El Gobierno da señales de que piensa hacer un festival de gasto público y para ello recurrirá a la emisión monetaria, sin importar si eso acelera la inflación o provoca otros problemas.
La economía argentina ha entrado en un proceso de inflación alta (entre el 25 y el 3 por ciento anual) y, si el BCRA aplica las políticas monetarias que muchos creemos que va a aplicar, es muy probable que la tasa de inflación supere el 30% anual y se ubique más cerca del 40% o más. El posible desborde de la inflación tal vez haya sido preanunciado por la misma Cristina Fernández cuando, la semana pasada, en algunos de sus tantos discursos, sostuvo que “no me vengan con que la emisión monetaria es inflacionaria”. Como diría Luis D’Elía, el que avisa no es traidor. Por lo tanto, Cristina Fernández parece habernos avisado que piensa hacer un festival de gasto público (el cual también reivindicó en el mismo discurso) y para ello recurrirá a la emisión monetaria.
Cuando en un discurso tras otro insiste en que no es lógico tener las reservas en el BCRA, colocándolas al 0,5% anual y endeudarnos, nos está diciendo que por medio de la emisión o por endeudamiento piensa aumentar el gasto. Dos datos tenemos en claro: a) piensa seguir con el aumento del gasto público y b) piensa financiarlo con emisión monetaria porque difícilmente consiga que alguien le financie voluntariamente la estampida del gasto.
Sobre el punto b) es interesante resaltar que las reservas propias que tiene el Central las compraron con el impuesto inflacionario. Y ahora pretenden volver a emitir sobre las reservas que compraron con emisión. Es decir, una especie de inflación a la segunda potencia.
Quienes desconocen las herramientas más elementales de la economía, creen que emitiendo moneda pueden mantener baja la tasa de interés y reactivar la economía. Y aquí viene la pregunta. ¿Qué tasa de interés, la nominal o la real? Porque cualquiera sabe que quien presta sus ahorros pretende, entre otras cosas, mantener el poder adquisitivo de sus ahorros.
Puesto en otros términos, pide una compensación contra la inflación esperada. En su estimación de inflación puede equivocarse y terminar cobrando una tasa de interés menor a la tasa de inflación y, por lo tanto, la tasa de interés real será negativa. En este caso, habrá una transferencia de ingresos de los ahorristas a los deudores. Como el ahorrista argentino está acostumbrado a que lo confisquen y a perder sus ahorros por efecto de la inflación (como en el recordado Rodrigazo, por ejemplo) se cubre contra ella y pide una tasa de interés nominal lo suficientemente alta como para evitar una pérdida de capital.
Es por esta razón que en Argentina es casi imposible generar transitoriamente la ilusión óptica de crédito artificialmente barato vía emisión monetaria. La gente ya está prevenida del Estado depredador e inflacionario. De manera que los legos en economía como el matrimonio se equivocan de punta a punta si creen que imprimiendo más billetes van a tener tasas de interés bajas.
Las tasas de interés solo bajan cuando: a) el ahorro se queda en el país y no se fugan por miedo a las confiscaciones de todo tipo que suele hacer el Estado, b) no hay riesgo de volcar los ahorros en el país porque los contratos se cumplen y c) la inflación, obviamente, está bajo control.
Es más, también se equivocan los legos en economía cuando afirman que si se deja de emitir moneda se entra en recesión. Y se equivocan porque un proceso de alta inflación y en aumento como el que tenemos, lleva a que inevitablemente caigan los salarios reales. Al caer los salarios reales se contrae el consumo y, en un modelo basado en el consumo y en la sustitución de importaciones como el que tenemos, la contracción del consumo termina en recesión con inflación. Dicho de otra manera, el ajuste del nivel de gasto inevitablemente llega en algún momento. En el caso de recurrir al financiamiento inflacionario, el ajuste se hace de la peor forma.
