Por Eduardo van der Kooy
Mercedes Marcó del Pont celebró, anticipadamente, con dirigentes de organizaciones sociales su continuidad con mácula en el Banco Central. Junto a ella, la militante piquetera de Jujuy, Milagro Sala, festejó la vocación oficial para pagar la deuda externa.
Luis D'Elía regresó de una excursión escandalosa por Irán, donde entrevistó a uno de los acusados de la Justicia argentina -Moshen Rabbani- por el atentado en la AMIA. El piquetero oficialista se hizo tiempo para participar de un respaldo público a Marcó del Pont y ratificar también con fervor la necesidad del pago de aquella deuda.
El pago de la deuda habría pasado a ser bandera de los jefes piqueteros. También se encargó de hacerla flamear Hugo Moyano, el líder de la CGT. Piqueteros y sindicalistas parecen hablar ahora de esa deuda con más encomio que empresarios, economistas y hombres de negocios. Los años de Néstor y Cristina Kirchner en el poder han producido disloques sorprendentes, que no se explican sólo con las cifras imaginarias del INDEC.
Aquellas conductas serían circunstancias si no arrastraran, en general, una decadencia de toda la política. No hay política sin diálogo. Y el diálogo es ahora inexistente. Cuando asoma, se torna en engaño. No hay diálogo cuando los dirigentes del oficialismo y la oposición sólo intercambian gritos y acusaciones. La política parece convertida en una carrera de oportunismos.
Los peronistas pampeanos Carlos Verna y María Higonet le dieron a la oposición la llave para infligirle una dura derrota política en el Senado al kirchnerismo a la hora de distribuir el poder. Verna le dio también una llave a los Kirchner para zafar de otro golpe de la oposición, empeñada en tumbar el DNU que le permitió al Gobierno apropiarse de reservas del Banco Central para afrontar los vencimientos externos. Ese DNU va camino de mutar en un proyecto de ley con el aval del matrimonio.
La peronista de Santa Fe, Roxana Latorre y la rionegrina María José Bongiorno, también saltaron a la oposición en los tiempos posteriores del conflicto del Gobierno con el campo. Ambas senadoras, sin embargo, dejaron amputada a la oposición que dicen integrar, cuando comunicaron su voto favorable a la continuidad de Marcó del Pont en el Central. Desnudaron, además, que la construcción opositora en el Senado se apoya sobre cimientos de barro.
Ese círculo de simples conveniencias pareció cerrarlo Carlos Menem. Se dio el gusto de estirar la agonía kirchnerista antes de darle con su voto el primer triunfo a la oposición en el Senado. Pero aclaró la semana pasada que no está dispuesto a votar en contra de Marcó del Pont. ¿Qué podría estar uniendo al ex presidente ahora con la titular del Banco Central? ¿Acaso no hizo en su década de poder, incluso en el Central, exactamente lo contrario a lo que pregona la mujer? La política parece cada vez más una geografía misteriosa e impenetrable en la Argentina.
Los Kirchner volvieron a manifestar su encono con la Justicia. Ese encono ni figuró en años anteriores, mientras el Gobierno no sufrió fallos adversos. Ahora se sumaron los atinentes a la crisis por el uso de las reservas y a la ley de medios, cuya aplicación está paralizada. Cristina habló de jueces que tendrían sentencias tarifadas, pero nada dijo de la defensa blindada que suele hacer el kirchnerismo en el Consejo de la Magistratura cada vez que caen pedidos de juicio político, por ejemplo, sobre Norberto Oyarbide o Federico Faggionato Márquez.
El problema con la Justicia parece más grave de lo que indica la última colisión entre los Kirchner y la Corte Suprema. Los jueces, luego de muchos cabildeos, debieron sacar una declaración que reclamó mesura para frenar el malestar de todos los estamentos judiciales. Todos acompañaron el sentido aunque uno de ellos, Enrique Petracchi, prefirió no firmarlo. Primó una vieja cuita que mantiene con Ricardo Lorenzetti, el presidente.
Las repetidas referencias agresivas de los Kirchner sobre la Justicia incubaron aquel malestar. Pero lo incubaron también otros gestos y otras palabras menos públicas. La Presidenta le pidió a la Corte que disciplinara, por vía administrativa, a la jueza María José Sarmiento que con su medida cautelar frenó, al comienzo de la crisis, el uso de las reservas. Después demandó que el Tribunal se hiciera cargo de la causa mediante la aplicación de un per saltum. A los jueces les sonó a disparate.
Algunos se extrañaron que Cristina, siendo abogada y habiéndose ocupado de temas específicos en el Congreso, pudiera proponer esas salidas. Otros prefirieron analizar su conducta desde el cristal de la historia política del matrimonio: de ese modo, tal vez, habrían manejado la Justicia en su larga época de dominio en Santa Cruz. Pero esa provincia remota no es el país.
