Los Kirchner tienen un sentido de la lealtad que se parece mucho a la paranoia

martes, 9 de febrero de 2010

Por Marcos Novaro

“Es un problema vivir en blanco en la Argentina”. Increíble. Insólito. Pero no inesperado: desde hace tiempo que la presidente padece una desatada locuacidad, caza al vuelo frases poco felices ya dichas por alguno de sus colaboradores (en este caso, su marido: “esto me pasa por estar en blanco” le habría dicho Néstor a Víctor Hugo mientras lo invitaba a oficiar de correveidile), y la empeora.


Y no es la primera vez que un funcionario o gobernante argentino en problemas se quita momentáneamente de encima el peso de sus investiduras y habla como un “argentino común”, indignado por los disgustos que le trae haber nacido justo aquí.


Como sea, Cristina y Néstor parecen no poder salir de Guatemala sin caer en Guatepeor. Sólo han atinado a dar vuelta la página del culebrón del Central para abrir uno nuevo, o mejor dicho, reabrir uno ya antiguo, el de su prosperidad familiar.

En su pelea con Redrado dejaron a la luz su torpeza en el uso de los recursos de que aún disponen (por ejemplo, su amplia mayoría en el directorio del Central), la brutalidad de sus métodos (la policía acordonando la entrada del BC quedará grabada como otro ignominioso leit motiv de estos años) y la confusión programática que afecta sus iniciativas (si con el Fondo del Bicentenario querían crear certidumbre en los bonistas, cuantos más recursos deberán invertir ahora para lograrlo).

Lo sorprendente es que, hasta aquí, el matrimonio presidencial había venido dedicando mucho más cuidado al manejo de su fortuna personal, y cabe decir que se venía comportando con toda lógica y consistencia, sin improvisaciones: a través de la confesión y el blanqueo de una porción considerable pero seguramente minoritaria del problema, y de dejar que el debate del asunto se consuma y los medios se cansen, apuntó a crear condiciones favorables para dar continuidad al estilo “todo cash” y proveerse de seguridades legales a futuro.

Sucede tal vez que, aunque la estrategia no carece de mérito, desde hace tiempo que se viene complicando por la pretensión de instrumentarla al mismo tiempo que se da continuidad a un proyecto político centralizado, confrontativo, con recursos decrecientes, y en condiciones cada vez más desfavorables.

Corrupciones ha habido de muchos tipos en Argentina. Menem, por ejemplo, tenía la costumbre de ser muy generoso con sus colaboradores, de allí que coexistieran bajo su égida muchas “ventanillas” y variantes de negocios. Y estallaran frecuentes escándalos, porque el esquema favorecía la incertidumbre en los funcionarios, la idea de que “hoy estamos, mañana no sabemos”, y por tanto la desprolijidad, el apresuramiento, y las denuncias cruzadas entre facciones en pugna. Todo ello llevaba a que Menem debiera desprenderse frecuentemente de sus colaboradores, pero le aseguraba que rara vez los escándalos lo tocaran directamente.

Los Kirchner son de una escuela completamente diferente: nadie diría de ellos que son generosos, recelan de cualquier poder autónomo que crezca cerca suyo, y odian desprenderse de su gente, por un sentido de la lealtad que se parece mucho a la paranoia.

Ello les proporciona ventajas frente al “modelo de los noventa”: entre otras, la muy notable ausencia de facciones internas, de las consecuentes rencillas, y por tanto también de denuncias cruzadas. De allí que los pocos escándalos que ha habido, carecieran casi totalmente de 'inside information'. Pero el modelo K supone también desventajas: la más notable, que la centralización transfiere rápida y espontáneamente las responsabilidades hacia el vértice.

Si hay un solo “dueño”, entonces todos los subalternos podrán eventualmente decir que obedecieron órdenes, cuando necesiten ser perdonados por sus enemigos. No otra cosa es lo que ha sucedido con Redrado. Para peor, los testaferros necesitarán que el vértice cargue con las culpas, y en lo posible desaparezca de escena, si desean a su vez convertirse en dueños.

¿Realmente los Kirchner creen que sus millones alcanzarán para comprar todas las lealtades necesarias para evitar el aislamiento y la condena? ¿O que siquiera tendrán la oportunidad de retirarse y aislarse en El Calafate a disfrutar de la vista que ofrecen sus hoteles? Tal vez lo que padecen es otro problema frecuente de los gobernantes argentinos: la dificultad para, llegada su hora más difícil, actuar imaginando un futuro mínimamente factible.

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