Por Pedro Cifuentes - desde Madrid
Cuando la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, afirmó la semana pasada insólitamente que “la ingesta de carne de cerdo mejora la actividad sexual”, algunos se lo tomaron como una simple broma y muchos otros se preocuparon por un posible desgaste psicológico de la mandataria.
Durante las pasadas Navidades, el kilo de tira de asado (costillar) costaba 14 pesos (2,65 euros). Hoy es imposible conseguirlo a menos de 25 pesos, y en algunos establecimientos de barrios acomodados de Buenos Aires el precio llega a los 30 pesos. Si se toman en cuenta los tres últimos años, algunos cortes populares han triplicado su precio, y el pollo o el cerdo, sustitutos de la ternera, se han duplicado.
Las carnicerías de todo el país empiezan a sufrir un descenso de consumo que está directamente ligado a un encarecimiento, vinculado a su vez, como manda la teoría económica, con un descenso en la producción cárnica: hay entre tres y cuatro millones de terneros menos que el año pasado. El sector ganadero ha advertido que el aumento de precios no va a ser estacional (la carne siempre aumenta en enero y febrero, aunque mucho menos que este año).
El presidente de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi, responsabilizó ayer de la caída en la oferta de carne a “los horrores del kirchnerismo”. Todo ello, en un contexto inflacionario no reconocido por las estadísticas oficiales, y que según diversas consultoras privadas puede llegar aproximadamente a un 25% anual.
El Gobierno admite el incremento del precio de la carne, que Cristina Fernández atribuyó esta semana a las intensas lluvias recientes y al deseo de los productores por “engordar su ganado” para “ganar más” con sus ventas.
El proceso se enmarca inevitablemente en el largo conflicto que mantienen desde hace años el sector agropecuario y el Gobierno, que desde 2005 ha seguido una política rígida en materia ganadera, basada en la intervención de precios y los controles a la exportación.
La intención, hasta ahora, era mantener un bien tan socialmente sensible como la carne a un precio muy asequible para el ciudadano medio en un país cuya tasa de pobreza subió alarmantemente tras el descalabro económico de 2001. Estas políticas, sin embargo, fueron alejando de la ganadería a miles de pequeños productores, que encontraron en cultivos como la soja una rentabilidad mucho mayor. A ello, además, se ha sumado la grave sequía sufrida por las regiones más fértiles del país en 2009.
Descenso de la inversión ganadera
Ernesto Ambrosetti, economista jefe de la Sociedad Rural Argentina, explicó ayer que desde 2007 se ha producido un descenso de la inversión ganadera del 30% anual, en su opinión debida a la “falta de previsibilidad” y el “cortoplacismo” de la política del matrimonio Kirchner, “que nunca sabes si te van a dejar exportar o no”. Las exportaciones de carne argentina estuvieron prohibidas durante tres meses en 2006, y hoy son dosificadas por el Ejecutivo, que otorga un permiso imprescindible para vender en el exterior.
Argentina es el mayor consumidor de carne vacuna del mundo (70 kilos por año, frente a los 40 de Estados Unidos o los 11 de España, por ejemplo) y uno de los principales exportadores del planeta, aunque su peso relativo ha disminuido en el último lustro. Brasil y Uruguay han empezado a ganar mercados internacionales y tratan de adquirir la vitola de calidad natural e inigualable sabor que acompañó al bife argentino durante todo el siglo XX.
Según Ambrosetti, en Brasilia y Montevideo llevan años “brindando por Néstor Kirchner” y su política de trabas a las exportaciones. Este periódico intentó ayer, sin éxito, recabar la opinión del Ministerio de Agricultura sobre el vertiginoso aumento de precios de la carne.
Debido al ciclo biológico de producción de la carne vacuna (unos tres años), es improbable que el mercado sufra una corrección a corto plazo, y prácticamente seguro que en el futuro aumenten los consumos de cerdo y pollo, cuyos ciclos productivos son mucho más cortos (medio año y 50 días, respectivamente).
En este sentido, es posible que acaben convirtiéndose en habituales ofertas como la que mostraba un restaurante de la avenida San Martín la semana pasada, en la ciudad de Mendoza: “Recomendación de la señora presidenta de la nación: ‘Incentivo sexual’, costeleta de cerdo con puré, más postre o café, 25 pesos con 90″.
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