Por Eduardo van der Kooy
Los Kirchner perdieron el control del Congreso. También se les escurre el poder político. Así deberán gobernar dos años. No dan señales de intentar algún acercamiento. Sólo reparten palos a quienes los objetan. El papel de Menem, todo un símbolo de la realidad argentina.
Han perdido en apenas tres meses el control de Diputados y el Senado. No tienen siquiera tendido un puente de convivencia posible con la oposición. La enemistad con el Poder Judicial no debería medirse sólo por los fallos adversos que acumularon en las últimas semanas: en ese universo se torna intenso el sentimiento de malestar contra ellos.
Viven atormentados por cada línea o cada palabra de los medios de comunicación. Parecen haberle hecho, además, una cruz prematura a la relación con Washington, cuando a Barack Obama le restan todavía tres años en la Casa Blanca.
Así, o parecida, es la realidad que se encargaron de construir en los últimos meses Néstor y Cristina Kirchner. Para la mayoría del común de los mortales que habita la Argentina --según cualquier encuesta-- se trataría de una realidad preocupante.
El matrimonio supone exactamente lo contrario. Imagina o vive en otra dimensión. Los mansos empresarios que concurrieron la semana pasada a Olivos pudieron comprobarlo. Esa contradicción flagrante es la que siembra serias dudas sobre cómo podrá desarrollarse el tiempo político que falta hasta el 2011.
Los Kirchner acaban de lograr algo sin precedentes desde el retorno democrático. Resignaron el control del Congreso después de haberlo controlado por completo. Raúl Alfonsín nunca tuvo en su tiempo el dominio del Senado pero perdió el de Diputados recién con el traspié en las legislativas de 1987. Ni aún con la caída electoral de 1997 a Carlos Menem se le escapó el manejo de ambas Cámaras. Fernando de la Rúa no contó con ninguno de esos privilegios y su primera derrota en las urnas, en el 2001, significó también el colapso de su gobierno y la irrupción de una crisis gigantesca.
El problema no pareciera ser para el matrimonio sólo la pérdida de aquellos resortes institucionales clave para la gobernabilidad. Otro problema todavía insoluble es la veloz licuación del poder. Fue tan sorprendente el modo en que los Kirchner enmascararon la derrota de junio último imponiendo su agenda parlamentaria a la oposición, como la hemorragia que comenzaron a sufrir cuando en diciembre la oposición consagró su postergada mayoría en Diputados.
Habría resultado lesivo para ellos, entre varias cosas, el paréntesis estival que concluyó la semana pasada con la frustrada sesión preparatoria del Senado. ¿Por qué razón?. Porque el modo indecoroso con que el kirchnerismo cedió la supremacía en Diputados operó como una zapa en las filas oficiales.
También entre los senadores. El padre de esa derrota fue el propio Kirchner. Otro detonante fueron los errores del Gobierno al implementar el Fondo del Bicentenario para hacer uso de las reservas del Banco Central. Dejó al desnudo su intención de tratar de gobernar a través de los DNU y del ejercicio del veto, soslayando en lo posible al Congreso. La paridad de fuerzas existente a priori en el Senado se terminó volcando a favor de la oposición.
La resurrección de Carlos Menem como una estrella política, aunque sea fugaz, estaría desnudando varias cosas en forma simultánea. Por empezar, el grado de deterioro al que luego de seis años han llegado los Kirchner. La posibilidad de aplazar una derrota en el Senado --sólo eso-- que pondrá el timón de esa Cámara en manos opositoras, quedó a merced del dirigente que más vituperaron estos años y uno de los dos con mayor impopularidad en el juicio popular.
Nadie conoce cuánto la ausencia de Menem, que permitió al kirchnerismo romper el quórum, estuvo inducida desde el poder y cuánto obedeció a las diferencias reales que mantiene con un peronismo federal donde abundan generales pero escasean soldados.
La información seca apunta que el ex presidente fue refractario a un correo reservado que el kirchnerismo le envió a través de un empresario riojano. La historia no lejana, en cambio, permitiría la filtración de alguna duda: en aquellos días cruciales de la resolución 125, Aníbal Fernández, entonces ministro de Justicia, entabló una negociación con el ex presidente para que se ausentara de la sesión que terminó definiendo el voto de Julio Cobos. Menem padecía una infección pulmonar y hasta se hicieron los primeros trámites para su internación. Kirchner, advertido por asesores sobre las consecuencias que podía acarrear el ardid en medio del encrespado conflicto con el campo, instruyó a su ministro a dar marcha atrás.
