El patriotismo es insustituible como combustible espiritual, más allá de la razón

domingo, 21 de marzo de 2010

Por Alberto Asseff

Existe un largo consenso interno en el sentido que nuestros males y trastornos son de origen político -por la desunión y la carencia de proyecto- y que los sinsabores y malestares económicos son su consecuencia. ¿Por qué no funciona nuestra política? ¿Qué la enerva? La cuestión se halla en la falta de patriotismo. Ni larvado ni latente, congelado. Literalmente, malherido.


No puede haber política benéfica si el país está maniatado por una cultura que nos desagrega pertinazmente de lo colectivo. Un país de egoístas es, ineluctablemente, inviable.

Sea el patrimonio común más tangible (la vía pública, una plaza -25 mil hechos vandálicos en 2009-, los insumos de una oficina estatal) hasta los más lejanos, como los recursos presupuestarios, maltratamos lo de todos.

Así, la corrupción en el desmanejo de los fondos públicos es tolerada porque creemos que no nos lesiona directamente. Lo de todos no es de nadie. Así lo hemos establecido, con categoría absurda de aforismo.

La máxima expresión del nocivo individualismo es la falta de patriotismo. Este es, a su vez y correlativamente, la mayor manifestación de la presencia de una comunidad. El patriotismo es insustituible, aun hoy en 2010, como combustible espiritual, con traducción material, para movilizar a un pueblo y para sentar la base del desarrollo.

Los otros días, Obama motivaba a su pueblo del primerísimo mundo (y, por ende, supuestamente madurísimo y en las antípodas del burdo populismo que padecemos en estos lares) respecto de las energías limpias y alternativas, a raíz de la vanguardia de China en ese plano. ¿Cómo? Expresó que "no podía ni pensar en un escenario en el que EE. UU. cediera el liderazgo en ese objetivo esencial para el futuro, incluyendo la cuestión del cambio climático".

Obama apeló al patriotismo, más allá de la razón. Esta dice que los chinos vienen trabajando en esta meta y que, objetivamente, han sacado ventaja. Para trocar el curso, es menester laborar e invertir. Pero, para incitar la voluntad norteamericana, su presidente conmueve el orgullo nacional, uno de los disparadores del patriotismo y uno de sus nutrientes.

En nuestro país, hemos abusado del presunto racionalismo y de la supuesta mística emotiva. Así, nos convocaron a racionalizar los gastos, pero seguían vaciándonos; sobre todo, de vestiduras morales y motivacionales.

En el otro turno, nos inflamaron de emociones, pero, en rigor, eran (son) burdas apelaciones populistas y demagógicas. ¿No habrá llegado la hora de combinar razón y mística? Ambas en dosis precisas. Ningún pueblo se moviliza por un presupuesto equilibrado o la austeridad, aunque sabemos de su imperiosa necesidad. Por eso, hay que poner mística patriótica sincera a los objetivos indispensables que dicta la razón. Así, se abre la puerta al buen gobierno.

El más refinado plan, el más memorable pacto sobre políticas de Estado cojeará y, a la postre, se frustrará, sin el sustrato del patriotismo. El reaseguro, la garantía de la concordancia argentina para iniciar un ciclo histórico que nos devuelva a la órbita de los países esperanzadores (ese país promesa del que hablaba Ortega y Gasset hace 85 años) es el sentimiento de amor a la Argentina, de respeto, valoración y veneración por todo lo que atesora y alberga esta tierra natal.

