a todas las empresas o sólo a aquellas amigas del poder o que han brotado estos años? El interrogante tiene fundamento: los Kirchner evidenciaron una notable debilidad cuando Hugo Chávez en 2008 expropió una empresa de acería perteneciente a Techint. La semana pasada comunicó la expropiación de una siderúrgica del mismo grupo. El matrimonio se contentó con haber conseguido del venezolano una buena indemnización. Antes que el interés nacional parecieron privilegiar la relación con Caracas.

También Cristina, en su derrotero por España, machacó con las virtudes del modelo argentino. ¿Cuál sería ese modelo? En su apogeo tuvo cuatro ejes: la paridad cambiaria, la acumulación de reservas, los superávits fiscal y comercial y el consumo interno. Las reservas declinan porque el Gobierno las requiere para financiarse y abonar compromisos externos. Los superávits gemelos han dejado de serlo y el fiscal se acerca al déficit. El consumo sigue siendo incentivado con el peligro de atizar aún más la escalada inflacionaria.

Los Kirchner enredan el modelo con algunas de las herramientas necesarias para construirlo. Confunden los medios con el objetivo. Se trata de una distorsión que, en realidad, sufrieron otros: Carlos Menem creyó que la convertibilidad era la panacea definitiva para la Argentina y no apenas una efectiva receta para doblegar a la inflación; Fernando de la Rúa supuso lo mismo y se preocupó sólo por la conducta pública, en la que su Gobierno también flaqueó.

Siete años de kirchnerismo con crecimiento económico notable no han servido para producir cambios estructurales en la pirámide social. Aquellas bases del hipotético modelo tampoco alcanzaron para modificar el sistema productivo. La fortaleza argentina -como lo admitió tardíamente Cristina- sigue estando en el agro y dentro del agro en un monocultivo: la soja. Los Kirchner argumentaron, durante el conflicto con el campo, que uno de los propósitos de su política con el sector era lograr la desojización. En ese momento el área sembrada de soja representaba el 50% del total. A un año y medio del pleito aquel área alcanza al 75%.

Sin que puedan tomarse como ejemplo -no podrían serlo con sociedades de fractura- otros países de la región mostraron mayor tendencia al progreso. El poderío industrial le sirvió a Brasil para desarrollar el agro y los biocombustibles que le permiten transferir su tecnología ahora mismo en Africa. La modesta economía de Chile atenuó la tradicional dependencia del cobre estatal diversificando productos exportables.

Dentro del panegírico sobre el modelo argentino que desarrolló en España, Cristina hizo hincapié en el papel del Estado. Es difícil, más allá del dogmatismo liberal, no aceptar la importancia del Estado en la regulación de la economía, sobre todo en situaciones críticas como las actuales. Pero el Estado no es una abstracción. Como bien recordó el historiador Luis Alberto Romero, citando a Emile Durkheim, "el Estado es el lugar donde la sociedad piensa sobre sí misma".

Los Kirchner sólo rearmaron, en parte, el anómico Estado que había descuartizado Menem y lo colocaron al servicio del proyecto político. Un reflejo de esa situación -entre varios- sería el fracaso de las políticas ferroviarias y la forma de reestatización de Aerolíneas Argentinas. Dos referencias del anclaje estatal al proyecto político lo representarían la destrucción del INDEC y los abundantes fondos con los cuales se sustentan a las organizaciones sociales y piqueteras.

¿Ha logrado la política evitar las adulteraciones kirchneristas en otros campos? La decadencia de la política sigue tan vigente como aquellos días aciagos de la gran crisis. El despecho de Cristina por expresiones infortunadamente irónicas de Mauricio Macri y su decisión de no asistir a la gala del Colón tiene que ver con aquella decadencia. Aunque esas expresiones pueden haberse convertido también en un excusa perfecta de los Kirchner para zafar del compromiso.

¿Por que razón? La Casa Rosada había pedido mil entradas para la gala. La mitad de la capacidad del teatro. El Gobierno porteño le cedió 200. El matrimonio temió un clima hostil en un recinto que estará copado mayoritariamente por porteños. Los Kirchner soportan sólo halagos y aplausos.

La degradación no se circunscribe a la reyerta con Macri. Los ex presidentes -con excepción de Kirchner- fueron marginados de la gran cena en el Salón Blanco de la Rosada. Algo similar sucedió con Julio Cobos. El divorcio con el vicepresidente, mirado bajo el cristal del Bicentenario, trasunta una matriz imperfecta de la historia: la incapacidad para los acuerdos, la enorme capacidad para las antinomias, las dificultades para la gobernabilidad.

Los Kirchner han exacerbado esas antinomias. Tal vez, por su costumbre de mirar la política y la historia sólo por el ojo de una cerradura.

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