Por Hugo E. Grimaldi
El terremoto de Chile y sus devastadoras consecuencias hicieron que se cancelara la visita de los reyes de España al país trasandino. Pero más allá del imponderable, hay que analizar la decisión de Juan Carlos y Sofía de pasar de largo a la Argentina. Se sabe que, aún bajo fachadas bien protocolares, los monarcas tratarán de abrirles camino a los negocios de las empresas de su país que, debido a los problemas que sufren hoy por hoy, están más que deseosas de poner un pie en esos lugares prósperos y seguros: Chile y Brasil.
No se puede hablar de desplante, porque las agendas diplomáticas no son fáciles de combinar, pero los reyes, representan desde su lugar de lobbistas de lujo al país que más inversiones tiene hundidas en la Argentina, a la puerta de entrada a Europa y al primer destino que, hasta por afinidad ideológica con el gobierno del PSOE, el matrimonio Kirchner eligió para su propia inserción internacional. Bien podrían los monarcas haberse dado una vuelta por la Argentina.
Sin embargo, también es notorio que hoy España está francamente molesta con ciertas actitudes del Gobierno hacia sus empresas y si bien la real “politik” siempre permite volver a abrir las puertas, sobre todo cuando hay dinero de por medio, lo que queda del episodio es que, una vez más, una gira de personajes de ese calibre en la política internacional no recala en Buenos Aires. Según el diputado Eduardo Amadeo a un saludo de ese tipo es a lo único que hoy puede aspirar el gobierno argentino. El aislamiento es notable.
El verbo aislar tiene varias acepciones en castellano. La más común es la idea de las vallas que, infranqueables, separan los límites físicos o, en el caso local, tabican varios rubros de su comercio en ambas direcciones. Una segunda es la del descarte comunicativo o bien por molestia o por insignificancia, que es lo que le estaría sucediendo al país mirado desde el hastío del resto del mundo, llamado popularmente “ninguneo”. Y hay una tercera definición, más sicologista y vista desde la perspectiva de los Kirchner, que entronca el aislamiento con la abstracción: “apartar los sentidos o la mente de la realidad inmediata”, dice el diccionario. “Delirarse”, dirían en los boliches.
Lamentablemente, lo que le está sucediendo a la Argentina hoy aplica en casi todas las definiciones y hay varias situaciones para demostrarlo. Por ejemplo, el segundo mayor inversor en la Argentina son los Estados Unidos y ya ha sido la comidilla de todo el mundo la falta de timing de la presidenta Cristina Fernández, cuando dijo en un reportaje televisivo que se conoció en la semana que Barack Obama no estaba cumpliendo las “expectativas muy grandes” que la región había tenido respecto de su gobierno.
La cabeza presidencial había idealizado de tal modo la aparición del demócrata, quizás para contraponerlo al olor a azufre que emanaba de George W. Bush, que nunca tomó en cuenta que, antes que los partidos, en los EE.UU. hay cuestiones de carácter nacional que emparentan a todos sus gobernantes. Cristina se había hecho la película de tal modo, que llegó a decir que sus políticas se parecían a las de su esposo y hasta habló de “bocanada de aire fresco” cuando Obama ingresó a la Casa Blanca.
Luego, cuando el nuevo presidente tuvo que hacerse cargo del arreglo de la pesadísima herencia económica que casi pone al mundo de rodillas y de las situaciones de seguridad que tanto preocupan a los estadounidenses, los tiempos para América latina se comprimieron bastante y a ojos de la Presidenta eso sonó a desaire.
Pero seguramente, también habrá tenido su peso en la definición presidencial sobre las “expectativas”, que Cristina nunca digirió que sus colegas Lula, Bachelet, Calderón y otros presidentes de la región desfilaran por la Casa Blanca, mientras que ella tuvo que conformarse con meras charlas de pasillo con el afroamericano.
Aunque quizás nunca se preguntó por qué le sucedía eso, probablemente ella relacionó la falta de gestos de acercamiento con alguna suerte de conspiración internacional y no con el ataque sistemático que el gobierno argentino le propinó no sólo a Bush, sino al sistema político de los Estados Unidos, a partir del desaire que supuso la organización de la Contracumbre de Mar del Plata y del acto que con la anuencia de la picaresca argentina hizo Hugo Chávez en Ferro, cuando el antecesor de Obama estaba en el Uruguay.
Más allá de que de modo imprudente la Presidenta se arrogó la representación de varios países de la región que con seguridad no piensan como ella, hay que precisar que esas declaraciones a la CNN habían sido grabadas en Playa del Carmen cuando la Presidenta asistió a la Cumbre del Grupo Río, pero antes de que el gobierno argentino fuese notificado sobre la posibilidad de un encuentro express en Montevideo con la jefa de la diplomacia estadounidense, Hillary Clinton, con quien Cristina más de una vez se comparó en sus roles comunes de senadoras y de esposas de ex presidentes.
A esos dichos televisivos poco oportunos le siguieron las respuestas bastante diplomáticas de los EE.UU. sobre la popularidad que tiene el presidente Obama en la región que, pese al grado de irritación que trasuntaba su voz, hizo el encargado de América latina, Arturo Valenzuela a través de una teleconferencia.
