La inflación nos permite ser deshonestos sin culpa

martes, 16 de febrero de 2010

Por Omar López Mato

Cuando estudiaba fisiología, allá lejos y hace tiempo, solía mirar una foto en el libro de texto que me quedó gravada para siempre. No puedo olvidarme de ese ratoncito pegándole frenéticamente a la palanquita que estimulaba su núcleo del placer.


Quizás usted, estimado lector, no sepa que tenemos en nuestro cerebro un grupo de neuronas donde se concentran las sensaciones placenteras. Si señor, poseemos ese secreto instrumento de gratificación sumergido en una maquinaria sensible al dolor, un mundito de placer en un universo de adversidad. Para estudiarlo le conectaron a una ratita unos electrodos al grupúsculo de neuronas, y le dieron a dicho roedor la capacidad de estimularlo.

Al principio, muy tímidamente la ratita jalaba de la palanquita y ¡zacate!, un estímulo. No podemos saber qué es el placer para una rata. El hecho concreto es que le gustó, y cada vez le daba más a la palanquita, hasta no hacer otra cosa en todo el día más que darle a la palanquita, sin comer y sin dormir, hasta que un buen día, lógicamente, la ratita palmó… pero con una sonrisa bajo sus bigotitos.


La economía que le gusta a muchos argentinos, amantes empecinados del intervencionismo, se parece a la ratita que le daba a la palanquita, pero en lugar de estar conectada al núcleo del placer se encuentra enganchada con la máquina de hacer billetes, mecanismo que nos introduce al mundo de las fantasías, porque ¿qué mejor fantasía que aquella que nos hace soñar con un barril de inagotables de riquezas?

Los gobiernos populistas son especialmente adictos a ésta máquina de fantasías: es la forma ideal de generar los recursos que tienen contentos a todo el mundo. Antonio Cafiero, el entonces Ministro de Economía del General Perón fue quien se preguntó, ¿qué mal nos hace un poquito de inflación? La misma pregunta que se hace un jovencito, ¿qué mal te puede hacer un porrito? ¿Qué mal te hace una línea de cocaína? Así se empieza y se termina a toda orquesta.

Esta adicción es especialmente nociva en aquellos que desconocen algunos principios básicos como lo ha demostrado nuestra señora presidente, al afirmar, muy suelta de cuerpo, (como si se tratara del vuelo del pollo) que el aumento de la base monetaria no es inflacionaria. En los últimos 7 años la oferta monetaria (M2 le dicen) subió un 215 %. Eso ¿no genera inflación? Muchos periodistas dudan que la señora. Presidente sea abogada, después de escucharla detenidamente, uno no puede más que adherir a dicha duda.

En sus manos quedará, si se aprueba, el Fondo del Bicentenario, la máquina de la fantasía, el sintetizador de sueños que creará, como la droga, una falsa sensación de bienestar. Habrá más plata en la calle, subirán la venta de electrodomésticos y todos estarán contentos con el chiche nuevo… al menos por un tiempo. La inflación es como subirse a una calesita que cada vez va más rápido, hasta que la velocidad se hace intolerable y se termina vomitando hasta la cena de Año Nuevo. Los “K” son especialistas en chocar calesitas.

Los argentinos somos adictos a las políticas inflacionarias. No en vano tenemos el Record de inflación en el mundo. Cada peso de 1960 es 0,000000001 peso de hoy día.

Darle al gobierno y especialmente a uno como éste, el control del Banco Central, es como darle una botella de Whisky a un señor salido de alcohólicos anónimos… todos sabemos qué hará al cabo de un rato. Bueno, nosotros estamos por entregarle un barril de Scotch a este gobierno, adicto al despilfarro y la emisión, que en breve, salvo que actúen las instituciones democráticas en su defensa, podría desbocarse.

