El análisis político y económico de los doctores Vicente Massot y Agustín Monteverde
El tiempo no es neutral
Complicado mas de la cuenta no sólo en la cámara baja del Congreso sino también en la de senadores; roído en sus entrañas por un sinnúmero de acólitos que están alerta para dejarlo en la estacada a la primera de cambios; sacudido por un proceso inflacionario frente al cual los afeites y retoques hechos al INDEC resultan intrascendentes; enfrentado con la dirigencia agraria en una disputa sin retorno y ninguneado, cada vez más, por un peronismo que se quiere independizar del lastre que lleva encima, el kirchnerismo trata como mejor puede de capear el temporal.
Y como no sabe muy bien lo que hace, hace tan sólo lo que sabe: insultar, extorsionar, amenazar y, sobre todo, tratar de polarizar a un país harto de su prepotencia. A veces estas tácticas le han dado resultado. Últimamente, en cambio, ha sufrido fracasos sonoros.
En este orden de cosas se inscriben las acusaciones enderezadas por el jefe de gabinete y el ministro del Interior contra la UCR; los dicterios lanzados a expensas de Julio Cobos y Carlos Reutemann; la estrategia de zanahoria y garrote implementada con los gobernadores y —está claro— el sonsonete de una conspiración en marcha en contra del gobierno nacional y popular, prohijado por los enemigos de siempre: la oligarquía ganadera, los fondos buitres, la derecha y los nostálgicos de los noventa.
El problema que tiene el kirchnerismo es doble: por un lado, cree, con fe digna de carbonero, en el mensaje que propala a diestra y siniestra desde las usinas oficiales pero, por el otro, nadie cree nada de lo que dice.
Las cifras respecto del alza de precios de la carne son tomadas a risa; las explicaciones del inefable Aníbal Fernández en cuanto a que la inflación —que reconoce— es producto de una mejor distribución del ingreso, hacen el ridículo; la confesión de Cristina Fernández de que el escándalo de la compra de dos millones de dólares por parte de su marido son el resultado de “estar en blanco” en la Argentina, producen tirria y así cada cosa que expresa la actual administración genera en la gente el efecto contrario al buscado.
Puede que algunos de los casos reseñados sean anecdóticos. Otros, inversamente, distan mucho de serlo.
En el Parlamento los Kirchner no imaginaban, a finales del año pasado, que deberían hacer frente a un temporal como el que se les viene encima. Es que si en Diputados sus chances de conseguir una votación favorable son mínimas, el panorama ahora también luce dramático en la cámara alta, donde los pampeanos Carlos Verna y María Higonet coquetean sin tapujos con la oposición —contra lo que suponían en el oficialismo— y los 37 votos necesarios para imponer el decreto que le quita el sueño al santacruceño, parecen inalcanzables.
Además, si naufragase la idea de convalidar el DNU del Bicentenario tampoco cabría imaginar la posibilidad de que, en su reemplazo, se echase a andar un proyecto de ley. Sencillamente no pasaría la prueba en la Cámara de Diputados, salvo que la letra y el espíritu del mismo nada tuviese que ver con las ideas que viene manejando el gobierno en ese sentido.
Conclusión: ¿cómo financiarse? Porque el nudo de la cuestión no es otro que la necesidad perentoria que tiene el kirchnerismo de encontrar una o varias cajas para hacer frente a los compromisos del 2010 y, al mismo tiempo, mantener un nivel de gasto público exorbitante de cara a los comicios del año venidero.
La pregunta anterior conduce a otra: ¿hay un plan B? Nadie lo sabe, excepto el matrimonio gobernante pero, a falta de certezas, no es descabellado hacer un ejercicio analítico con el propósito de imaginar escenarios alternativos.
Sería desaconsejable descartar de plano la posibilidad de que, a la hora de votar, los senadores pampeanos y otros en su misma situación finalmente llegasen a un acuerdo con el oficialismo sobre unas bases diferentes a las que se vienen manejando hasta ahora. No habría que dar de lado, inclusive, que el arco opositor limase asperezas con Pichetto para consensuar una salida elegante.
Parece remoto el escenario reseñado aunque nunca se sabe cuál puede ser la voluntad de determinados senadores y diputados que, a falta de convicciones sólidas, negocian su voto al mejor postor a último momento.
Es cierto que Verna, hasta ahora, ha formado junto a la oposición y se ha alineado con ésta en la disputa respecto de las autoridades que deberán elegirse para presidir las distintas comisiones. No lo es menos que bien podría sufragar de una manera en punto a las comisiones y de otra en el tema del Fondo del Bicentenario.
Se abre también la posibilidad de que el kirchnerismo, sabiéndose perdedor, decidiese jugar a suerte y verdad una carta brava frente a los gobernadores. Ello supondría obligarlos, ante la carencia de fondos, a realizar, quien más quien menos, un ajuste en cada una de las provincias.
El problema con este tipo de medidas es que, en rojo fiscal como están la mayoría de los distritos, cualquier disminución de los recursos que les envía el tesoro nacional los pondría a algunos al borde del estallido social, con la coincidencia de que si algo de esta envergadura ocurriese en cualquier lugar del país el gobierno central no saldría indemne ni mucho menos.
La lógica sería que, de aquí a las elecciones del 2011, hubiese una política fiscal y monetaria cuidadosa y que se pudiese limitar el gasto. Pero esperar a esta altura del partido tamaño sacrificio de parte del kirchnerismo sería como pedirle peras al olmo.
Y está, por fin, el escenario más probable que significaría, de parte del gobierno, hacer de la necesidad, virtud. Si, tal como se halla diseñado, el DNU del Bicentenario pasase a mejor vida, no son pocos los senadores e inclusive diputados del arco opositor que estarían dispuestos a votar una ley al respecto.
Solo que no sería redactada a imagen y semejanza de los caprichos oficialistas sino en consonancia con los recaudos que las nuevas mayorías en el Congreso quieren tomar ante la discrecionalidad fiscal del kirchnerismo. Que hoy tanto Pichetto como Rossi y, en general, las más altas autoridades del Ejecutivo digan que, fuera del DNU, no hay otro camino está lejos de significar que todas las puertas están cerradas y que todos los puentes entre gobierno y oposición hayan sido volados.
Antes de tratar de echar mano a los encajes en dólares o imaginar una salvajada semejante —que, a la larga, obraría a la manera de un boomerang en su contra— el gobierno tiene por delante un espacio para negociar.
El tiempo no es neutral al respecto y el espacio mencionado se achica a medida que pasan los días. Pero siempre es conveniente recordar que la necesidad tiene cara de hereje. Hasta la próxima semana.
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