Por Eduardo van der Kooy
La Argentina logrará hoy en la cumbre de jefes de Estado de América Latina y el Caribe, que se celebra en México, un respaldo a su reclamo de soberanía por las islas Malvinas y de rechazo a la decisión de Gran Bretaña de iniciar la exploración petrolera en el mar adyacente al archipiélago.
Esa buena noticia, sin embargo, corre riesgo de agotarse en el enunciado y de resultar estéril para modificar, siquiera suavemente, la posición de desventaja que nuestro país tiene en el conflicto frente a Gran Bretaña. Una desventaja que se profundizó luego de la guerra de 1982 y que la ausencia de una política de Estado permanente de los gobiernos democráticos impidió atenuar.
El gobierno de Néstor y Cristina Kirchner se plantó en el légitimo reclamo de reconocimiento de la soberanía de las islas. Pero nunca fue capaz de articular un plan estratégico alrededor del pleito.
Ese plan obligaría a una multiconexión con el mundo --para ganar influencia-- que el kirchnerismo abandonó estos años. La acción en los organismos internacionales (ONU, OEA) tendría sentido cabal si se articularan además políticas consistentes con las naciones poderosas. Allí radica el déficit principal: la Argentina está distanciada de la Unión Europea, mantiene un vínculo neutro con Washington y descuidó, demasiado tiempo, relaciones regionales. Perú, aliado incondicional por Malvinas, es un caso. Cristina Fernández viajaría a esa nación, quizás, en marzo.
En ese contexto parece más incomprensible aún la reciente suspensión del viaje de la Presidenta a China, motivada en rencillas domésticas.
Los Kirchner suelen reaccionar en temas de política exterior como en otros temas, por espamos. Poseen una visión de corto plazo, tacticista, que no llega al fondo del problema.
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