La mayor sorpresa se la habría llevado Lorenzetti. En su último encuentro, la Presidenta lo recibió con un monológo de quejas que remató con despecho: "Al final, estoy arrepentida de haberlos nombrado", afirmó. Lorenzetti habría respondido enseguida: "No estoy atornillado a ningún sillón". Cristina percibió que había llegado peligrosamente lejos y optó por desviar la conversación.
Los jueces memoran los sofisticados métodos de filtración en la Justicia que tuvo Menem en su tiempo. Pero no recuerdan presiones y aprietes feos como ahora. Es el mismo estilo que Kirchner aplica a la política para mantener domada todavía una porción importante del PJ. Un gobernador de una provincia del norte pensaba no estar en el almuerzo que Cristina tuvo la semana pasada con la CGT: "Vení o el mes que viene no vas a poder pagar los sueldos", le aconsejó un ministro. El hombre se tomó de urgencia un avión para llegar a Olivos.
Kirchner especula con ese rigor. Pero también con otras cosas. La siesta del peronismo lo favorece. No le desagrada el protagonismo de Eduardo Duhalde como rival pero le agradan mucho más los mensajes que deja rodar Carlos Reutemann: "Mi candidatura está mas fría que un témpano", confesó el senador, incluso antes del traspié por lo de Marcó del Pont.
El ex presidente, a la vez, permite que se desgranen promesas en molde de rumor que nadie sabe si algún día cumplirá, pero que fogonean entre su legión de fieles expectativa política. Daniel Scioli recibió la confidencia, varias veces, de que sería el delfín del matrimonio en el 2011, en una fórmula que podría compartir con el gobernador sanjuanino, José Luis Gioja.
Scioli observa varios contratiempos. Primero: la incidencia popular negativa de cualquier bendición explícita de los Kirchner. Segundo: el rumbo actual del Gobierno. Kirchner también prometería maquillajes, una vez que se pueda sortear la crisis que abrió el uso inconsulto de las reservas del Central. Ese maquillaje contemplaría el desplazamiento de Amado Boudou. Su reemplazo bascula. Podría ser Débora Giorgi con la fusión, otra vez, de los ministerios de Economía y Producción. Podría tocarle a Diego Bossio, titular de la ANSeS, un preferido de Cristina.
El ex presidente tampoco pierde ocasión de alentar el desmadejamiento de la oposición. Reutemann fue incapaz de contener en su tiempo a Latorre y permitió la fractura de un bloque de sólo dos. La senadora habría sido ablandada por el ultrakirchnerista Nicolás Fernández. De la ex frentista Bongiorno se encargó Miguel Pichetto, el jefe de senadores kirchneristas, de Río Negro como ella. Con el radical Nito Artaza, en cambio, ni la billetera del oficialismo pudo.
Kirchner hasta pareciera dispuesto a escarbar algún provecho de sus propias desgracias. La pérdida del Senado fue un golpe duro pero el modo heterogéneo como la oposición edificó su mayoría podría redituarle a futuro alguna ventaja. ¿Cuál? La onda expansiva que provocó la semana pasada el paso en falso de la oposición en el Senado se propagó también a Diputados.
Felipe Solá tuvo un intercambio nada amable con Gerardo Morales cuando se encontraron en la Fiesta de la Vendimia. Le reprochó al radical las negociaciones junto a Julio Cobos con el kirchnerismo. Elisa Carrió denunció connivencia y los radicales no la acompañaron en el propósito de derogar y declarar la nulidad del controvertido DNU. Esa relación estalla. Se verá qué pasa esta semana: la oposición no aguantaría, sin efectos más traumáticos aún, otra frustración frente al kirchnerismo.
Solá y Carrió tiran de la misma rienda. Pero el zarandeo pareciera ir deslizando placas inestables de la oposición. El peronismo federal, sobre todo en el Senado, resiste las estrategias que aquel par de dirigentes pergeña en Diputados.
Parece suceder otro fenómeno en el Congreso. Las identidades y las pertenencias políticas se diluyen. En un Senado de 72 integrantes hay más de 20 bloques, que a la hora de votar se agrupan en dos bandos. Nada que envidiarle a la Legislatura porteña. La paridad de fuerzas, además, induce a que muchos legisladores intenten elevar la cotización de su voto. La oposición ya lo padece y el kirchnerismo tampoco está exento de ese riesgo. Será cuando llegue el tiempo de pensar en la sucesión de los Kirchner.
¿Cómo imaginar el futuro inmediato en un país convertido en campo de batalla de grupos que se disputan sólo fragmentos de poder? Sería aconsejable, por ahora, no imaginarlo.
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