Por Agustín Monteverde
El banquete está servido. El león se ha hecho de la presa y los chacales lo festejan, soñando ya con su parte, los restos de la comilona. En esta jungla nativa, los bolsillos de la gente común, sus patrimonios, son el centro del festín. Nuestros faunos —gobernantes y gobernadores, oficialistas y opositores de distintas procedencias— ya saborean las mieles de nuestros dinerillos.
El BCRA, custodio del respaldo de esos pagarés llamados billetes que llevamos en nuestros bolsillos, ha sido tomado al abordaje con la aquiescencia de parte del arco opositor. Buena parte del radicalismo con el inefable Moreau a la cabeza, distintas vertientes socialistas, y varios gobernadores acompañan la idea oficial: las reservas no deben servir exclusivamente de respaldo de la moneda de los argentinos sino que responderán de aquí en más a otro fin, el de seguir solventando festivales de gasto clientelar.
El león —salvo algún nuevo percance judicial— podrá salirse con la suya; pero la comida amenaza ser indigesta. El afán depredatorio apura el propio final.
Los Kirchner tendrán esa plata que les faltaba para seguir comprando voluntades y doblegando oponentes de cartulina. Los caudillos provinciales salvarán sus deficientes administraciones. Pero esta vez el salvavidas será de plomo.
Examinemos el panorama. A una credibilidad hecha añicos, a un sistema de reglas de juego perverso cuya única norma inmutable es “el gobierno siempre tiene la razón”, se le agrega ahora la nefasta realidad de un Banco Central —y consiguientemente, un sistema financiero— esclavo de las necesidades fiscales del ejecutivo.
Esto ya pasó: ¿acaso en los tiempos de Alfonsín no se había nacionalizado de hecho el íntegro sistema bancario, haciendo que los ahorristas —por supuesto, sin que ellos lo autorizaran ni tan siquiera conocieran— solventaran con sus depósitos el gasto y los sueldos estatales? Pero también sabemos cómo terminó. Con un sistema quebrado y un inevitable plan Bonex que blanqueó la realidad de bancos vaciados en favor del Tesoro estatal.
Veamos las principales opciones con que cuentan los Kirchner en su angurria por más caja.
Si logran hacerse de las reservas, su pretensión es por más de U$ 16000 MM. Así lo dice expresamente el decreto 2010 en su primer artículo. El Fondo del Bicentenario es tan solo uno de los destinos que han elucubrado para el falaz artilugio de las reservas “de libre disponibilidad”, un concepto aceptable exclusivamente en un régimen de convertibilidad (y cuya ley ahora han reciclado).
Pero ocurre, como me he cansado de repetir en los dos últimos años, que parte sustantiva de las reservas brutas están afectadas en forma directa por una serie de pasivos (encajes de depósitos en dólares, LEBAC, pases, Basilea, ventas a futuro). Una vez que descontamos esos pasivos, nos encontramos que las reservas efectivas netas para respaldar nuestra moneda se reducen a menos de la mitad que las brutas, no más de U$S 23.000 MM.
Si los Kirchner quieren gastarse —bajo la excusa de pagar deudas— unos U$S 16000 MM, esas reservas efectivas quedarían reducidas a U$S 7000 MM. No necesitamos explicar que significación tiene esto respecto del tipo de cambio de equilibrio ex–post. La capacidad del BCRA de apaciguar una corrida sería mínima.
Aún cuando el Ejecutivo usase esas reservas para pagar deuda, quedarían liberadas las partidas previstas en el Presupuesto a ese fin. Tal expansión significaría por si sola inflación; y mucha (téngase en cuenta que representa algo más de la mitad de la base monetaria).
Con la nueva e impensable conducción del Central, al gobierno aún le quedarían en la manga toda una batería de medidas “reactivantes” o encaminadas a allegarle recursos so pretexto del “gasto social” y la “obra pública”, todas ellas inflacionarias. En estas circunstancias, la posición de los bancos, y en particular de los banqueros, no es de envidiar.
Si un raro arrebato de pudor pusiera límites poco prácticos a la arremetida emisionista o si la apropiación de las reservas continuara trastabillando por obra de una justicia que se atreve —al menos a través de un puñado de jueces— a mostrarse independiente, la última caja con liquidez sobre la cual echar mano serán los bancos.
No hay duda. Nuevamente la moneda y los ahorros de los argentinos serán la presa. Pero esta vez, ninguno de los convidados al banquete —ni el león ni los carroñeros— debieran alegrarse.
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