Un gobierno enceguecido que carece de política

domingo, 21 de febrero de 2010

Por Alberto Fernández

Hay quien dice en el Gobierno que la oposición es golpista. Ha dado así otra vuelta a aquella tuerca que comenzó a girar el día en el que alguien advirtió que en Argentina existían “conductas destituyentes” en obvia alusión a quienes insultaban y maltrataban la investidura presidencial durante la crisis del campo.


Fue una cena compartida entre el vicepresidente Cobos y la cúpula del radicalismo la causa eficiente que motorizó aquella acusación de “golpistas”. Tal vez en la cabeza de alguien anide la equivocada idea de que ahora los golpes se preparan en comidas públicas en las que pululan decenas de periodistas y fotógrafos y en las que se formulan declaraciones que sólo critican la gestión gubernamental. Quien dice semejantes cosas debería ser más severo con los verdaderos “golpistas” y no asimilarlos a un grupo de dirigentes democráticos y opositores.

En el Gobierno, también hay otros que piensan en la existencia de múltiples complots que buscan perjudicarlo. Sindican a los medios de comunicación en general y a algún grupo mediático en particular, como la usina de la que emanan las opiniones más ácidas. Seguramente, quien eso afirma ha reparado en los títulos y textos que a menudo se publican. Sin embargo, no puede soslayarse que las “malas noticias” no se concentran en un solo diario sino que aparecen replicadas en todos los periódicos de Argentina. Eso vuelve poco creíble la idea del complot mediático.

Quienes administran el país ven con mucho optimismo el tiempo que viene. Eso no está mal, aún cuando ante muchos el futuro se presenta como bastante incierto. En tal caso lo único reprobable al oficialismo es la descalificación que formulan sobro todo aquel que tiene del presente una visión algo más crítica.

Es verdad que la oposición no ayuda. Atomizada, suele aportar muy poco a favor del desarrollo económico, social y político. Detrás de planteos que pintan un país en condiciones apocalípticas, ha demostrado capacidad de unirse sólo para oponerse al Gobierno. Después, únicamente expresa dispersión y contradicciones.

Julio Cobos, vicepresidente de la Nación y miembro del Poder Ejecutivo Nacional, intenta cruzar el Jordán que lo devuelva a la orilla en la que acampan los radicales opositores. Mientras se exhibe junto a sus correligionarios, su “socia” política ha vociferado por todos los medios de comunicación que si los radicales lo llegaran a elevar a la categoría de candidato presidencial ella romperá la alianza que los vincula y que bastante raída se muestra ya.

En el mundo opositor, hay también una derecha bastante confundida en la que conviven neoliberales y peronistas conservadores. Macri, tras los desbandes que consumó con las designaciones de Jorge “Fino” Palacios y Abel Posse, ahora intenta sacar el agua que acumula la ciudad cada vez que llueve.
Macri tiene un socio que aunque en junio ganó las elecciones diciendo que tenía un plan para resolver el problema de la inseguridad, hasta el día de hoy (ocho meses después) no ha ofrecido la más mínima solución a tan enorme conflicto. Francisco de Narváez, un hombre nacido en Colombia que increíblemente pretende presidir el destino de los argentinos, sólo asoma de tanto en tanto por las pantallas televisivas sin aportar tan siquiera alguna idea original que sirva para la reflexión ciudadana.

En la Argentina de hoy éste es el escenario político que nos toca en suerte. Un gobierno enceguecido que carece de política y ataca a todo aquel que critica o tan sólo expresa una versión diferente de la realidad. Y una oposición que carece de la fuerza política necesaria como para poner en el ánimo de los argentinos alguna sensación tranquilizadora.

Así, la política se ausenta y parece quedar limitada a discursos que se contraponen. Todo se convierte en un sinfín de argumentaciones contradichas sin que nadie se detenga a observar las causas y ofrecer las salidas correctas para escapar a la crisis.

En medio de tanta insuficiencia, la economía intenta despabilarse. Es cierto que, como dice el Gobierno, a fin de año habremos crecido tanto como aquello que caímos durante el año anterior. Como alguna vez se ha dicho en estas mismas líneas, con mucha suerte al iniciarse el 2011 estaremos igual que al concluir el 2008. Pero las reservas caen, el déficit fiscal aumenta y los precios se mueven peligrosamente mientras un coro de explicadores nos invade diciéndonos que nada de eso ocurre.

El mundo, por su parte, no da señales tranquilizadoras.

Barack Obama anuncia que la crisis de la economía americana no ha concluido. Advierte que aún cuando el gobierno ha destinado cerca de cuatrocientos mil millones de dólares para salvar su sistema financiero, todavía no se observa una clara recomposición de la economía. La prueba de ello se expresa en un enorme déficit fiscal y en una crisis social que hace que uno de cada diez americanos no encuentre trabajo.

Europa no está mejor. La crisis desatada en Grecia ha quitado el sueño a las potencias europeas. Con una cuantiosa deuda externa en riesgo de default por el déficit fiscal que arrastra, Grecia está poniendo en jaque a una Unión Europea cuya economía todavía no registra signos de vitalidad suficiente. Para peor España, la niña mimada del Viejo Continente, no deja de presentar datos intranquilizadores que han empezado a deteriorar la solidez del gobierno socialista.

La crisis internacional no ha desaparecido todavía. Todo parece haberse recompuesto con tanta precariedad, que permanentemente asoman nuevas amenazas que nos hacen sentir el riesgo de caer en un nuevo infierno.

Ante semejante cuadro, es imperioso salir de la lógica impuesta. Al Gobierno le cabe la responsabilidad de comprender adecuadamente cuál es la realidad que nos circunda y dejar de buscar las causas de los problemas en las críticas que se lanzan en su contra. Debería recordar que las críticas nacen después de los problemas y por lo tanto no los crean.

Fuera de ello, es difícil de entender por qué se siguen minimizando las dificultades fiscales, siendo que ya en el primer mes del año se observa un claro aumento del déficit en las cuentas públicas. Tan incomprensible como no atender el modo en que los precios han comenzado a moverse después de meses en que la economía se había retraído y había contenido las expectativas inflacionarias.

Después de casi tres décadas ininterrumpidas de democracia, Argentina debe demostrar que ha aprendido las lecciones que ha vivido. Hemos conocido ya las consecuencias de no prever los efectos que derivan del funcionamiento global de la economía. Ahora, cuando Europa cruje y nadie tiene en claro las implicancias que del crack griego pueden derivarse, parece querer repetirse la misma lógica que imperó cuando se pensó que el “efecto tequila” sólo afectaba a los mexicanos y cuando se creyó que el “efecto jazz” sólo debía preocupar a George Bush.

En el resultado electoral de junio, hubo una implícita censura a la gestión gubernamental. Por eso, quienes son parte del Gobierno deberían recordar que fueron ciudadanos los que ese día emitieron tal veredicto. Si lo hicieran, entenderían mejor cuál es el clima social y cuáles son las expectativas de la gente.

La oposición también debería recordar aquel resultado sabiendo que con él se emitió cierto mandato de control que no implicaba obstaculizar o limitar el accionar del Gobierno. Si eso tampoco se advierte y los opositores siguen trabajando para que el Gobierno no alcance ninguno de los objetivos que busca, el país terminará atrapado en un remolino que nos relegará otra vez al comienzo de las cosas.

Irónicamente es ése, precisamente, el lugar al que nadie quiere volver.

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