El patriotismo es motivador. Genera, suscita, despierta optimismo. Culturalmente, nosotros somos, además de nostálgicos y por eso abrumamos con el pasado a las absortas nuevas generaciones, enfermizamente pesimistas. Somos el país que presupone que todo saldrá negro antes de empezar. La antítesis de nuestro hermano Brasil. Allá, todo es posible y todo saldrá exitosamente. ¿Qué se puede hacer si, en medio de la bonanza, creemos que será inexorable una nueva malaria? Es la teoría perfecta de la profecía autocumplida.
La economía tiene un componente esencial en el factor confianza. Esto se vincula íntimamente con la psicología colectiva. Disfuncionamos en materia económica porque somos cortoplacistas, oscilantes, desplanificadores, individualistas (tendencia a "me salvo yo", jamás la idea de "nos salvamos todos", donde "salvarnos" debería elevarse al rango racional de trabajar ordenadamente para el logro de fines plausibles) y otras deformaciones. Si somos escépticos, ¿qué confianza podemos depositar en la marcha de la economía?

Por otra parte, el enclenque patriotismo abre espacio a la exacerbación de las pujas sectoriales cuando no a las de clase y hasta a los resentimientos sociales. El patriotismo une todos los estamentos y todas las geografías argentinas. Su ausencia, en contraste, abre las compuertas para que renazca el odio al que prospera, la envidia malsana hacia quien tiene éxito. De esto también escribió luminosamente el pensador español Ortega. Son insoportables los niveles de conflictividad y fragmentación que padecemos.

En la Argentina neutralizada por la falta de patriotismo, ganar dinero trabajando es mal visto, no sólo por los congéneres, sino por el propio Estado. Los ocupantes de este, ante el exitoso, tienen una actitud que traspasa el límite de lo espurio. El éxito o paga peaje clandestino o será hostigado; inclusive, fogoneando los resentimientos y rencores larvados en el seno social.

Cualquier país (inclusive el "paisito" oriental del que habla el electo Mujica), contrastantemente, alienta la prosperidad y, obviamente, dicta normas para que esos logros desparramen bienes a la mayor cantidad de ciudadanos.

El prediagnóstico de nuestros males indica, unánimemente, que carecemos de rumbo. Ya se sabe, "no hay viento favorable para quien no sabe adónde va". El patriotismo provee de un timonel y una brújula casi infalibles para rumbear el país. El patriotismo es como el amor maternal: adolece de estudio profesional, pero está sobredotado de instinto orientador. El patriotismo no es una carrera universitaria. Ni siquiera terciaria. No se aprende, se mama. Es el resultado de una cultura y se inspira en el más excelso de los amores. Cuando se ama, se quiere el bien. La ecuación es simple: si media amor, la Argentina encontrará mucho más temprano que tarde su camino de recuperación o, para decirlo con una palabra más sonante, del resurgimiento.

El proyecto común de país por el que tanto clamamos y el que contumazmente se nos escurre (o, peor, no acertamos a delinearlo y menos a acordarlo) surgirá casi naturalmente si reaparece como protagonista el patriotismo. Será nuestro mentor y nos orientará, posibilitando hallar los asuntos medulosos que debemos pactar y ejecutar. Dejaremos el cabotaje y el día a día para pensar y obrar con apetencia de posteridad.

El patriotismo no haría un sainete con la ley. Sería solemne con ella. Jamás diría que vivir en "blanco" es un drama. Asumiría lo agonal como la guerra al atraso, jamás contra otros argentinos y mucho menos porque son de distinto partido.

El patriotismo también nos ahorrará muchos dolores y horrores. El sentimiento nacional revivido impedirá que sigamos haciendo jirones de nuestra historia, alimentando divisiones, revolviendo pugnas y guerras internas, luchas clasistas y tantísimos otros lastres.

El patriotismo es prudente y se abstiene de ventilar inmundicias que lastiman nuestro prestigio, seguridad e intereses nacionales. No confunde terquedad con fuerza. El patriotismo nos estimulará a cumplir con la ley porque es el pasaporte de un pueblo hacia el estadio de respeto internacional. El patriotismo, en una palabra, nos reubicará en el mundo. Todo lo contrario de lo que frívolamente dicen algunos opinólogos de poca envergadura. El patriotismo, lejos de segregarnos de los otros pueblos, nos agrega a la legión mundial de países que se autorrespetan, único escenario para ser socios del Globo, con rumbo y norte.

0 comentarios: