Por Nelson Castro
“Qué difícil se ha puesto todo”, reconoció, a modo de desahogo, un legislador del oficialismo que viene padeciendo la nueva realidad que expresa el Congreso de la Nación, en el cual se dará, en los próximos días, una nueva batalla en la puja por el control del poder político entre el Gobierno y la oposición. Eso ocurrirá entre el miércoles y el jueves de la semana venidera, cuando se discuta y se vote la designación de las nuevas autoridades de las diferentes comisiones del Senado.
El tema, demasiado lejano de la siempre difícil cotidianeidad de la gente, es de enorme trascendencia para el devenir político del Gobierno. De concretarse lo que aventura la mayoría de los pronósticos, el kirchnerismo se encaminaría a la pérdida del control del Senado y, con ello, del Congreso en su totalidad. Para el matrimonio presidencial, la consecuencia de esta nueva realidad es simple y brutal ya que, en adelante, deberá negociar acuerdos con sectores de la oposición ante cada nuevo proyecto de ley.
A este tema de la presidencia de las comisiones hay que agregarle un hecho que podría hacer las cosas aún más complejas para el Gobierno: la designación de las autoridades de la Cámara alta. La historia es así: hasta ahora, la presidencia provisional del Senado le ha correspondido al oficialismo en la persona del senador José Pampuro, quien algún día, como tantos otros, contará los padecimientos a los que lo han venido sometiendo los Kirchner. ¿Cuál es la importancia de este cargo?
En tiempos menos turbulentos que los actuales, mínima. En el presente, muchísima. El presidente provisional del Senado es el que asume la presidencia del cuerpo cuando el vicepresidente no está, ya sea porque se halla de viaje, porque está a cargo del Poder Ejecutivo, porque renunció o falleció. Al hacerlo, en cualquiera de esos casos, asume todas las funciones del vice, una de la cuales es la de desempatar una votación en la Cámara, posibilidad que hoy día es muy alta. Por lo tanto, si la presidencia provisional del Senado quedara en manos de la oposición, las esperanzas del Gobierno de alejar la pesadilla de desempates parlamentarios perdidosos quedarían sepultadas.
Quienes fogonean esta posibilidad son los integrantes del Peronismo Federal. A la cabeza está el senador salteño, Juan Carlos Romero. Hasta ahora, en este intento lo acompaña la soledad: tanto el radicalismo como el socialismo ya han hecho saber que no apoyarán ninguna iniciativa de este tipo.
Por todo esto y mucho más, los días que corren son de actividad febril para Néstor Kirchner, quien ha venido gastando el teléfono para dar órdenes y ver qué se puede hacer para retener a los díscolos. Para esa tarea, el Fondo del Bicentenario para el Desendeudamiento y la Estabilidad es una pieza clave.
En el Senado, el oficialismo vive un aire de diáspora. Hacia el fin de la semana, un rumor muy fuerte hablaba de la posibilidad de una o dos deserciones más, las que aludían a legisladores provenientes de provincias del norte.
En pos de conseguir adhesiones para la aprobación del uso de las reservas del Banco Central, el ministro del Interior, Florencio Randazzo, se ha pasado estos días hablando con los gobernadores. El escollo más difícil sigue siendo La Pampa. Allí, el gobernador, Oscar Jorge, defiende el proyecto sin cortapisas. El problema es que el senador Carlos Verna, no. Y el drama para el Gobierno es que en La Pampa el hombre fuerte del justicialismo es Verna y no Jorge.
De hecho, Jorge es un subordinado de Verna, quien, además, tiene una inquina personal contra Cristina Fernández de Kirchner que viene de su época de senadora, por un episodio de un supuesto tráfico de influencias que involucró al senador y del que la Presidenta se hizo eco cuando encabezaba la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Cámara alta. Es un episodio que Verna ni ha olvidado ni, mucho menos, perdonado.
Pero hay otros gobernadores que poco a poco se van separando del kirchnerismo. Uno es el de Salta, Juan Manuel Urtubey. Sin embargo, el que tal vez más sorprendería es un mandatario provincial con el que compartirá el escenario el día de su reasunción de la presidencia del Partido Justicialista. Se trata de Jorge Capitanich. Sus contactos con Alberto Fernández son una especie de catarsis en donde desgrana sus diferencias, pesares y temores hacia Néstor Kirchner.
Es por eso que la Presidenta finalmente aceptó una sugerencia de Julio De Vido, para reunirse con empresarios la semana que entra. En ese encuentro, piensa hablarles de la necesidad de aumentar la producción como vía para contener la inflación. Les dirá que el objetivo del Fondo del Bicentenario –al que jocosamente tanto oficialistas como opositores han bautizado con el nombre de “aloe vera”, debido a la variedad creciente de usos a los que se lo pretende destinar– será el de atender las demandas de financiamiento que exigen la inversiones requeridas para estimular la producción.
La idea de la jefa de Estado es que esos mismos empresarios hagan lobby ante legisladores y gobernadores para logar su aprobación.
Ante el temor del fiasco legislativo, el Gobierno está buscando también algún atajo de tipo judicial que le permita hacerse de los 6.569 millones de dólares del Fondo del Bicentenario, antes del comienzo de las sesiones ordinarias del Congreso.
La apuesta se dirige a la Cámara en lo Contencioso Administrativo que debe resolver la apelación ante la Corte presentada por el Gobierno ante los sucesivos fallos adversos –tanto de la jueza María José Sarmiento como de la Cámara– durante el mes de feria judicial. La aspiración del Ejecutivo es que junto con el otorgamiento del recurso extraordinario que conduzca el caso ante la Suprema Corte, se dicte un efecto suspensivo de los dos fallos adversos.
“Legalmente esto podría ser posible, pero sería cuestionable luego de dos sentencias adversas tan contundentes que indican la prohibición de usar esa plata antes de un dictamen del Congreso” reconoce una fuente judicial que responde al kirchnerismo.
“Sin el Fondo del Bicentenario, los números no cierran” confiesa una voz del kirchnerismo. El agujero del déficit fiscal es grande; se trata de un verdadero agujero negro. Por eso es que Néstor Kirchner no le perdona a Amado Boudou la impericia con la que manejó el tema del Fondo y de la salida de Martín Redrado.
La estrella ascendente de la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, es una muestra del retroceso del ministro de Economía en la Babel de Olivos, desde donde el ex presidente en funciones arropa su sueño de reelección, ensombrecido por la pesadilla de la realidad.
0 comentarios:
Publicar un comentario