Por Nelson Castro
La empatada sesión de la Cámara alta le devolvió protagonismo a Carlos Menem y agrandó la figura de los halcones de ambos bandos.
Eramos pocos y, faltazo mediante, reapareció Menem”, sentenciaba con una sonrisa una voz que habita los pasillos del poder. Y ese faltazo del ahora senador riojano le ha agregado al turbulento escenario político argentino un nuevo ingrediente, propio de relato de realismo mágico del que tanto abunda en nuestra historia.
“Cometimos un grueso error en la forma en cómo manejamos el asunto”, reconocía un legislador de la Unión Cívica Radical que todavía mascullaba bronca por lo sucedido en el Senado en la tarde del miércoles. De hecho, el presidente del partido, Ernesto Sanz, le hizo un severo reproche al titular de la bancada radical, el senador Gerardo Morales, por ese error.
Hay que recordar que, en ocasión de aquella crucial votación en la que se rechazó la Resolución 125 en la Cámara alta, Sanz, que por entonces era jefe del bloque de su partido, trabajó intensamente la presencia de Carlos Menem a través de su fluida relación con su hermano Eduardo. Incluso, hubo una activa participación de Zulemita Menem para asegurar el traslado de su padre, afectado ese día por una fuerte gripe, desde un sanatorio en donde era atendido, hasta el Congreso.
Son momentos de alegría para el ex presidente, quien volvió a tener, por unas horas, el protagonismo que tanto añora. Hombre astuto que no ha perdido sus mañas, una de sus virtudes es la paciencia. Y el miércoles, esa paciencia tuvo su premio al ocupar el primer plano de la escena política, circunstancia que aprovechó para pasarles facturas principalmente a los integrantes del peronismo disidente.
Ahí ni se lo ha tenido en cuenta ni se lo quiere mucho. Es que hay una verdad innegable: nadie que aspire a tener un futuro político próspero quiere aparecer pegado al ex presidente. Su imagen negativa sigue siendo muy alta y su gobierno es considerado un emblema de la corrupción. Claro que para muchos de ellos hay un problema: el de haber sido funcionarios que alabaron fervorosamente aquella gestión.
El abanico es amplio y va desde Néstor Kirchner hasta Daniel Scioli. Néstor Kirchner supo decir que Carlos Menem era el mejor presidente de la historia argentina; Daniel Scioli le obsequiaba los mismos elogios con los que hoy halaga a Néstor Kirchner y mañana, al que venga.
Contra todos ellos y muchos otros, Carlos Menem acumula tirria. Ya ha dicho que va votar contra el kirchnerismo; pero también ha dicho que no es “una cosa sino un ser pensante” (sic) y que reclama tener voz y voto en comisiones clave del Senado. Sabe que, a partir de ahora, la situación de paridad que se vive en la Cámara alta le dará un peso que, hasta aquí, sus pares de bancada del justicialismo disidente le han negado.
Pero lo que pasó el miércoles en el Senado tiene, a su vez, un significado mucho más profundo e inquietante: la imposibilidad de llegar a acuerdos entre oficialistas y opositores. El Gobierno se niega a reconocer la nueva realidad política surgida tras las elecciones del 28 de junio pasado.
Sigue trabajando, pues, con la metodología de la imposición. Una voz del oficialismo, que se sinceraba sobre esto, lo resumió muy bien: “Que nos haya salvado Menem es una paradoja increíble e incómoda. Hemos perdido el dominio del Senado. Sería muy malo que en estos dos años que nos faltan de gobierno reinara la vetocracia”.
Al actuar así, lo único que logra el kirchnerismo es exacerbar a los halcones de la oposición, ávidos por implantar la misma metodología de la imposición de la que ha venido haciendo uso el oficialismo. La orden emanada desde Olivos para que los legisladores del Frente para la Victoria dejaran sin quórum la sesión del Senado dio pasto a los integrantes del peronismo disidente que habían pretendido quedarse con la estratégica presidencia provisional de la Cámara, objetivo que no lograron debido a que, en una actitud atinada, ni el radicalismo ni el socialismo apoyaron esa pretensión. El funcionamiento del Senado pende de un hilo ya que, ante la manifiesta paridad de fuerzas, lograr el quórum habrá de ser un trabajo de orfebre.
Lo que tampoco produjo felicidad fue la reunión del matrimonio presidencial con los empresarios. Antes de ese encuentro, hubo otro entre algunos de esos empresarios y el ministro de Planificación, Julio De Vido. Allí hubo imposiciones del Gobierno: una, que los hombres de negocios aceptaron con renuencia, fue la de no hablar de la inflación; la otra, que rechazaron, no sin algún temor, la de firmar un documento de apoyo al Fondo del Bicentenario para el Desendeudamiento y la Estabilidad.
Uno de los asistentes a la reunión en Olivos, que suele ser complaciente con el Gobierno, no pudo ocultar su inquietud al confesar que “varios salimos de ahí muy preocupados por la falta de un plan o esquema alternativo de contingencia ante el aumento de los precios que ya existe y que puede dispararse aún más tras la negociación paritaria. Esto no se arregla con los gritos de Néstor Kirchner”.
Esa alusión se refería al deslucido acto organizado el jueves pasado en La Plata, destinado a castigar al intendente de esa ciudad, Pablo Bruera, quien hace rato se alejó de las orillas del kirchnerismo. En su discurso de reaparición tras la operación de su arteria carótida derecha, el ex presidente en funciones abundó en el autoelogio y repartió palos para todos.
Nada nuevo si no fuera por la insistencia en incorporar dentro del creciente mundo de sus enemigos a la Justicia. Esto fue consecuencia de la decisión de la Sala IV de la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo de otorgar el recurso de apelación extraordinario ante la Corte Suprema que presentó el Gobierno sobre la prohibición de crear el Fondo del Bicentenario dictaminada tanto por la jueza María José Sarmiento y ratificada por la Sala I del fuero Contencioso Administrativo.
El Gobierno aspiraba a que en simultáneo con el otorgamiento del recurso de apelación, la Cámara dispusiera una medida suspensiva de los fallos anteriores, con lo que el Poder Ejecutivo habría podido hacerse de las reservas del Banco Central mientras corriera el tratamiento del tema en el Congreso. Al respecto de ello, un operador del kirchnerismo en la Justicia precisaba que “esa aspiración gubernamental no tenía ninguna posibilidad de concretarse ya que, habiendo dos fallos adversos al Fondo, hubiera sido un escándalo que la Sala IV hubiese decidido ordenar la suspensión de sus efectos”.
El Fondo del Bicentenario, por el que los Kirchner desesperan, tiene, hoy día, más destino de fracaso que otra cosa.
Así termina febrero, otro mes de oportunidades perdidas en la increíble y paradojal historia de la Argentina, el país del mañana mejor que nunca llega.
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