Por Fernando Iglesias
En el debate sobre el Fondo del Bicentenario y la remoción del presidente del Banco Central, una de las objeciones del oficialismo ha sido la de que las cuestiones planteadas por la oposición eran "formales".
Pero la responsabilidad sobre estos hechos excede al Gobierno y abarca a una sociedad convencida que lo que cuenta son los resultados y no los procesos por los que se llega a ellos.
Los argentinos actuamos como si los procedimientos por los que se toma una decisión fueran irrelevantes "con tal de que se tome una buena decisión", cuando la simple lógica sugiere que una decisión correcta es fruto de un correcto procedimiento de elaboración, lo que en política incluye su deliberación pública, la participación de ciudadanos y expertos en su formulación y el respeto de las reglas y la división de poderes. Nada de esto parece importarle al gran resultadismo nacional.
A él adscriben quienes creen que lo importante es que las decisiones de un gobierno sean correctas con independencia del método con que se las toma, ignorando que los procedimientos republicanos son una condensación histórica de la larga experiencia de la humanidad y que su validez se basa en que aseguran errores menos graves que las decisiones arbitrarias del despotismo personalista, como la situación argentina no cesa de mostrar.
Pertenezco a una generación que creyó que la democracia era "formal". Tuvimos que pasar por muchos sufrimientos para descubrir que no lo era. Felizmente, hemos superado aquella etapa. Hoy, las insuficiencias de nuestra democracia no se derivan de su carácter pretendidamente formal sino que nos falta aún comprender que también la República es sustancial, y no formal.
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