Por Alfredo Leuco
La multiplicación de la arbitrariedad de estado, la resta en la credibilidad de la palabra presidencial y la división que aparece en el propio gabinete expresan como nunca antes la fragilidad y cierto clima de descomposición del proyecto del matrimonio Kirchner.
La jefa del estado, su jefe político y algunos ministros en los últimos tiempos han hecho acusaciones gravísimas que no tuvieron ningún tipo de eco en la sociedad. Si una mandataria de cualquier país del mundo denuncia que no puede viajar al exterior (China en este caso) porque su vicepresidente (Cobos en este caso) encabeza una conspiración para derrocarla se produce una conmoción social importante que obliga a todos los sectores a expresarse en defensa de las instituciones democráticas y que lleva manifestaciones a la calle para apoyar a quien fue legítimamente elegida por el pueblo.
En Argentina no pasó nada de eso. Se acusó al principal partido de oposición y al principal grupo mediático de tener actitudes cuasi golpistas y al otro día todo siguió igual. El conductor y líder político del partido de gobierno fue intervenido quirúrgicamente de urgencia por una tema tan delicado que le podría haber producido la muerte y en la opinión pública no apareció la preocupación o la consternación. Y la clase política casi no se expresó al respecto.
Con la movida sobre Malvinas pasó algo parecido. No acusan peso en la balanza de la sociedad. Son misiles que casi no hacen ruido. Esto habla de un vaciamiento de la palabra oficial. La sobreactuación y victimización a repetición produce fatiga social y pone en duda incluso las verdades que desde el poder se dicen. “No tienen propuestas, ya fracasaron”, proclama en las tribunas la presidenta mientras retrocede políticamente todos los días un poco.
Para el gobierno, tal vez ha llegado el momento de reconocer la nueva correlación de fuerzas parlamentaria, de frenar las operaciones que algunos ministros le hacen a sus pares, de decodificar el mensaje de las encuestas de imagen que van en línea con el de las urnas del 28 de junio y cambiar por completo la táctica.
Los Kirchner ya no tienen espacio para la imposición y la prepotencia. Pasó el tiempo de la extorsión ideológica y del todo o nada. Están obligados a sincerar sus necesidades, corregir torpezas (INDEC, por ejemplo) y buscar acuerdos y consensos en todos los planos.
En el fútbol se dice que no hay mejor defensa que un buen ataque. Puede ser. Pero en la política aparece patético y decadente que alguien que va perdiendo por goleada se la pase gritando goles que no existen a una tribuna cada vez mas despoblada. Gobernar es dar certezas y juntar voluntades. Goles son amores. Hoy más que nunca.
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