Que el dolor no nos sea indiferente

lunes, 15 de marzo de 2010

Por Alfredo Leuco

Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada y en una hermosa plaza recuperada me pondré a llorar por los ausentes. Se puede parafrasear a Pablo Milanés para soñar con la reconstrucción de un Chile al que la naturaleza enloquecida le partió la columna vertebral. Podemos zambullirnos en ese océano de jóvenes argentinos solidarios que abrazaron a quienes sufrieron uno de los terremotos mas terribles de la historia. Y eso les pasó a nuestros vecinos, a nuestros hermanos.


León, Darín, los Calamaro, los Cadillac convocaron con sus voces y levantaron sus guitarras como banderas. Juan Carr fue la red solidaria que capturó la credibilidad. Habló de un país soñado donde los ciudadanos, los gobiernos y las empresas tiraron para el mismo lado. Y se juntaron toneladas de ayuda, millones de abrazos que prometen como dijo Darín que “no los vamos a abandonar”.

Eso pasó en Buenos Aires, en Figueroa Alcorta y Pampa. Pocos pueblos del mundo han pasado por semejante tragedia. La geografía humana estalló en mil pedazos. Hubo desgarros y alaridos. Pero en Villa Salvador Cruz Gana, en la comunidad de Ñuñoa pude ver a través de internet a los chilenos de pié.

Me emocionó una asamblea vecinal que con el aporte del estado se disponía a avanzar para dejar atrás el desastre del sismo. Cada uno hizo una propuesta. Hablaron de permitirse llorar y de no de insultar ni generar mas pánico sobre el horror. Había terapeutas, asistentes sociales, que sacaron como conclusión que tenían que dejar de lamentarse y ponerse manos a la obra. Volver a levantar cada casa, cada plaza, cada edificio público para que Chile nazca o renazca desde el pié.

Desde abajo para que los cimientos sean firmes y capaces de enfrentar cualquier tempestad. Se consolaron mutuamente, y de pronto propusieron cantar para darse ánimo, para curar las heridas. Hasta ahí ya era conmovedor ver la pelea del hombre por ayudar al hombre.

La lucha por dejar el individualismo egoísta de lado y ponerse al servicio del otro. De hacer el bien sin mirar a quien. Pero de pronto, la guitarra empezó su melodía conocida y el himno que cantaron fue “Soy pan, soy paz, soy más”, de nuestro amigo y oyente Piero. Fue tremendo. Ver a esas caritas todavía temerosas saltar por todas las diferencias desde el fondo de los mapuches y los huincas y cantar que hay que sacarlo todo afuera como la primavera. Para que adentro nazcan cosas nuevas. Para derrotar a la emergencia, para recuperar el equilibrio y para que los chicos puedan ir a la escuela, comer y dormir tranquilos.

Los pibes y los viejos plantaron un árbol como símbolo mientras los vecinos no aflojaban: “ Vamos, decime, contáme, todo lo que a vos te está pasando ahora./ Porque si no cuando está sola tu alma llora.”

No solo el trabajo dignifica al hombre. La música y la sensibilidad también. De la hecatombe de Chile surgieron los sueños compartidos. Piero en el corazón de los que cantaban que “nadie quiere que adentro algo se muera”.

Y de la marea de ilusión y energía de Buenos Aires voló un deseo gigante tripulado por León por arriba de la cordillera: Que el dolor no nos sea indiferente. Es lo único que le pidieron a Dios. Porque saben que es un monstruo grande que pisa fuerte.

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