El problema que tiene el matrimonio es que ya se ha metido en muchos problemas económicos y cada vez tiene menos vías de escape a la crisis terminal. Cuando digo crisis terminal quiero decir que ya estamos en crisis y que lo único que falta es que los destrozos económicos que hacen terminen eyectándolos del poder, como le ha ocurrido a tantos otros gobiernos, civiles y militares.
Los problemas que tiene el matrimonio para evitar la crisis terminal son, a mi entender, los siguientes: a) han perdido la confianza de la población, y sin confianza no hay proyectos de largo plazo. Se vive al día, b) llevaron el gasto público hasta niveles récord y ya no tienen más cajas a las que recurrir, salvo acelerar el impuesto inflacionario y d) las reglas de juego son tan imprevisibles que es impensable que la economía pueda salir adelante mediante inversiones.
Cuando uno ve como el “incondicional” D’Elía los aprieta con sacarle a la calle 80.000 piqueteros reclamando plata, queda en evidencia que el matrimonio quedó preso de su propio proyecto político, que se basó en comprar voluntades con la caja.
Si no hay caja, hasta D’Elía los amenaza, por más que después se desdiga. Es más, el mismo Moyano se encargó de avisar que no puede negarse que hay inflación. Por eso decía antes, los Kirchner no basaron sus apoyos en la simpatía y en políticas públicas de largo plazo, sino que apostaron a comprar “simpatías” con la caja. Se acaba la caja y se acaban las escasas e impresentables “simpatías” que habían conseguido.
Ahora bien, volviendo a la dinámica económica kirchnerista, todo parece indicar que tenemos por delante más gasto público financiado con emisión monetaria. Dado que la tasa de inflación ya es muy alta, la fuga del peso puede acelerarse haciendo que la inflación supere el 30% anual mencionado antes.
En ese contexto podemos caer perfectamente en un nuevo proceso de recesión con inflación. Y es aquí que aparece la crisis terminal. Las altas tasas de inflación suelen ser políticamente letales para los gobiernos. Si a eso se le agrega la recesión, el esquema es doblemente letal. Y si a todo esto se le agrega el hartazgo de la gente ante tanta soberbia y patoterismo, la situación es triplemente letal.
Venir con la cantinela de que la inflación es producto de falta de oferta frente a una demanda creciente demuestra lo improvisado que es el matrimonio en materia económica. En primer lugar porque es físicamente imposible que todos los precios suban al mismo tiempo si el Estado no expande la cantidad de moneda. En segundo lugar, porque si así fuera, lo que haría falta son inversiones y las inversiones son hijas de la seguridad jurídica y de la calidad de las reglas de juego, más la disciplina monetaria y fiscal.
Todas cuestiones que los Kirchner ignoran o se llevan por delante. Así que, cuando Cristina Fernández reclama más inversiones, previamente tendría que preguntarse: ¿por qué no invierten los empresarios? La respuesta con que se encontraría sería muy desagradable: porque no le creen a ella ni a su marido. De manera que, aún siguiendo el precario razonamiento económico de CFK, la conclusión a la que llegaría es que la sociedad matrimonial es responsable de la falta e inversiones.
Por otro lado, es un dislate decir que la demanda es mayor que la oferta y por eso hay inflación. Para poder demandar algo primero hay que ofrecer algo. La vieja ley de Say que no pudo refutar Keynes: la oferta crea su propia demanda. Nadie puede salir a comprar algo si previamente no produjo y vendió algún bien o servicio. Si para poder demandar primero tengo que producir, quiere decir que el mercado está en equilibrio. Y solo se desequilibra cuando el Estado mete la mano. Emite moneda, restringe la competencia, dilapida los recursos de los contribuyentes, establece absurdas regulaciones, cierra el país a la competencia, etc.
En síntesis, finalmente la semana pasada Cristina Fernández dio un discurso que aclara el futuro. Nos dio a entender que piensa tirar la economía argentina al precipicio. No es un dato menor a la hora de prepararse para lo que viene.
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