El matrimonio ya no podrá revertir su imagen negativa para los próximos comicios

sábado, 13 de marzo de 2010

Por Roberto García

Atrevida y pretenciosa advertencia: seremos gobierno hasta 2020, pasando por los hitos electorales de 20ll y de 20l5. Aclaraciones aparte, es lo que dijo hace 48 horas Néstor Kirchner sobre sí mismo y su esposa.

Es, claro, lo que desea, junto al PJ oficial y otras adyacencias partidarias o corporativas (Pérsico, Moyano, etc.) que lo alientan desde el palco.

Fantasioso, el ex mandatario rechaza vaticinios técnicos que repiten lo siguiente hasta el aburrimiento: el matrimonio ya no podrá revertir su imagen negativa para los próximos comicios, jamás –en el caso de que la alcanzara– estaría en condiciones de superar la doble vuelta. Por lo tanto, ni él, ni ella, ni quienes ellos designen –si la pareja debe abandonar el cartel francés– podrá alcanzar la Presidencia: están todos empetrolados por la misma mancha.


Lo curioso, tal vez lo perverso, es que ningun otro candidato justicialista podría acceder a la Presidencia en 20ll. Ni siquiera quienes lo odian. Al menos, si se mantiene la actual reforma política y los aspirantes –léase, por ejemplo, Eduardo DuhaldeCarlos Reutemann– deciden postularse con el escudo, la marcha y el nombre. Para tener posibilidades, deberían ir por otra agrupación, de ahí que no casualmente Felipe Solá y Juan Carlos Romero ya renunciaron al PJ, desertaron bajo la invocación de no compartir bandera, silla o sociedad con Néstor Kirchner.

Raro: quienes se acostumbraron a “tragarse sapos” como describía benevolemente el general –a quien ahora Néstor acude en cada discurso por estricto interés personal, luego de haberlo ignorado por años como si fuera un innombrable– que digirieron resacas estructurales, dinosaurios malolientes y vómitos espectrales, ahora buscan otro restaurante donde merendar.

Los K, junto al radicalismo, ya fraguaron una reforma política que beneficia en exclusividad a la hegemónica burocracia de los dos partidos, una operación mezquina que se le atribuye a la perfidia política de un todoterreno como Juan Carlos Mazzón, hoy al servicio matrimonial como antes sirvió a otros gobernantes justicialistas y que dice inspirarse en el progreso democrático, en la necesidad del bipartidismo, con internas obligatorias y simultáneas. Esa norma, en el PJ –como puente al poder– sólo satisface la voluntad de los Kirchner; y, si a ellos no les alcanza para ganar –harto probable–, su mecánica impedirá que les sirva a otros, más allá de que puedan ganar las internas. Es para observar esta aviesa conclusión.

Habrá de ser arduo para los postulantes peronistas competir en la interna con los Kirchner: de movida, para un piso mínimo, el oficialismo ya dispone del respaldo –obligado o no por la caja– de los intendentes bonaerenses, mucho más prestigiados (no menos de 50% de aprobación en sus distritos) que el propio matrimonio. Es un caudal difícil de neutralizar y, como existen requisitos, los intendentes no pueden abandonar el cerco un mes antes de los comicios internos.

Con este cuadro en contra, si Duhalde o Reutemann pudieran salvar esta etapa de confrontación interior, deberán asumir como propio un equipaje no declarado: en el PJ impera el ejercicio de mayorías y minorías; quien logre derrotar a la pareja oficial tendrá que cargar en sus listas a elementos kirchneristas, tipo Carlos Kunkel.

Y, además, como antes de la interna, de acuerdo con la nueva ley, Kirchner hará alianzas con fuerzas ajenas al partido (tipo Luis D’Elía), si en el PJ vencieran Duhalde o Reutemann, tambien deberán incluir entre sus candidatos no sólo a Kunkel, tambien a D’Elía, por citar a algunos emblemáticos. Y esta realidad consumada supone una pregunta obvia: si hay voto mayoritario contra los Kirchner en la interna, luego –en la general– ¿quién votará a un candidato que en su mochila exhibe figuras representativas y obedientes del dúo presidencial?

Ante ese dilema, podría iniciarse una diáspora en el peronismo (ya encabezada por Romero y Solá) y, por supuesto, la constitución de otras alternativas con nombres diferentes al PJ. Pero, ¿en qué agrupación nueva se habrán de depositar esas expectativas si, por los condicionamientos de la nueva ley, sólo cinco partidos con rango territorial –confesión ya manifestada por la jueza María Servini de Cubría a diversos apoderados– podrán participar en los comicios nacionales de 20ll? Entre los ya seguros (UCR, Coalición, Pro, etc.), ¿puede acaso incluirse un sector disidente del peronismo? Parece díficil, tanto como crear un núcleo nuevo en todas las provincias del país.

En apariencia, jaque mate para cualquier intento renovador (aunque Duhalde y De Narváez, por cada lado, trabajan en otras construcciones) desde el día en que el proyecto Kirchner –con el asentimiento radical– forzaran a que, como las vacas en un matadero, el libre albedrío ciudadano y las aspiraciones de todas las minorías –políticas, religiosas, de raza, pueblos originarios, gays, ambientalistas, etc.–, sólo puedan desfilar y votar a través de un quinteto de agrupaciones inscriptas.

Un control monopólico de dudosa inquietud democrática que consagra la anquilosada aristocracia de unos pocos partidos, uno de los cuales –el que gana casi siempre–, a su vez, diseñó un cuadrado de hierro regido por el recién reasumido Kirchner como titular del PJ.

Mientras, se asistirá al espectáculo no deseado al cual se obliga a pagar entrada (los impuestos) de un Gobierno que se resiste a la Justicia y de ésta que empieza a objetar –cuando guardó silencio y se prescindió durante cinco años–; de la Presidenta reclamando propuestas cuando estaban en su despacho desde hacía l5 días; del oficialismo elogiando a quien alguna vez pretendió enviar a la parrilla (al senador Carlos Verna) y, luego, por razones de intereses, lo preservó en la misma causa como a otro gobernador y a un reciente embajador; de los opositores pretendiendo castigar a una funcionaria (Mercedes Marcó del Pont) por un acto que otro había ordenado y al cual empleados subalternos se niegan a cumplir, sin averiguar siquiera si cumplió atinadamente sus funciones en el anterior cargo (Banco Nación).

Patético país en el que algunas damas, tres legisladoras (Latorre, Bongiorno y Meabe) tuercen su voto y se visten de Borocotós femeninas más por sus declaraciones (“yo no vendí mi voto”, mi cuerpo; o, los senadores varones fueron desconsiderados con el género) que por sus actitudes, mientras la confirmada Marcó del Pont mudó su forma de ser: cuando parecía resignada a sucumbir, se arrojaba de un piso noveno por un micrófono. Ahora, ya confirmada, pide que el periodismo la deje trabajar. Singular destino el de esta mujer que, nutrida y formada como un chicken baby de la escuela barrial del desarrollismo, del Grupo Clarín, hoy es la principal defendida del matrimonio gobernante que, a su vez, despotrica contra la influencia monopólica de Clarín.

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