Tampoco la dependencia opositora del respaldo de Menem para salir airosa sería una señal estimulante. Descubriría, bastante mas que en Diputados, su rudimentaria articulación. Y las dificultades para progresar con cada acuerdo. En esa oposición están los radicales y la Coalición de Elisa Carrió. Pero hay un peronismo disidente distinto al de Diputados. No suele ser tarea fácil negociar con Adolfo Rodríguez Saá, con el salteño Juan Carlos Romero o con el mismo Menem, que recurre siempre a los intermediarios. No suele ser sencillo tampoco interpretar a Carlos Reutemann.
Al margen de esas consideraciones, de las supuestas declinaciones del kirchnerismo o de la oposición, el regreso de Menem a la primera línea de la escena estaría indicando otra cosa: que la matriz del conflicto político que la Argentina arrastra desde el 2001 permanecería peligrosamente intacta.
La oposición asegura que Menem estará en su banca esta semana y que la porfía concluirá. El dio una pista similar. Las dificultades del conglomerado opositor, sin embargo, se reproducen y saltan a la vista. Las últimas tratativas con el ex presidente pasaron a manos de un puñado de diputados del PJ y de viejos sindicalistas. Los senadores parecieran haberse rendido. Esa debilidad, con certeza, no pasará inadvertida para el kirchnerismo.
Allí fantasean con un montón de cosas. La primera: que el ex presidente mantenga su conducta abstencionista. La oposición se vería así ante un brete. También elucubran otras superficialidades: la chance de un pedido de licencia del ex presidente. ¿De qué serviría? De nada, porque el quórum, en esa hipótesis, debería calcularse sobre 71 y no sobre 72 senadores como ahora. Las fantasías se extienden hasta la supuesta renuncia de Menem. Su reemplazante sería la kirchnerista riojana Alejandra Oviedo. Puros sueños: el ex presidente necesita los fueros para transitar con protección los últimos años en la política. Cuelgan de su espalda todavía varias causas judiciales.
Kirchner está dispuesto a que Cristina siga gobernando con el Congreso o sin él. Sabe que la pérdida de la mayoría en ambas Cámaras es irremediable pero también comprobó el miércoles que la llave para paralizar al Senado puede funcionar. ¿Será siempre así?. Ese es su mayor desafío: el kirchnerismo, aún bajo protesta, le responde. Pero cada cimbronazo haría mas vulnerable la solidaridad del conjunto. ¿Cuánto tiempo sorportaría el oficialismo el plan de no dar quórum?. Tanto como sea la convicción opositora de concurrir sin fisuras al recinto del Senado.
La presión pública, en ese caso, podría tornarse insostenible para esa legión de senadores oficiales. Quizás esa presión, a esta altura, le resbale a los Kirchner. Pero muchos legisladores permanecerán después del 2011 y aspirarían a desarrollar, en la nación o en sus provincias, una carrera política. Ninguno acompañó las opiniones de José Pampuro acerca de que aquellas actitudes "no caen bien en la gente". Pero una mayoría las comparte. Sólo no desean exponerse, como le ocurrió al vicepresidente del Senado, a las iras de Olivos.
Kirchner no está convencido todavía, pese a otro fallo adverso de la Justicia y a la reticencia de sus propios senadores, que al DNU del Fondo del Bicentenario haya que echarlo al cesto. Pero los propios kirchneristas aceptaron una negociación que propuso el peronista pampeano Carlos Verna, ahora alineado con la oposición. Aquel DNU se transformaría en proyecto de ley y contemplaría, como base, una coparticipación del 30% de las reservas del Banco Central (U$S6500 millones) que el Gobierno piensa utilizar para zafar del ahogo financiero. Miguel Pichetto, el jefe del bloque, y Nicolás Fernández intervienen en esas tratativas. La autorización la dió la Presidenta. ¿La convalidará su marido?.
Nunca está dicha la última palabra con los Kirchner. La palabra sigue siendo una herramienta que el matrimonio utiliza para dañar con desmesura. Volvió a escena un ex presidente belicoso, igual al que se había guardado por el problema de salud. Cristina también utiliza el lenguaje en una sola dirección y, a veces, hasta lo utiliza inoportunamente. ¿Cómo entender la crítica a Obama a días de su reunión con Hillary Clinton en Montevideo?. El enojo, en la Presidenta y en Kirchner, manda con excesiva frecuencia al pensamiento.
Esa práctica inocula sobredosis de tensión en la sociedad. Hace también de la política un territorio casi invivible. ¿Hasta cuando?. El interrogante habría disparado aprestos en la oposición. Francisco De Narvaez resolvió ser presidenciable. Mauricio Macri también. Ricardo Alfonsín se entusiasma con una encuesta de imagen que lo ubica encima de Julio Cobos. Eduardo Duhalde insiste. El gobernador Juan Urtubey quiere asomar en un peronismo que sigue dormitando.
Habrá que ver si alguno de ellos logra abrir una nueva puerta o si, al final, termina en el paisaje de una vieja política que, como lo muestra Menem, demora en irse mucho mas de lo pensado.
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