Parece mentira que los Kirchner se hayan sentido mucho más cómodos con su antecesor, Thomas Shannon, funcionario de Bush, que con este diplomático de origen chileno que no fue siquiera recibido por la Presidenta cuando vino al país y que fue quien se despachó, por entonces, con declaraciones sobre inquietudes que le plantearon inversores de su país, en relación a la inseguridad jurídica que campea en la Argentina.
El caso Estados Unidos pone aún más en evidencia que la situación de aislamiento se produce primero en la cabeza de los gobernantes y que esa tozudez provoca luego las señales negativas del mundo exterior que vuelven como boomerang.
El alejamiento de China, la segunda potencia del mundo, a la que se la acaba de destratar con la anulación de un viaje por motivos domésticos, o aun el conflictivo desmadre de la relación con el Reino Unido, muestra que la política exterior argentina, en un mundo que necesita articulaciones basadas en intereses antes que subjetividades, está teñida por prejuicios que impiden diagnósticos profesionales y correctos.
El ex embajador y actual Diputado Nacional Eduardo Amadeo recordó que hace dos años no hay embajador en Londres y que el Departamento Malvinas de la Cancillería hoy no tiene funcionario a cargo.
En todo caso, lo que les pasa a los Kirchner fronteras afuera también les sucede fronteras adentro como fruto de esa concepción tan severa y nada estratégica de la política. La propia Cristina acaba de decir que ella siempre soñó y se sintió parte de “un proyecto político constructor de utopías y esperanzas”, aunque ella reivindica esa construcción solamente a partir de lo que asegura que son las políticas correctas que se están llevando a cabo, sin admitir siquiera los matices ni por supuesto las alternativas, por lo que quienes osan exponerlas se convierten directamente en enemigos de la Patria.
Ésta ha sido la concepción que la Presidenta expuso cuando les habló a los empresarios en Olivos. Más allá del tono de maestra en funciones, la disertación sobresalió por lo diferente que fue aquella que hizo José Mujica en Punta del Este pidiendo inversiones para el Uruguay, bien llena de utopías, por cierto, pero también plagada de realismo.
En el caso de Cristina, no hubo nada de futuro y hacia el pasado refirió un cúmulo de indicadores bastante sospechosos en cuanto a su calidad, todos positivos, por supuesto, aunque confrontados contra los peores momentos de la crisis o aún contra números depreciados de la Convertibilidad. De inflación y gasto público, ni hablar, mientras que del Fondo del Bicentenario, tal como hizo su esposo esa misma tarde en un acto partidario, volvió a decir, sin ponerse colorada, que es una herramienta para “desendeudarnos”.
Lo que llamó la atención es cómo los asesores exponen a la Presidenta a un probable bochorno, ya que por su actividad todos los presentes en el almuerzo conocían las cifras verdaderas de memoria y nunca podían haberse tragado tamañas píldoras.
Pero como en general fue todo una puesta en escena bien teatral, con la Presidenta transmitiendo su relato y con los empresarios que fueron invitados poniendo apenas la cara, sólo para ver si lograban conseguir créditos baratos, las cosas no pasaron a mayores. Lo concreto es que, a partir de ese discurso, no se vio a un solo hombre de negocios que haya salido, chequera en ristre, a decir cuánto estaba dispuesto a invertir.
En otro orden, la mentalidad de cruzada que posee el kirchnerismo le ha impedido aceptar hasta ahora que los dos años que le quedan en el poder deberían ser, en un país institucionalmente más sólido, de una razonable cohabitación.
La oposición quiere “cogobernar”, ha dicho con tono crítico el jefe del bloque de senadores del FPV, Miguel Pichetto y, aunque los opositores lo nieguen, sobre todo porque Néstor Kirchner los ha acusado de ser “una máquina de impedir permanente que no quieren que Cristina gobierne”, ésa es la misión que la Constitución le acuerda al Congreso: hacer y modificar las leyes, de acuerdo a lo que piensan las mayorías.
La Cámara alta con 36 presentes y 36 ausentes, la huida reglamentaria de Pichetto y sus senadores con la excusa objetiva de que la oposición no tenía sus proclamados “37” y la posibilidad de volver a sesionar la semana próxima para conformar las comisiones con minorías kirchneristas tuvo el condimento de haber revivido hasta la gloria personal el protagonismo de Carlos Menem, según sus propias palabras, el “más pensante” de todos.
En verdad, el ex presidente siempre se sintió más allá de sus pares, ya que el kirchnerismo lo vituperó, hasta con pocos elegantes gestos del propio Néstor Kirchner, mientras que los demás peronistas lo tenían aislado, casi en cuarentena.
Hoy, él tiene la llave del Senado y con su actitud de no presentarse a la sesión de la semana pasada ha logrado la revancha de volver a marcarle los tiempos a la política argentina. Menem se ha tornado imprescindible para la oposición y cuánto más para el oficialismo y por eso, nadie lo ha criticado demasiado desde ninguna parte y hasta algunos ministros casi lo han elogiado.
No sea cosa que la Presidenta haya decidido dejar por un rato su rigidez intelectual de lado en nombre del pragmatismo y que, tal como creyó alguna vez que Obama era “un príncipe en un corcel blanco”, ahora lo esté viendo al riojano, rubio y de ojos celestes.