Parece que muchos se han olvidado del triste final del gobierno de Alfonsín, y de los tiempos funestos de Isabelita, con índices del 10 % mensual, que para colmo ahora no cuentan con una constatación fehaciente por la destrucción del Indec, convertido en el fabulador IndeK.  ¿Nadie recuerda los tiempos de la indexación? Sin embargo y a pesar de todos estos males recientes, reincidimos.

¿Por qué nos embarga a los argentinos ésta adicción inflacionaria? Muy simple, porque nos permite pecar sin culpa o echarle la culpa al otro (una bochornosa pasión nacional), que en este caso es etéreo e intangible, o al menos así opina este gobierno, que acusa de conspirador hasta a su propia sombra.

Decía que la inflación nos permite ser deshonestos sin culpa. Veamos este concepto: mientras ella impera, el retraso en los pagos nos permite robarle al acreedor unos pesos sin caer en excesos legales, es un robo consentido por la justicia.

El gobierno, como dijimos, puede, al menos por un tiempo, satisfacer las necesidades de los votantes pagando con falsa moneda sus aspiraciones reelectoralistas, o en su defecto castigar a grupos más débiles o con menor capacidad de presión, a los que no actualiza sus haberes, como lo hace con los jubilados.

Los más ricos (conocedores del juego inflacionario) se refugian en monedas fuertes –como lo hizo el ex presidente- con pingües ganancias en el ínterin. Los pobres son más pobres y por lo tanto más maleables desde el punto de vista electoral –siguiendo la consigna de los domadores de circo que bien saben que los animales hambreados son más dóciles.

La inflación le permite a los sindicalistas llevar más agua para sus molinos, encabezando reclamos periódicos para estar a tono con la carrera de precios que, para colmo hoy, carece de parámetros fidedignos, dada la burla despiadada en la que se ha convertido el Indek.

Los industriales y comerciantes, gracias a la inflación no deben esforzarse en ser eficientes. ¿Usted sabe cuánto trabajo lleva bajar un 5% el costo de producción? Es una labor titánica… pues bien, con sentarse en la oficina a remarcar los precios se puede ganar fácilmente el 10, el 15 o el 20% sin consultar a técnicos, tarotistas ni economistas.

Eso si, si caen en la mira de las prácticas morenistas, mejor que vayan reservando un espacio en el Boletín Oficial para declarar la quiebra. En este país somos ricos o pobres por decreto.

Por todo lo dicho, la inflación nos permite estar en el mejor de los mundos, ser inmorales y comulgar en misa; robar y parecer santos; ser un Robin Hood al verre, sacándole a los pobres para darle a los ricos, pero vestidos de hermanita de la caridad.

Todo esto nos lleva a la obsesión adictiva de darle a la maquinita, pero cómo todas las cosas buenas de la vida, engordan, son pecado o se acaban rápidamente y la inflación a la larga nos pasa la cuenta, y de un día para el otro, se cobra todo lo que se creía haber ganado.

Como en una deteriorada maquina del tiempo, volvimos a los ’80, con un John Travolta más gordo y pelado ensayando los pasitos de “Fiebre del sábado a la noche”, con un Estado paquidérmico (¿Se acuerdan de achicar el Estado es agrandar a la nación?), un distribucionismo a locas y tontas, presión impositiva inaudita, sindicalismo feroz, un Banco Central preso del poder político y una inflación que galopa sin fusta. El resto de la película ya la vimos… Travolta se queda con la chica gracias a sus dotes coreográficas y la inflación hace trisas a un país.

Pero como la ratita prendida a la palanquita, como adictos irrecuperables después de haber salido de la granja, como jugadores compulsivos frente al paño verde de la ruleta, los argentinos hemos olvidado la historia y seguimos dándole a la maquinita. Con ella en marcha, todo el año será carnaval hasta que el matrimonio presidencial haga sus valijas y parta con rumbo que la justicia deberá determinar oportunamente.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Increíble estar leyendo esto en 2023.